Visiones

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Milo arqueaba su ceja izquierda y presionaba sus labios con fuerza, muy indeciso en cuanto a lo que debía hacer de allí en adelante. Sostenía el transparente globo con los cabellos de la Orankel en el interior usando solo las yemas de los dedos de su mano derecha. "¿Cómo sé que esa extraña mujer es confiable? ¿De dónde habrá sacado tanta información? ¿Qué haré si todo esto se trata de una trampa?" cavilaba él en voz baja. Comenzó a movilizarse de manera aleatoria, sin un rumbo fijo en mente, pues la interminable sucesión de interrogantes dentro de su cabeza no le dejaba espacio para ninguna otra clase de pensamientos. Decidió guardar la vítrea esfera en uno de los bolsillos interiores de la holgada gabardina negra que llevaba puesta sobre su camisa roja de algodón y sus pantalones azules de mezclilla. Luego de ello, colocó sus brazos en posición rectilínea, bien pegados a su cuerpo, y salió disparado, cual si fuese un raudo proyectil lanzado al vacío. La distancia que lo separaba del suelo se fue reduciendo poco a poco, hasta que su poderoso organismo por fin se decidió a hacer una breve pausa en su viaje.

Se posó con gran delicadeza sobre la cima de un bello acantilado calizo conocido como "Beachy Head", el cual se localiza en la costa sur de Inglaterra. Los cristalinos orbes del chico contemplaban con una extraña nostalgia el movimiento acompasado del relajante oleaje que rompía contra un faro rojiblanco, ubicado varios metros más abajo de donde él se hallaba. Sus agradecidos pulmones le daban una cordial bienvenida a las refrescantes bocanadas del gélido aire cargado de esencia salina tan característico de aquel paradisíaco lugar. De entre todas las maravillas naturales que había presenciado durante las múltiples excursiones realizadas desde que le fue permitido regresar a la Tierra, la que más le agradaba mirar era el imponente mar azul-verdoso.

—Dahlia, estoy casi seguro de que no puedes oír ni tan siquiera una de mis palabras, pero de todos modos necesito decirlas... ¡Te amo, hermanita mía! Haré todo lo que esté a mi alcance para cuidarte siempre. ¡Lo prometo! —clamó Milo, proyectando su voz hacia las aguas, como si desease compartir su sentido mensaje con los habitantes oceánicos también.

Un amigable anciano de corta estatura que iba de paso por la zona escuchó al joven mientras este emitía su juramento. A paso lento, se fue acercando, sin que el chico se percatase de su presencia.

—Disculpa, muchachito... No deseo molestarte o interrumpir tus momentos a solas, pero no pude evitar oír lo que decías... Sea cual sea la dificultad que está atravesando tu hermana, de seguro podrá salir adelante, pues al contar con un hermano que se expresa de manera tan afectuosa acerca de ella, no cabe duda de que estará bien protegida —declaró el viejecito, sonriendo casi como si de un padre se tratase.

—Descuide, buen hombre, no me ha molestado en lo más mínimo. Al contrario, agradezco mucho sus gentiles palabras —aseveró Milo, mientras inclinaba su cabeza hacia adelante, pues le parecía apropiado demostrar así su respeto por las personas mayores.

Ante la buena respuesta del chiquillo, el septuagenario se animó a continuar con el diálogo.

—Oye, hijo, se me acaba de ocurrir una excelente idea. ¿Te gustaría acompañarme a tomar una buena taza de té caliente con un suculento trozo de tarta de manzana? Estoy seguro de que te chuparás los dedos... Vivo muy cerca de aquí y siempre estoy solo, así que no me vendría nada mal un poco de compañía. ¿Qué me dices?

—Pues, claro que sí. Será un gran placer degustar su comida, señor.

—¡Oh, ya basta, hijo! No tienes por qué ser tan formal conmigo. Estamos en confianza. Llámame Geoffrey, por favor. ¿De acuerdo?

—Por supuesto, señor Geoffrey, como usted lo prefiera... Por cierto, mi nombre es Milo Woodgate, y es un placer para mí poder conocerle.

—¡Vaya, qué chico tan educado eres! Aplaudo el extraordinario trabajo de tus padres. Es muy raro encontrar jovencitos como tú hoy en día. La juventud de la actualidad es muy irreverente. En mis tiempos, una miraba reprobatoria bastaba para que dejásemos el mal comportamiento. Pero ahora a casi nadie le queda respeto alguno por la autoridad de los progenitores. ¡Es algo muy triste!

La Legión de los Olvidados [Saga Forgotten #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora