Nina

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Los rayos del sol fulguraban con toda su potencia sobre la alegre pradera. No muy lejos de allí, se podía distinguir la estilizada figura de un cervatillo que estaba mordisqueando la fresca hierba mientras decenas de abejas y mariposas azules se turnaban para posarse sobre las fragantes lavandas que se extendían como violáceas cascadas por las colinas. Tendidos sobre una acolchada manta de cuadros rojos y blancos, bajo la sombra de un gran abedul, reposaban Emil y Milo. Tomarse unas agradables vacaciones como padre e hijo en Hedelmätarha había sido una excelente idea. Ya que no podían acompañar a Dahlia durante sus pruebas y tampoco les estaba permitido hospedarse con Sherezade en Cepheus, les pareció que podrían aprovechar ese tiempo que tendrían a solas para conocerse un poco. Después de todo, habían transcurrido quince años estando ellos separados. Emil ni siquiera tenía idea de que existía un gemelo de su hija hasta el día en que este lo sorprendió al abrirle la puerta de la habitación de ella.

—Oye, padre, ¿cómo crees que le esté yendo a mi hermana? ¿Estará bien? Me muero por volver a verla...

—Sé que es una chica muy inteligente y que, además, no se deja vencer con facilidad. Debemos confiar en ella, pues de seguro le está yendo muy bien. No te preocupes en exceso por eso, hijo...

—No estoy poniendo en tela de juicio sus capacidades en lo absoluto. Lo que me mortifica es pensar en lo que Galatea le hizo... ¿Qué pasa si eso la entorpece o la daña? Las pruebas no se diseñan tomando en cuenta posibles sellos o maldiciones que se le hayan impuesto a la persona que ingresa a los páramos. ¿Qué sucederá si está luchando contra alguna criatura o tratando de concentrarse y la energía negativa del sello en su frente le impide dar el máximo de sí misma? ¿Y si queda inconsciente o se enferma de gravedad? No hay nadie ahí que la ayude... ¡Aaahhh, miles de dudas me están carcomiendo la cabeza!

—Si te dijera que no había pensado en eso y que estoy del todo tranquilo, te estaría mintiendo con total descaro. Por supuesto que me como las uñas de los nervios cada vez que me acuerdo de que mi niña está sola, peleando contra alimañas alienígenas en un lugar inhóspito y que, para colmo de males, no puedo comunicarme con ella de ninguna manera... ¡Claro que me estoy muriendo de angustia! Pero ni tú ni yo podemos hacer nada por ella, aunque lo deseemos con todo el corazón. Tenemos que intentar tranquilizarnos... De lo contrario, el estrés acabará con nuestra buena salud, y lo último que queremos es recibir a Dahlia con caras demacradas y cuerpos débiles, ¿cierto?

—Sí, papá, estás en lo correcto... Pero es que no logro apartar de mi mente las espantosas imágenes que he visto en mis sueños desde que ella se marchó.

—¿De qué imágenes hablas? No me habías comentado nada al respecto.

—No quise alarmarte de forma innecesaria. Se suponía que nos quedaríamos aquí en Hedelmätarha, relajándonos, hasta que mi hermana regrese... Sin embargo, ya nos dimos cuenta de que es imposible relajarse estando envueltos en una situación tan inusual como esta...

—Por desgracia, eso es muy cierto. Y ya que me has confesado que tienes pesadillas relacionadas con mi niña, será mejor que me cuentes hasta el más mínimo detalle de ellas. ¿O es que acaso quieres que se me haga una úlcera gástrica con tanta preocupación? Anda, dime, ¿qué fue lo que viste?

—Vi muchísimas cosas, pero todo estaba borroso y las acciones se desarrollaban muy rápido. No pude comprender cuál es el significado de esas visiones, pero sí hay algo de lo que estoy bien seguro: Dahlia corre peligro.

—Bueno, al menos intenta darme una descripción de lo que sentiste o de lo que imaginaste... Por vaga que sea la idea que tengas, podría ser útil que la compartas conmigo. Quizás yo logre captar algún detalle que a ti se te escapó, ¿no crees?

La Legión de los Olvidados [Saga Forgotten #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora