Esbozo del futuro

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Emil miraba con atención de un lado a otro, preso de una enorme incredulidad, combinada con recelo y ansiedad. Jamás había estado en un lugar tan maravilloso pero a la vez tan ilusorio, pues a sus ojos todo en derredor lucía como sacado de un sueño fantasioso de algún chiquillo con portentosa imaginación. Tenía miles de preguntas dándole vueltas en su confundida cabeza, pero no fue capaz de decir ni una sola palabra. Sus párpados se cerraban sin que pudiera evitarlo, sentía la garganta rasposa y su lengua estaba muy reseca, además de que le estaba costando trabajo respirar. Después de un pesado día de trabajo, seguido de una velada con exceso de copas, luego una sucesión de momentos cargados con un sinfín de emociones fuertes, y sin siquiera tener una breve siesta para reponer un poco sus energías, su cuerpo no podía hacer menos que comenzar a colapsar.

Percibiendo casi de inmediato el excesivo agotamiento físico y mental que agobiaba a su padre, Milo se apresuró a ofrecerse para sostener a Dahlia en sus brazos. Emil aceptó sin oponer la más mínima resistencia, pues estaba a punto de desmayarse.

—Por favor, resiste un poco más… Es necesario que coloques tu mano derecha sobre el pomo de esta puerta, pero no lo gires. Sólo cierra tus ojos y concéntrate en la idea de que deseas entrar a la habitación —suplicó el muchacho.

Con un súbito arrebato, Emil reaccionó con rapidez e hizo lo que se le solicitaba. Antes de que se diera cuenta, ya estaban todos dentro del recinto. De nuevo, le sorprendió muchísimo lo que encontró allí. La luminosidad y blancura que circundaban a la dorada esfera donde reposaba una hermosa doncella desconocida, lo dejaron boquiabierto, paralizado, como si acabase de haber recibido una descarga de alto voltaje. Y por si ese peculiar espectáculo fuese poco, un drástico cambio en su organismo lo terminó de sumir en el asombro absoluto. No quedaba ni rastro del terrible cansancio o de la embriaguez de la noche previa. Tampoco se sentía triste o angustiado, sino todo lo contrario. Era como si le hubiesen arrancado de raíz todas las penas e inquietudes, para reemplazarlas con una indescriptible paz interior. Nunca antes había tenido los ánimos al tope, con tan vigorosos latidos en su pecho y tanta calidez en su alma…

—Ya no sufras más, no te culpes. Hoy es un día muy gozoso para ti, pues tus hijos te han perdonado Yo también siento una gran compasión por ti —le anunció Sherezade, mientras sus serenos ojos lo miraban.

Emil se sobresaltó al caer en cuenta de que aquellas palabras que provenían de la bella desconocida habían llegado a su mente sin necesidad de escucharlas primero. Abrió los ojos como platos, pero continuó en silencio, a la expectativa de todo cuanto ella quisiera comunicarle.

—He sanado las numerosas heridas que surcaban tu cuerpo y tu espíritu, pues Dahlia te necesita a su lado, sano y fuerte. Lo que se avecina será muy difícil, y tú, junto con Milo, serás de vital importancia para que ella pueda salir victoriosa —concluyó la dama.

Salió de la burbuja como si ésta la estuviese dando a luz y se posó justo en frente de Emil. Lo tomó de ambas manos y lo envolvió por completo con sus largos y oscuros cabellos, los cuales se agitaban con suavidad, cual acompasado vaivén oceánico. Ambos entraron en un trance, una especie de viaje al pasado, donde Sherezade le reveló su identidad y lo que había hecho con respecto a Milo. Además, le mostró la misma visión que había recibido Déneve años atrás. En ella, Emil pudo distinguir dos impactantes acontecimientos diametralmente opuestos.

Lo primero que le fue mostrado constituía una lúgubre y sobrecogedora escena. No quedaba vestigio alguno de luz solar en ningún rincón de la Tierra, pues los cielos estaban cargados de renegridos nubarrones. Se escuchaban potentes truenos centelleantes por doquier, y una copiosa lluvia de gruesas cenizas le causaba ardor y comezón en la piel hasta con el más pequeño roce. Toda la vegetación estaba marchita y los cadáveres de animales en avanzado estado de descomposición tapizaban el suelo. Podía percibirse en el aire un repulsivo hedor a sangre y azufre, el cual se le calaba con facilidad hasta lo más recóndito de sus fosas nasales, provocándole náuseas y una incontenible tos seca. En medio de ese escalofriante panorama, la figura de una mujer desnuda, cuya tez y cabellera eran pálidas en extremo, de rasgos faciales que le parecían muy familiares, avanzaba despacio sin tocar el suelo, con una mirada llena de rencor. De repente, ella lanzó un estruendoso chillido hacia el firmamento. Todo el escenario comenzó a sacudirse de manera violenta hasta que se desató un terremoto de escala global. Desde el fondo de la tierra, comenzaron a emerger incontables seres tan descoloridos como la mujer que gritaba, y uno por uno fueron elevando sus voces hasta alcanzar la potencia del chillido de ella. Después, una infinita oscuridad acabó con esa parte de la visión.

La segunda escena que Emil contempló le quitó por completo el desasosiego que le había generado conocer la primera. En esta nueva imagen, el astro rey, con todo su esplendor, presidía un despejado cielo de intenso azul. El verdor poblaba los campos y ya comenzaban a brotar preciosas flores multicolores. Los pájaros cantaban sin cesar mientras jugueteaban con las incontables mariposas que revoloteaban por la pradera. Una cálida brisa le acariciaba la piel y despedía una leve esencia de lavanda, la cual resultaba muy relajante. No muy lejos de allí, podían escucharse las graciosas voces y risas de unos niños que tomaban un baño en un prístino riachuelo de aguas templadas. En ese instante, volteó a mirar hacia arriba y notó cómo descendía a toda velocidad desde los cielos hacia aquel prado una joven muy bella. Cabalgaba un brioso corcel dorado de impresionante tamaño. Llevaba puesta una túnica de blancura inmaculada que cubría la totalidad de su cuerpo. Sólo eran visibles su delicado rostro y sus abundantes cabellos de plata que ondeaban con el viento en todas direcciones. Al llegar junto a los niños, descendió del lomo del caballo y fue a su encuentro. Ellos se abalanzaron con cuidado sobre ella y la cubrieron de besos. La muchacha sonreía de oreja a oreja y acariciaba las cabecitas de todos los pequeños. De repente, alzó la vista y clavó su zafírea mirada en los ojos del fascinado Emil, dando así por concluida la segunda parte de la visión.

—Las dos escenas que te he mostrado se harán realidad. De Dahlia, Milo y tú depende cuál sea la que prevalezca —aclaró Sherezade.

Tras terminar su declaración, procedió a colocar alrededor del cuello de Emil un diminuto cristal transparente en forma de rosa que colgaba de una fina cadena de oro.

­—¿Qué es esto? —cuestionó él, con mucha curiosidad.

—Cuando llegue el momento, lo sabrás —fue todo lo que la doncella decidió revelarle.

Durante todo ese tiempo, Dahlia seguía dormida en brazos de su hermano. Él la veía con ternura y después pasaba a contemplar lo que estaba llevando a cabo Sherezade con su padre. Cuando Emil hubo acabado de recibir el impactante mensaje de la dama, de inmediato avanzó en dirección a sus hijos. No atinó a decirles nada, solo les sonrió y los tres se fundieron en un cálido abrazo, desbordando júbilo y afecto. Eso causó que Dahlia por fin despertara y, al encontrarse con los alegres rostros de su familia, se llenó de tranquilidad y correspondió sus sonrisas. 

La Legión de los Olvidados [Saga Forgotten #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora