Cumplimiento de una profecía

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Dentro de la mente de la rubia, otra batalla campal se estaba llevando a cabo de manera simultánea. La joven Woodgate podía verse a sí misma luchando cuerpo a cuerpo contra las amenazantes garras de Nahiara. Se miraban fijamente la una a la otra; la primera con gran temor, la segunda con infinita rabia. La Nocturna se esforzaba por clavar sus afiladas uñas en medio del tórax de la chiquilla, pero esta se le resistía al sujetarle las muñecas. Gruesas gotas de sudor poblaban la fruncida frente de Dahlia. El temblor de sus brazos revelaba que sus fuerzas ya se estaban agotando. En cambio, la reina de los Olvidados parecía estar adquiriendo cada vez más resistencia. Todo movimiento suyo se fortalecía a medida que los de la chica se debilitaban. La sonrisa de profunda satisfacción que se había dibujado en el blanquecino rostro de la cruel Nahiara terminó por quebrantar la escasa voluntad de lucha que aún le quedaba a Dahlia. Tan pronto como ella aflojó su agarre, la Nocturna se le abalanzó con violencia y le incrustó todos los macizos garfios que tenía por uñas en el pecho. La pelirrubia gritó desesperada hasta quedar afónica. De su suave carne brotaba tibia sangre a borbotones.

—¡Esto es sublime! Después de tantos siglos de amarga espera, por fin podré volver a estar al lado de mi pueblo. Juntos podremos extirpar a todos los asquerosos parásitos inservibles y viles que constituyen a la raza humana. No dejaré ni un solo rastro de su despreciable presencia en la Tierra. Nada que respire quedará vivo ante mi presencia. Y empezaré hoy mismo con esta dulce matanza. Tú, maldita niña, serás la primera en comprobar la veracidad de mis palabras —espetó Nahiara, a voz en cuello.

En el plano físico, el cuerpo de Dahlia caminaba sin que ella estuviese ejerciendo ni el más mínimo control sobre el mismo. Estaba siendo manipulada por la sombría fuerza proveniente de la Nocturna. Nadie que la conociera hubiera podido asociar aquella tenebrosa apariencia en su semblante con la dulzura en los gestos faciales que era tan característica de ella. La transparente burbuja rojiza que la circundaba ya había abarcado todo el espacio que formaba parte del Páramo del Engaño. Unas largas ramificaciones blancas en forma de venas empezaron a crecer y extenderse con rapidez por las paredes de la abovedada cúpula, lo cual causaba un fuerte temblor en todo el terreno. La entera dimensión oscilante de Solu estaba colapsando...

Sherezade estaba muy inquieta desde hacía ya incontables noches. Un sueño recurrente en el que visualizaba destrucción masiva y múltiples muertes la tenía inmersa en un estado de zozobra casi permanente. Algo en su interior le indicaba que Dahlia no estaba a salvo entrenando, como era de esperarse al haber aceptado realizar las pruebas de los Páramos de la Destrucción. Pero sabía muy bien que no podía hacer otra cosa que esperar, dado que no le estaba permitido intervenir a nadie más que a los representantes de las constelaciones encargadas del diseño de cada páramo. La Keijukainen se sentía intranquila y agotada en términos emocionales, pero no quiso quedarse de brazos cruzados. "Tiene que haber algo que yo pueda hacer para cerciorarme de que mi niña se encuentra bien. ¡Debo ver a Fenrisulf!" razonaba ella para sí.

Cuando se preparaba para abandonar sus aposentos, de inmediato la detuvo un sonoro estruendo, seguido de una fortísima sacudida que la hizo perder el equilibrio y caerse de rodillas. El dolor que le produjo el impacto contra sus articulaciones la obligó a reposar sentada en el piso por unos instantes. En cuanto se hubo recuperado, lo primero que hizo fue correr hacia la estancia donde se encontraban reunidos los miembros de la Alianza de Callirus. Abrió la enorme puerta de hierro y se adentró de manera brusca en la espaciosa sala, olvidándose de las formalidades protocolarias que dictaba la sociedad en la que vivía.

—Deben detener ahora mismo las pruebas de Dahlia. Resulta muy obvio para todos que algo muy malo está sucediendo dentro de Solu. Jamás se había dado un fenómeno sísmico en Cepheus. ¡No podemos quedarnos sólo mirando! —declaró la rosácea dama.

—Comprendemos tu inquietud y la compartimos. Pero ya conoces las disposiciones reglamentarias de nuestra confederación. Desde un principio se acordó que no se modificarían las decisiones tomadas por los encargados de los páramos. Si pretendes violentar las leyes, no recibirás nuestra ayuda para ello. El comandante Fenrisulf sabe muy bien lo que hace. Es un hombre de experiencia y tiene nuestra entera confianza. ¿Crees ser capaz de convencerlo para que saque a esa pequeña humana de ahí? Si es así, adelante. Pero no nos involucres en ello —manifestó Vincent, el presidente de la Alianza.

Sherezade frunció el ceño y apretó los puños. No podía entender cómo era posible tanta indiferencia ante la posibilidad real de que la vida de una muchacha estuviese en peligro. Se dio media vuelta y abandonó el lugar, imprimiéndole a cada pisada suya toda la furia que tenía contenida en su interior. "Fenrisulf me va a tener que oír. No le voy a permitir que siga adelante con esta atrocidad", monologaba ella en voz baja. La Keijukainen iba resuelta a darle auxilio a su amada niña a como diera lugar, sin importar si para eso tenía que desafiar a las autoridades y exponerse a que le impusieran algún severo castigo debido a su desobediencia premeditada de la ley...

La espalda de Cedric se arqueó y sus párpados se replegaron de golpe, dejando al descubierto sus inexpresivos ojos. Lejos de mostrar el cristalino verde de siempre, sus globos oculares estaban teñidos del más profundo negro. No había diferenciaciones de ningún tipo entre las pupilas, los iris y las córneas. Su mirada era idéntica a la de un cuervo muerto. Sin embargo, su débil respiración dejaba claro que seguía estando vivo, aunque ya no era dueño de sí mismo. Su cuerpo se puso en pie y avanzó con cuidado hacia la pálida figura de quien ahora lucía como la mismísima Nahiara.

Cuando estuvo justo detrás de ella, los brazos del Taikurime la envolvieron cual si de un apasionado amante se tratase. El rostro de la mujer adquirió una expresión muy extraña, puesto que se entremezclaban varias emociones distintas en un único gesto. Tenía contraídos los músculos de la frente, como si estuviese incómoda, pero sonreía de oreja a oreja. De su mirada brotaban chispas de ira y de regocijo en forma alternada. Era casi imposible definir lo que estaba pasándole por la cabeza en ese momento. No obstante, lo que ella hizo a continuación terminó por aclarar cuál era el sentimiento que predominaba en su alma. Dio un giro veloz sobre sus talones para así quedar cara a cara con Cedric. Descargó todo el odio que poseía mediante una brutal estocada hecha con las garras en su mano derecha, la cual dio de lleno justo en el medio del pecho descubierto del príncipe.

—Oh, madre luna, báñame con tu luz ahora. Has de contemplar muy gozosa mi retorno. El día de la última caída por fin ha llegado —musitó la descolorida fémina, con gran solemnidad.

Un estridente rayo cegador cayó junto a ellos, al tiempo que el último de los pétalos de la rosa blanca dibujada en el tórax del Taikurime abandonaba el tallo marchito...

La Legión de los Olvidados [Saga Forgotten #1]Where stories live. Discover now