Distante

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Dahlia se hallaba inmersa en un estado emocional bastante extraño. Una indescriptible sensación que era desconocida para ella, la cual combinaba las principales características de la alegría con las de la tristeza, llenaba a su inexperta mente de terribles dudas. La rubia estaba muy consciente de que ella ya no era la misma persona de antes, pero no podía identificar con exactitud qué era lo que la hacía distinta. Todo cuanto había acontecido en su corta vida ahora le parecía confuso e irreal. "¿Quién soy en realidad? ¿De veras soy tan importante como me han hecho creer? ¿Y si lo que estoy viviendo no es más que un mal sueño? ¿Por qué tengo que cargar con la pesada responsabilidad de salvar a la humanidad yo sola? ¿Qué va a pasar si fracaso?" reflexionaba para sus adentros. Sus múltiples interrogantes la tenían tan ensimismada que el cambio entre un páramo y otro le resultó casi imperceptible esta vez. Un ligero taponamiento de los oídos fue lo que le hizo comprender que se hallaba en una nueva zona. No tardó mucho en percatarse de que se encontraba sobre una enorme placa ferrosa cuya forma se asemejaba a la de un nenúfar. Un brilloso polvillo cobrizo circundaba el área. El oscurecido cielo exhibía cientos de resplandecientes ovoides amarillos distribuidos de manera equidistante a todo lo largo y ancho de su extensión visible. La escrutadora mirada de la chica recorría con minuciosidad cada centímetro del terreno. Intentaba adivinar en qué iban a consistir las nuevas pruebas.

—Oye, Dahlia, ¿te pasa algo? Has estado demasiado callada desde que llegamos a este páramo. ¿Te sientes bien? —inquirió Cedric, mientras posaba su mano izquierda sobre el hombro derecho de la muchacha.

—Sí, estoy bien. Sólo estaba tratando de familiarizarme con el lugar, eso es todo. Discúlpame si te preocupé —manifestó ella, sin voltearse ni mostrar rastro alguno de calidez en su voz.

El príncipe arqueó un poco ambas cejas y luego entrecerró sus ojos. Tanta frialdad por parte de la joven hacia él no era normal. Unos pocos minutos antes habían compartido un inolvidable momento cargado de emotividad e ingresaron al nuevo páramo tomados de la mano. "¿Qué está sucediendo contigo, Dahlia? Esta no eres tú", pensaba para sí el Taikurime. Tuvo la intención de cuestionar de inmediato los motivos que tenía la chica para comportarse de manera tan rara, pero decidió que era mejor abstenerse y esperar un poco. "Quizás su indiferencia se deba a lo que le sucedió con la mujer cisne. Aún no me ha dicho qué fue lo que vio o qué sintió mientras flotaba, cuando parecía estar dormida", concluyó él. Quiso acercársele para darle un abrazo, pues tal vez ese gesto la reanimaría y la ayudaría a regresar a su habitual forma de ser, tan alegre y cariñosa. No obstante, un serpenteante movimiento en la arena distrajo la atención de los dos.

De entre la parda polvareda, una alargada y gruesa ramificación de tono grisáceo emergió. La punta de esta se notaba curvada hacia dentro, como si estuviese sosteniendo un objeto de reducido tamaño con sumo cuidado. El sinuoso desplazamiento de aquella gigantesca rama continuó. Se fue acercando hasta donde se hallaba la rubia con lentitud. Cuando estuvo posicionada justo en frente de ella, la extremidad vegetal moviente se desenrolló muy despacio. Dejó caer con suavidad una especie de fruto similar a una manzana de cáscara translúcida. Una vez que hubo llevado a cabo esa acción, empezó a retraerse a toda velocidad. Desapareció de la escena en menos tiempo del que tarda un pestañeo. Dahlia guardó silencio todo el tiempo. No pareció sorprenderse o siquiera mostrar un mínimo interés por lo que acababa de suceder. Solo se acuclilló para recoger la pequeña poma del suelo.

—Esta fruta de seguro contiene la ración correspondiente del líquido verdoso que siempre me suministran antes de comenzar con las pruebas. Beberé mi parte y luego te cederé la tuya, ¿de acuerdo? —declaró la chiquilla, casi sin mover sus músculos faciales.

—Está bien. No quiero discutir contigo otra vez. Ya me di cuenta de que es inútil contradecirte cuando te empecinas en lograr que se te obedezca, niña terca —espetó Cedric, con evidente sarcasmo.

La Legión de los Olvidados [Saga Forgotten #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora