Perturbadoras reminiscencias

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Una tos seca e incontenible provocaba una serie de movimientos bruscos en el convaleciente organismo de Cedric. Despertó sintiendo que sus brazos y piernas le pesaban varias toneladas. La cabeza le daba vueltas, y una de sus venas, la cual estaba localizada en su párpado derecho, no paraba de dar veloces saltitos cual liebre salvaje. Tenía la garganta tan seca y rasposa como la arena sobre la que yacía, además de un agudo tintineo taladrándole los oídos. Los moretones eran tan numerosos que ya formaban parte integral de su tez, y el enrojecimiento ocular terminaba de darle el toque final a su lamentable apariencia. Tardó unos minutos en reunir las fuerzas suficientes para levantarse y lo primero que logró ver al reincorporarse lo hizo sentirse un tanto nervioso. No tenía muy clara la razón de su desasosiego, pero presentía que algo marchaba mal.

Dahlia estaba sentada de espaldas a él, a unos tres metros de distancia, sentada en el suelo, con la barbilla apoyada sobre las rodillas, abrazándose las piernas con ambos brazos. Intentó captar su atención llamándola por su nombre en repetidas ocasiones, primero en voz baja, luego casi a gritos, pero ella no se inmutaba. Se acercó muy despacio al sitio donde la chica permanecía inmóvil y se posicionó de manera que pudiesen verse cara a cara, estando él de cuclillas. Parecía estar inmersa en sus fantasías, sin poner atención a ningún tipo de estímulo proveniente del exterior. El príncipe levantó su brazo derecho y, con toda la delicadeza de que fue capaz, colocó su mano sobre la dorada cabellera de la muchacha y la llamó de nuevo. Una fuerte descarga de energía eléctrica impactó al Taikurime e hizo que este saliera despedido por los aires, llevándose un tremendo golpe al caer. El choque de su cuerpo contra la endurecida tierra desértica fue tan potente que el oxígeno de sus pulmones se vació en su totalidad. El aturdimiento de su cerebro y la sensación punzante en la mano con la que había tocado los cabellos de la joven lo distrajeron por un breve instante de la espantosa escena que se estaba desarrollando ante él.

Un renegrido vaho rodeaba la inamovible figura de Dahlia mientras su piel se iba poniendo cada vez más pálida. La mirada serena y bondadosa que caracterizaba a aquella niña quedó relegada al olvido. Sus ojos ahora transmitían sentimientos tan sombríos que era casi imposible reconocerla. La glacial expresión en su rostro revelaba que de su alma desbordaban caudales de frialdad, sufrimiento e ira. Cuando Cedric se percató de lo que estaba sucediendo, el corazón le dio un vuelco, pues ya no podía ver a la adorable y testaruda chica a quien había abrazado en aquella silueta femenina. Ahora veía a alguien más, una persona que deseaba olvidar, una mujer con la cual no deseaba encontrarse nunca más. Sin embargo, la marca en su pecho hacía que la imagen de esa infame persona no se apartara de su mente ni un solo instante. El temblor de su labio inferior y la contracción de todos sus músculos faciales en una desagradable mueca de pánico mostraban a las claras que la fortaleza emocional del príncipe se había derrumbado ante quien parecía ser una copia al carbón de la reina de los Olvidados.

Una sobrecogedora voz gutural e inhumana que provenía del interior de la espectral criatura se dirigió hacia Cedric.

—¡Pagarás por lo que me hiciste! ¡Te arrepentirás! —vociferó enfurecida.

La muchacha estaba fuera de sí, siendo dominada por los recuerdos de Nahiara que le habían sido implantados mediante el infalible sello de Galatea.

—¡Dahlia, no! ¡Por favor, vuelve en ti! Sé que sigues ahí, no te dejes vencer... —clamó el Taikurime.

El viento se llevó sus palabras y, en un fugaz movimiento, la chica apareció junto a su costado derecho. Estaba tan cerca de él que podía sentir su agitada respiración quemándole su cuello. Un débil susurro llegó a sus oídos: "¡Muere!" Los finos dedos de la criatura, tan helados como un témpano, comenzaron a aprisionar la garganta del príncipe con la fiereza propia de un animal salvaje, mientras sus oscuros orbes presenciaban satisfechos cómo se le iba escapando la vida a su aterrorizada víctima. Cedric todavía estaba muy debilitado, así que no podía siquiera incorporarse, muchísimo menos defenderse. El final de sus días parecía inminente. Resignado, se limitó a mirar con fijeza a su asesina intentado hacer que, a través de sus agonizantes pupilas, sus cálidos sentimientos pudiesen ser transmitidos y llegasen hasta el lejano rincón en donde él sabía que estaba oculta la consciencia de la dulce Dahlia, con la vaga esperanza de que su afecto la trajese de vuelta.

La Legión de los Olvidados [Saga Forgotten #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora