Confesiones que liberan el alma

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Como si fuera por arte de magia los días comenzaron a avanzar, tras el incidente de la pastilla, al igual que mi relación con Lionel; hacia adelante y sin el menor altibajo

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Como si fuera por arte de magia los días comenzaron a avanzar, tras el incidente de la pastilla, al igual que mi relación con Lionel; hacia adelante y sin el menor altibajo.

Me sorprendía que a estas alturas no nos hubiéramos matado y más si me remonto al primer día que lo conocí, en el que lo más agradable de todo fue la vista de su trasero. Pero no quise darle importancia al comienzo de algo que ni siquiera nos planteábamos que fuera a suceder, y me centré en el ahora, en el instante en el que sus ojos se posaron en los míos y se achinaron ligeramente por la amplia sonrisa que tenía en sus labios.

— ¿En qué piensas? —preguntó mientras acariciaba mi hombro desnudo con la yema de sus dedos. Por más que lo pensase no encontraba un lugar mejor en el que estar en este momento que entre sus brazos, tras una larga y más que placentera sesión de sexo.

—Ahora mismo en nada.

—Eres una mentirosa horrible, menos mal que no te dedicas a ello porque no ganarías ni para comer —bromeó de forma descarada haciendo que en venganza le retorciera uno de sus pezones con cierta maldad. —Está bien, está bien, eres una mentirosa genial pero suéltalo ya —me pidió mostrando sus manos en señal de rendición.

No pude evitar sonreír. Si hace algo más de un mes me hubieran dicho que el chico malo del campus estaría en mi cama y con las manos en alto pidiendo clemencia los tomaría por locos.

— ¿Y qué más? —insistí presionando aun más su sensible piel con mis dedos. Al ver la mueca de dolor en su rostro aminoré mi fuerza pero aun sin liberarlo.

—Todo lo que quieras pero suelta —su tono más que de petición sonó de orden por lo que negué con la cabeza dejándole clara mi postura.

—Tienes que decir que soy la mejor, la más guapa, la más lista y sobre todo que estás loquito por mi —hablé con un tono de lo más infantil sabiendo de antemano que esas palabras jamás saldrían de su boca.

—Eso es la cosa más estúpida que he escuchado en mucho tiempo.

Sus palabras de provocación surtieron efecto y junto a su traviesa sonrisa lograron hacerme fruncir el ceño y echarle mi denominada ''mirada de la muerte''. Como era de esperar, y más conociéndole, se echó a reír como si fuera la cosa más graciosa del mundo y tras unos instantes de mirarle fijamente pareció darse cuenta de que este no era el momento de una carcajada.

—Está bien —cedió y no pude evitar esbozar una sonrisa, —lo haré en cuanto confieses que te mueres por mis huesos —finalizó. Me di cuenta en ese momento que mis dedos ya no agarraban su pezón, que lo había soltado en algún momento de la conversación sin darme cuenta y lo cierto es que no importaba lo más mínimo. Por más broma que fuera todo, un tono serio teñía su voz y comprendía perfectamente el porqué; aunque nos lo demostrásemos con hechos lo cierto es que nunca habíamos dicho lo que sentíamos o dejábamos de sentir el uno por el otro. Supe en ese momento que lo divertido se había convertido en algo serio.

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