Capítulo 35

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La madera cruje bajo mi peso y conforme avanzo a través de la taberna siento varios ojos sobre mí. Un chico joven de pelo rubio platino me observa con desconfianza cuando me encamino hacia Nina, que descansa en uno de los extremos de la barra. Sentada sobre un alto taburete, me da la espalda mientras apoya su peso sobre sus codos. Su cabello dorado cae alrededor su rostro ocultando su expresión.

Tan sólo unos pocos pasos nos separan cuando un ligero movimiento llama mi atención. Al otro lado de la barra, una mujer con extraños mechones de color rosado adornando su cabello recogido en una pequeña coleta en la parte posterior de su cabeza, recoge unas hojas de papel blanco y algunos carboncillos. Después, continúa con su trabajo ordenando los vasos de cristal y limpiando la barra con ayuda de un trapo húmedo.

Entonces, alcanzo a Nina y cualquier otro pensamiento que no sea ella se desvanece de mi mente.

Nina

Al escuchar mi tono bajo, Nina eleva su cabeza de golpe y se gira sobre el taburete para poder enfrentarme. Con sus dedos retira algunos de los mechones de su fino cabello rubio que se pegan a la piel de sus mejillas y los coloca detrás de la curvatura de sus pequeñas orejas.

Ryker —exhala ella con el alivio tiñendo su voz y sus ojos escanean mi cuerpo con preocupación —. ¿Estás bien?

Sé que ella estaba escuchando durante mi conversación con Amara pues su característico olor endulzaba el ambiente alcanzando mis fosas nasales incluso a varios metros de distancia. También sé que sufría al escuchar las dolorosas palabras de Amara. Nina es amable, generosa y demasiado empática.

Eso a veces me preocupa, pues aquellos que son tan buenos son demasiado fáciles de dañar.

Observo sus preciosos ojos del color del cielo y asiento. Entonces, ella muerde su labio inferior conteniendo su intensa curiosidad. Me resulta tan fácil leer sus expresiones que a veces pienso que compartimos una extraña conexión, fuerte y magnética.

Doy un paso más acortando el espacio que nos separa y me detengo a un suspiro de distancia. Las yemas de mis dedos hormiguean con la intensa necesidad de tocarla, así que elevo mis manos y acaricio sus cálidas mejillas. Su piel es suave bajo mis dedos, como las tiernas briznas de hierba que crecen bajo los rayos del sol al llegar la primavera y sobre las que dormitaba cuando tan sólo era un lobo.

Inspiro el agradable aroma que desprende y, después, dejo que el aire escape lentamente a través de mis fosas nasales.

— No te preocupes, Nina —respondo sosteniendo su mirada —. Todo va a ir bien.

Ella alza sus manos para posarlas sobre las mías a ambos lados de su rostro y sonríe ligeramente.

— Esa frase es mía, ¿sabes? —susurra ella con cierta diversión y noto como una fuerza invisible tira de las comisuras de mis labios hacia arriba.

He perdido la cuenta de cuantas veces me ha prometido lo mismo.

— Soy un buen alumno — respondo con una media sonrisa, para después inclinarme hacia delante y besar sus labios.

Sus dedos se cierran alrededor de mis manos, que continúan acariciando su rostro, y me devuelve el beso con la dulzura que la caracteriza. Nina es distinta a mí, un lobo con hambre por la caza, y aun así me siento tan atraído por ella...

Bajo las yemas de mis dedos siento como su rostro se calienta y, a pesar de que mis ojos están cerrados, la conozco lo suficientemente bien como para saber que su piel se está tiñendo de intenso color rojo, así que me retiro.

El deseo del ave enjaulada © #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora