El secreto de Fenrisulf

10.9K 455 280
                                    

Cedric no podía saber con certeza si habían transcurrido sólo unas cuantas horas o si habían pasado varios días ya desde el instante en que él se despertó, encontrándose solo, tumbado en el frío y húmedo piso de aquella diminuta celda. No había señales de vida cerca de ahí, pues el entorno que sus ojos alcanzaban a contemplar era oscuro y muy silencioso. De entre los resquicios de las macizas paredes de roca se desprendía un penetrante hedor a moho mezclado con herrumbre. Había intentado liberarse en repetidas ocasiones, forcejeando y contorsionando sus músculos de todas las maneras que se le ocurrían, pero no hubo ni un movimiento suyo que resultase fructífero. A pesar de que no tenía nada visible que lo obligase a mantenerse en posición horizontal, el príncipe sentía como si cientos de pesadas esferas de acero le oprimiesen el pecho, el abdomen y las piernas. Sus brazos parecían estar inmovilizados por unos gruesos y resistentes grilletes. Tenía la garganta muy seca e inflamada. Su estómago estaba revuelto y las potentes punzadas en su cabeza no cesaban de torturarlo. Sin embargo, su incapacidad para movilizarse y su creciente malestar físico eran los últimos elementos en la larga lista de preocupaciones que poblaban la atribulada mente del Taikurime. No podía evitar que sus pensamientos se concentrasen en Dahlia. Tenía que salir de allí a como diera lugar, pues estaba seguro de que la vida de la chica se encontraba en gran peligro.

—¡¿Hay alguien ahí afuera?! ¡Déjenme salir de aquí! ¡No pueden hacerme su prisionero si no sé siquiera de qué se me acusa! ¡Exijo que se me conceda una audiencia con el encargado de este lugar! —gritaba el joven, a voz en cuello.

Aunque ya sabía que ninguna de las Ocho Esfinges de la Vacuidad, esas enormes criaturas aladas con cuerpo de marfil y jade que custodiaban la entrada a aquella prisión, mostraría interés alguno por sus necesidades o peticiones, Cedric clamaba por su ayuda al menos una o dos veces por cada hora que pasaba. No tenía nada que perder, y quizás en algún momento, la suerte se pondría de su lado y recibiría un indulto, o al menos un poco de simpatía.

Mientras su vacía mirada se posaba sobre un punto fijo del sombrío techo del calabozo, espesas lágrimas cargadas de frustración, rabia y dolor le recorrían las sienes para luego caer sobre el suelo. "Ella me necesita, lo sé muy bien... Casi desde el mismísimo principio, supe que las cosas no marchaban como deberían. Algo muy extraño está sucediendo con sus pruebas... ¡Tengo que salir de aquí, incluso si eso me cuesta la vida después!" mascullaba para sí mismo.

Una minúscula Murániga, la cual estaba adherida a una de las paredes de ese lúgubre calabozo, se compadeció al ver el llanto sincero del joven. Comenzó a desplazar su cilíndrico cuerpecillo poco a poco hasta que sus diez bracitos hicieron contacto con la pavimentada superficie sobre la que yacía él. Una vez que se hubo estabilizado, con gran esfuerzo levantó su cúbica cabeza y fue arrastrando su translúcida figura de tono grisáceo, pues quería posarse justo al lado de Cedric. Apenas estuvo ubicada a una distancia lo suficientemente corta como para ser escuchada, la Murániga susurró al oído del muchacho unas hermosas palabras de ánimo.

—No pierdas la esperanza. Muy pronto saldrás de aquí, sano y salvo. ¡Cree en lo que te digo!

Esa extraña vocecita, casi imperceptible, causó un gran sobresalto en el agotado organismo del Taikurime.

—¿Me hablas a mí? ¿Quién eres tú? ¿Cómo puedes saber eso?

—Mi nombre es Véhari. Nunca dudes de los mensajes que provengan de una Murániga. Nosotras podemos saber si los sucesos se desarrollarán de manera positiva o negativa para alguien con sólo percibir el olor de esa persona.

—Espero, con todo mi corazón, que me estés diciendo la verdad. Hay una chica a la que debo ayudar, por lo cual es urgente que salga de aquí lo más pronto que sea posible.

La Legión de los Olvidados [Saga Forgotten #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora