Los ojos del dragón

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No recuerdo haber sentido un alivio más grande que cuando Lionel entró al baño, así que en cuanto lo hizo me tiré en la cama enloqueciendo completamente por lo que acababa de ocurrir. Traté de imaginarme que todo fue un sueño, un ardiente sueño pero ¿Cómo engañarme cuando aún podía sentir sus imparables manos acariciando mi piel?

Sabía que analizarlo no iba a llevarme a ningún sitio, mucho menos a una rápida e indolora respuesta, así que no lo hice, ni siquiera lo intenté. Lo que si traté es de aceptar lo que acababa de pasar, aunque fuera pésima haciéndolo.

Procesé el hecho de besarnos sin demasiada dificultad, era obvio que había una atracción muy grande entre ambos desde el momento en el que nos vimos por primera vez, procesé mi cuerpo desnudo pegado completamente al suyo como si se tratase de uno solo, pero lo que no pude procesar es el descontrol de emociones al que me llevó. Y lo peor es que lo que me hizo sentir era tan típico y cliché en libros que he leído, que debería tener una maldita respuesta, una que por motivos superiores a mí misma no encontraba.

Fue en ese momento en el que fugazmente la idea de tener una historia de amor de novela con Lionel atravesó mi mente pero mi risa de incredibilidad la hizo desaparecer al instante.

No soy estúpida, tengo muy pero que muy claro que he disfrutado de todas y cada una de las cosas que han pasado en este cuarto hace apenas unos momentos sin embargo me encontraba en la encrucijada de siempre; sabía que esto no iba a terminar bien, al menos no con Lionel. Siempre intentaba quitarle atractivo en mi mente, mejor dicho intentaba verle como un ogro para no sentirme atraída y no caer en su juego, el problema es que acababa de caer, y el otro problema es que me había gustado la caída.


«—Ha pasado una semana y ya estás haciendo de las tuyas, Cleo, madura —me regañó la voz de mi conciencia, la cual ignoré completamente como siempre hacía».


Oí el agua como Lionel abría el agua de la ducha y por un instante de pura debilidad pensé en meterme con él y de terminar lo que había comenzado. Como si mi balanza interior estuviera buscando razones para inclinarse a favor de una u otra decisión, los recuerdos de sus besos, de su manera de tocarme, de sentirme hacían que la temperatura de mi interior subiera de nuevo. Seguramente lo hubiera hecho si no fuera por la regla. Que demonios, seguramente no, cien por cien segura.


«—Gracias, Andrés —pensé y nunca imaginé que esas dos palabras saldrían de mi boca».


Mi piel seguía ardiendo, ardiendo de deseo y necesidad, sin embargo tenía claro que no iba a pasar nada; primero porque no podía por motivos obvios pero principalmente porque tenía miedo de que si ya me sentía así respecto a él, que pasará si nos acostamos.

Juegos salvajesWhere stories live. Discover now