Confesiones que liberan el alma

Comenzar desde el principio
                                    

«—Vamos, Cleo, no es tan difícil, tan solo tienes que abrir la boca y decirlo —me presioné esperando que realmente funcionase».

Lo único que obtuvo Lionel de mi parte fue silencio. Crudo y frío silencio.

—Pensé que estaba muy claro lo que siento por ti —traté, en vano, de retrasar lo inevitable diciendo algo tan cliché pero totalmente cierto.

—Y está claro pero quiero escucharlo salir de tu boca.

—Fuera de todo pronóstico y lógica existente estoy loca por ti —logré pronunciar casi como si con esas palabras estuviera quitándome un gran peso de encima, que aunque no fuera de forma literal, tras decirlo me sentía como si pesase una tonelada menos. Sus ojos seguían puestos en mí de forma expectante, casi como si tratase de quedarse con cada palabra, cada gesto y mueca de mi rostro a la hora de dedicarle esas palabras y cuando logró absorber cada instante sonrió de una forma que jamás lo había visto. Era una sonrisa dulce, casi tímida, nada presumida y totalmente pura. Y si me seguía sonriendo así el mundo dejaría de doler, mejor dicho, ¿A quién le importaría el mundo teniendo su sonrisa?

—Pues que suerte porque ahora somos dos locos consumidos por la misma locura —me confesó sorprendiéndome una vez más por la elección de sus palabras que, lejos de desagradarme, comprendí como si las hubiera dicho yo misma. Mi corazón se aceleró nada más escucharle y, por extremadamente irracional que suene, pude sentir como mi corazón sonreía al saber que ya nunca estaría solo.

No me detuve al sentir la necesidad de besarle y me lancé a hacerlo como si de ello dependiera mi vida. Nuestro beso fue apasionado, rudo, necesitado, hasta que nos dimos cuenta de que ya no era ese tipo de beso el que buscábamos, el que queríamos compartir, y lo fuimos ralentizando hasta que nuestras bocas se convirtieron en una mezcla de pasión y cariño. Fue justo ese instante en el que comprendí que, de una manera de la que ni siquiera nos dimos cuenta, fuimos encajando como dos piezas de puzle únicas en su especie, incapaces de combinarse de otra manera que no fuera la nuestra. Nosotros mismos completábamos nuestro propio camino.

—Jamás me podía haber imaginado acabar así —dije casi como si estuviera pensando en voz alta. —Y no puedes culparme, eras un gran cretino —traté de bromear aunque como siempre lo hice en el momento menos oportuno. La sonrisa que había esbozado Lionel minutos atrás no parecía querer desaparecer, seguía puesta en sus labios, y eso me hizo ver a Lionel de una forma más tierna de lo que estaba acostumbrada.

—Así que un gran cretino... —repitió mis palabras mientras buscaba la mejor manera de devolverme ese ataque tan innecesario. —No, creo que sigo el mismo de antes, tu has sido la que ha cambiado. Has cambiado por mí, Cleo —pronunció con cierto orgullo tiñéndole la voz. Al mismo tiempo que lo escuchaba mis dedos se habían entretenido en acariciar tu costado y disfrutaba de su piel completamente erizada por el contacto de mis dedos.

—Seguramente. He de reconocer que me he vuelto una aburrida y antipática y la única explicación que se me ocurre es tu presencia —mi tono serio y mis palabras saliendo como si se tratase de una maquina lograron que su sonrisa se desvaneciera y que una pequeña arruga se adueñara de su frente al fruncir el ceño. —Se me olvidaba lo malhablada y arrogante.

Podía palparse en el ambiente lo descolocado que estaba, esa era la idea, pero en cuanto lo vi que interiorizaba mis palabras tratado de buscar una lógica di por finalizado el juego.

—Para que luego digas que soy mala mentirosa —me descubrí haciendo que su expresión fuera completamente distinta; parecía cabreado. —Vamos, no puedes enfadarte por esto, era una broma.

—En realidad si que puedo enfadarme pero no lo haré porque vas a compensar tal ultraje a mi persona y sobre todo a mi ego. Y tengo muchas ideas en mente, Cleopatra —en cuanto dejó de hablar pude sentir su cuerpo encima del mío, aplastándome pero sin hacerme el menor daño, y sus brazos me apresaron en cuanto traté de huir de la tormenta que se avecinaba. Pero ¿Quién es su sano juicio querría huir del huracán Lionel? Exacto, absolutamente nadie.

Juegos salvajesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora