Cadena de atentados

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En la Ciudad del Vaticano, justo en el corazón de la Santa Sede, la serena y resonante voz femenina de quien tenía prisionero al Sumo Pontífice por fin rompió el inexplicable mutismo de todos los encapuchados.

—El ansiado retorno de su majestad, nuestra queridísima Nahiara, la excelsa emperatriz de la Legión de los Olvidados, por fin ha llegado. Hoy es un gran día de fiesta en su honor, por lo cual hemos de colmarla de los más selectos obsequios de bienvenida. Ella recibirá con mucho regocijo la sangre de los execrables seres humanos. ¡Oh, madre luna, contemplarás hoy la alegría de tu hermosa prole! —clamó triunfante Galatea.

Apenas hubo concluido de pronunciar la sílaba final de tan enigmática declaración, las brillantes hojas de acero de los puñales en las manos de los Olvidados actuaron en perfecta sincronía. Se deslizaron con rapidez y descomunal fuerza por las gargantas de los numerosos presidentes, secretarios, sacerdotes, senadores, comandantes y magnates repartidos por la totalidad del orbe. Una copiosa marea roja emanaba de las profundas heridas de los hombres y mujeres que en vano intentaban llevar una última bocanada de aire a sus pulmones. Tras un par de minutos, los miembros de la Legión unieron sus voces en un prolongado grito de guerra. De un solo tajo, separaron las cabezas de los asesinados de sus respectivos cuerpos y se las arrojaron a los pies de quienes estuviesen más cerca de ellos. Luego de hacer eso, colocaron ambas palmas abiertas sobre su pecho y miraron hacia arriba. Una densa niebla blanquecina los envolvió hasta que desaparecieron por completo, dejando como único rastro de su presencia una exuberante rosa blanca.

Una gigantesca nube negra acompañada de truenos y potentes vientos se formó en el cielo. No había un solo país en el mundo que se hubiese escapado de aquel repentino cambio climático. Todo lo que funcionaba con energía eléctrica ya no era de utilidad, puesto que hubo un gran apagón a escala mundial. Las calles estaban paralizadas debido a la congestión en el flujo del tráfico y a las frenéticas multitudes de personas que corrían y se empujaban, intentando hallar un sitio donde refugiarse. Un leve pero sostenido temblor en la tierra le dio el toque de gracia al caos generalizado. Nadie tenía idea de lo que estaba pasando ni tampoco había quien pudiese hallar una solución viable ante semejante catástrofe, la cual no tenía precedentes y era, además, de proporciones planetarias.

En poco más de treinta minutos, la humanidad entera estaba descontrolada por completo, movilizándose de un lado a otro, sin saber a ciencia cierta hacia dónde dirigirse. Múltiples pleitos callejeros y miles de accidentes mortales estaban desatándose como fruto del pánico y la desorientación absoluta que se habían apoderado de todos. Era obvio que no existían planes para contrarrestar los efectos de una hecatombe cuya llegada no se hubiera podido prever de ninguna manera. Aunado a ello, todos los países habían perdido a sus principales dirigentes de un solo golpe, con lo cual se les estaba dificultando aún más la toma de decisiones eficaces a quienes quedaron al mando.

Desde las entrañas del suelo, uno a uno los encapuchados fueron saliendo a la superficie. Miles de ellos aguardaban con gran paciencia las nuevas órdenes de Galatea. Mientras tanto, contemplaban con indiferencia a los débiles y asustadizos seres que se llamaban a sí mismos humanos. A los Olvidados les divertía en gran manera que tanto hombres como mujeres de todas las edades y tamaños huyesen despavoridos cuando se topaban de frente con uno de ellos. Una siniestra sonrisa se dibujó en los rostros de todos los miembros de la Legión en cuanto las frases que tanto anhelaban escuchar por fin fueron articuladas.

—¡Acorrálenlos de inmediato! Oblíguenlos a amontonarse dentro de los linderos de los símbolos de nuestra Legión. Quiero que todo esté preparado para recibir de manera apropiada a nuestra señora. Tan pronto como ella esté entre nosotros y nos deleite los oídos con su poderoso grito de guerra, podremos liberar a los Soldados Plomizos, Negros y Blancos. ¡Dense prisa!

Los Olvidados removieron las capuchas de sus cabezas, con la finalidad de lucir más temibles ante los ojos humanos. Después de eso, empezaron a proferir unos ensordecedores rugidos cual si fuesen leones hambrientos en plena caza. No quedaba una sola persona delante de su presencia tras su despliegue de ferocidad. Pero si por casualidad alguien se atrevía a desobedecerlos o tal vez el miedo le impedía moverse del sitio, los servidores de Nahiara levitaban hacia donde estas personas se hallaban, para así tomar las medidas necesarias. Los sujetaban de los cabellos o de la nuca y los lanzaban como si de piltrafas se tratase al sitio donde convergían quienes sí se habían movilizado apenas se les dio la orden. Con total eficiencia, la Legión logró acomodar a casi todos los habitantes de la Tierra dentro de los colosales círculos y óvalos cuyos límites estaban trazados en el suelo mediante millones de cristales de cuarzo y lustrosos ónices.

Era indudable que la desgracia se cernía sobre todos los habitantes del planeta. Sin embargo, aún quedaban unos cuantos seres humanos y no humanos que habían logrado escapar y ocultarse de los temibles Olvidados. Entre ellos se contaban tanto Milo como su padre, quienes estaban haciendo todo lo posible por idear una estrategia de ataque en contra del ejército bajo el mando de Galatea.

—¡Ya no podemos esperar más tiempo! Es obvio que Dahlia y Sherezade no van a regresar con nosotros todavía. Si no actuamos ya, el planeta entero sucumbirá ante la Legión. ¡Déjame ir y luchar, papá! ¡Para esto he estado entrenando mi vida entera! —voceó Milo, temblando de rabia.

—¡No, hijo! ¡Por favor, espera! Confío en que eres muy fuerte y sé que estás capacitado de sobra para toda clase de combates. Pero ambos entendemos que con la Legión no se juega. Un solo guerrero contra todo un ejército no tiene posibilidades reales de ganar. Tenemos que esperar a tu hermana y a Sherezade. Su ayuda y la de quienes ellas traigan consigo son indispensables si pretendemos salir airosos de esto —contestó Emil, esforzándose por sonar calmado.

—No lo entiendes, ¿verdad? Galatea está a punto de asesinar a millones de personas y tú me pides que me siente a esperar... ¡No lo haré! Siento mucho tener que desobedecerte esta vez, pero la inutilidad es algo que no va conmigo. ¡Adiós!

Antes de que el señor Woodgate fuese capaz de hallar una forma de detener a su hijo, este se elevó a un ritmo vertiginoso y salió disparado como un bólido hacia el continente europeo. Supuso que hallaría a la despiadada dama que estaba a cargo de los Olvidados todavía en el pequeño territorio de la Ciudad del Vaticano. Para su alegría, sus suposiciones fueron correctas. La halló de pie muy quieta sobre la cúpula de la Basílica de San Pedro. Ella no se sorprendió al verlo llegar, sino que más bien se permitió echarse a reír como una desquiciada.

—Te estaba esperando, mocoso. Gracias por venir a divertirme. Será un enorme placer para mí cercenarte el cuello a ti también —declaró la mujer, casi a gritos.

Milo desactivó el sistema de su escudo hexaédrico de neón, dejando expuesta su imponente forma de guerrero Keijukainen, un digno portador de la Daga del Protector. Agitó su larga cabellera olivácea y extendió sus tres coloridos pares de alas al máximo de su capacidad. Sus músculos se tensaron y sus luminosos ojos clavaron su mirada en la pálida adversaria que tenían ante sí.

—Nunca subestimes el poder de un Keijukainen. ¡Yo mismo me encargaré de que te arrepientas de haberte metido con la humanidad! —replicó el muchacho.

De inmediato, ambos contendientes se abalanzaron el uno contra el otro, utilizando toda la furia que albergaban en su interior como el motor de sus movimientos. El choque de sus cuerpos generaba amplias ondas expansivas que hubiesen tumbado con facilidad a casi cualquier persona. Con cada golpe que lograban asestarse, sus ánimos se caldeaban más y más. Ninguno parecía estarse debilitando, sino todo lo contrario. Una cruenta y prolongada batalla ya había comenzado...

La Legión de los Olvidados [Saga Forgotten #1]Where stories live. Discover now