Los Doce Páramos de la Destrucción

20.2K 862 188
                                    

Después de derramar algunas lágrimas de alegría y de estar unidos en un prolongado abrazo, padre e hijos dirigieron sus miradas hacia Sherezade, quien había estado de pie contemplando la enternecedora escena en perfecto mutismo. Los tres le sonrieron y le hicieron una respetuosa reverencia a quien les había ayudado tanto. Dahlia se aproximó despacio a la Keijukainen, se arrodilló y tomó las manos de ésta en las suyas, cubriéndoselas de tiernos besos. Ante ese gesto de la niña, la doncella se inclinó hacia el frente y le acarició los cabellos con un aire maternal, mientras que con sus ojos afables y tranquilizadores le daba a entender que sentía tanto afecto hacia ella como el que sentía por Milo. La rubia estaba tan agradecida con la poderosa dama que no pudo evitar estrecharla con fuerza entre sus brazos, siendo correspondida de inmediato, lo cual sin duda le infundió un poco de las fuerzas y la seguridad que tanto necesitaría. Mientras se abrazaban, no dejaron de mirarse, como si fuesen un par de amigas que conversaban de esa manera. Pasaron varios minutos, y ambas seguían prodigándose hermosas muestras de cariño fraternal. Aunque les hubiese encantado permanecer juntas por más tiempo, Sherezade consideró que había llegado el momento de despedirse. Pero antes de que partieran, convocó a Milo en privado y le dio unas instrucciones muy detalladas acerca del entrenamiento de su hermana, el cual debía comenzar lo más pronto que fuese posible. El chico estuvo de acuerdo con todas las aserciones de la doncella, así que procedió a hacer los arreglos necesarios para que todos pudiesen marcharse con rapidez.

Cuando estuvieron de vuelta en casa, Emil decidió que sería mejor si tanto él como los chicos se daban unos días libres de cualquier tipo de obligación. Habían atravesado muchísimos cambios abruptos en sus vidas, por lo que en definitiva les vendría muy bien descansar un poco y comenzar a prepararse para los importantes eventos que se avecinaban. Lo primero que hicieron fue sentarse a desayunar juntos, mientras conversaban de manera amena pero tomándose los asuntos con mucha seriedad. Dahlia fue la primera que tomó la palabra, pues sentía unos enormes deseos por conocer hasta el más pequeño detalle de la vida y habilidades de Milo.

—Oye, Milo, por favor, cuéntame qué fue lo que pasó desde que llegaste. Hay tantas cosas que aun no comprendo sobre ti... Lo harás, ¿verdad? —aseveró la chiquilla, con sus facciones contraídas y un bamboleo constante de sus piernas, mostrando a las claras su impaciencia.

—Claro que sí, te lo mereces. Esta vez lo diré todo, como lo había prometido antes. ¿Por dónde quieres empezar? —respondió Milo, al tiempo que una expresión juguetona se le dibujaba en sus finos labios.

—Pues, me gustaría que me expliques lo del estruendo que escuché en el pasillo y por qué tu cuerpo se sentía como si estuviese hecho de piedra cuando choqué contigo.

—Verás... Yo casi corría hacia la banca donde estabas. Me sentía muy feliz de estar contigo, pero me daba un poco de nervios al imaginarme la reacción que tendrías cuando supieras quién soy yo en realidad, y eso en sí ya me tenía bastante turbado. Aunado a ello, durante el trayecto y no muy lejos de allí, vi a una chica pelirroja muy bonita caminando solitaria. Ella iba escuchando música por medio de unos grandes auriculares verdes, y la canción que sonaba en aquel momento de seguro le gustaba mucho, pues sonrió de oreja a oreja. De repente, sentí un extraño calor en el rostro, se me aceleró el pulso y comencé a sudar frío. Jamás había experimentado nada semejante, no entendía qué me estaba pasando. Por un momento, permití que la confusión en mí fluyera sin control alguno, y eso hizo que perdiera la concentración que me permite mantener la apariencia y la masa corporal de un ser humano común. Lo que más me preocupó al percatarme de que mi escudo se había resquebrajado era que alguien viera mi verdadera apariencia, por supuesto. Entonces me enfoqué por completo en recuperar mi forma primero, ya después estabilizaría mi masa. Un solo paso que di en ese estado fue suficiente para causar ese sonoro estruendo que te sobresaltó. Cuando llegaste, aún no había logrado terminar de equilibrar mi masa, y por ello mi cuerpo estaba tan duro y pesado como un asteroide.

La Legión de los Olvidados [Saga Forgotten #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora