Charla a media noche

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Tras abrir la puerta con la llave, giré el pomo con lentitud rezando mentalmente para que mi compañero de cuarto no estuviera. Asomé cual ninja la cabeza por el pequeño hueco que había abierto y sonreí ampliamente al descubrir que el moreno no estaba. Entré sin miedo, dejando la vergüenza de esa misma mañana de lado y dejé las dos bolsas que había comprado en el hipermercado sobre mi cama.

«—Creo que es el momento perfecto para ponerme a sacar todas mis cosas —pensé mientras que miraba de reojo las cajas que se encontraban en mi lado de la habitación».

Me recogí el pelo en un moño despeinado y miré hacia todos lados para plantearme por donde empezar. Decidí, instantes después, que lo mejor era ir sacando las cosas de las cajas e ir colocándolas en su sitio de una en una, sino iba a crear el caos.

Así que me puse manos a la obra. Comencé con una caja en la cual ponía ''Libros'' y en cuanto los saqué todos los coloqué en las pequeñas baldas que había en la pared. Proseguí con la ropa ya que era una necesidad bastante básica. Odiaba ordenar las camisetas, los pantalones y los vestidos, nunca supe doblarlos para que no se arrugasen así que mi método infalible era colgarlo todo en perchas. Guardé la ropa interior en los cajones y di por finalizada la organización de mis trapos.

Después decidí sacar las cosas de la caja que ponía ''Recuerdos''. En ella llevaba, literalmente, la mayor parte de recuerdos que tenía sobre mi infancia. Saqué un par de pequeños trofeos que había conseguido en primaria por presentarme a unos cuantos concursos de matemáticas. Aunque ahora mismo odiase esa asignatura de pequeña se me daba bastante bien. Es más, siempre que me pongo nerviosa en exceso tengo la extraña manía de contar lo que sea. De esa forma es como si desconectase del momento de tensión y al poco rato volvía a la realidad.

Tras esas pequeñas copas, me encontré con las medallas que mi padre encargó para cuando practicábamos defensa personal. Desde pequeña odiaba el deporte —hoy en día el máximo ejercicio que hago es ir a comprar la comida— así que mi padre a modo de motivación encargó medallas para cuando superaba sus pruebas. Por ejemplo, me regaló la primera cuando conseguí darle un puñetazo, la segunda fue cuando conseguí derribarle y la tercera y última cuando en el instituto un chico trató de pegarme y acabé rompiéndole la nariz. Papa solía llamarme ''pequeña heroína''. Me emociono solo de recordar estos fragmentos de mi vida y añoro la época en la que mi padre estaba ahí siempre.

Respiré hondo antes de dejar que la emoción invadiera mi sistema y seguí sacando los demás recuerdos que había traído conmigo. Había una foto que inmortalizaba un momento que no logro recordar en absoluto pero mi madre, mi padre y yo sonreíamos totalmente felices. Si no me fallan los cálculos esa fotografía nos la tomamos cuando yo tendía unos doce años y éramos una familia unida. Pocos meses después mi madre pidió el divorcio y en cuanto la tinta de los papeles se secó, mi madre me dejó en la puerta de la casa de mi padre y se fue. Ni siquiera me dijo adiós, su única despedida fue decirme que pronto volvería y que me quería más que a nadie.

Juegos salvajesWhere stories live. Discover now