Capítulo 5

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1 año, 6 meses y 23 días antes...

— ¿Qué es lo primero que harás cuando salgamos de aquí? —pregunta mi hermano desde su posición sentada sobre el camastro.

Él apoya su espalda contra la pared de grueso hormigón y gira su rostro en mi dirección cuando hace su pregunta. Los mechones cortos de su cabello rubio, similar a la tonalidad de los pequeños granos de trigo, roza la parte superior de su frente y de sus orejas redondeadas mientras sus ojos azules me miran con curiosidad.

Junto al panel de cristal, que funciona como cuarta pared de mi celda, suspiro. Apoyo mi hombro contra el cristal mientras deslizo mis dedos sobre su tibia superficie. La marca de mis huellas sólo permanece un par de segundos, después, se desvanece.

— No lo sé —niego y mi cabello, algo más claro que el de mi hermano, se desliza por delante de mis hombros cayendo más allá de mi pecho —. Ni siquiera vale la pena pensarlo.

La negatividad tiñe mis palabras con un tinte oscuro y lúgubre. Hace tiempo que deje de soñar con la posibilidad de escapar.

— ¡Vamos, hermanita! — exclama él esbozando una suave sonrisa. A pesar de que tan sólo nos llevamos dos años y medio, me sigue hablando como si fuese una niña pequeña. Algo muy lejos de la realidad pues no hace mucho que cumplí veinticinco años —. Algún día conseguiremos salir de aquí y, cuando eso ocurra, querrás tener algo que hacer... algo que hayas deseado durante todo este tiempo.

La esperanza que brilla en sus ojos claros es tan grande que incluso consigue penetrar ligeramente en mi corazón. La sensación me provoca un temblor que recorre mis brazos. ¿Y si mi hermano tuviese razón? ¿Y si algún día consiguiésemos salir? Entonces, ¿qué es lo primero que querría hacer?

— Volar... — la respuesta llega inmediatamente a mi mente. Mi brazo se extiende hacia delante mientras mis dedos serpentean sobre el cristal —. Querría extender mis alas y elevarme en el cielo, por encima de las nubes.

La anhelada imagen aparece en mi mente y las comisuras de mis labios se elevan. No me había percatado de que lo deseaba tanto hasta que las palabras han salido de mi boca.

Ellos nos han hecho algo.

No podemos transformarnos.

Mis músculos lloran cada día por no poder adoptar la forma de un ave. Es algo tan necesario para nosotros como el simple acto de respirar, pero por mucho que lo intentamos, por mucho que ambos nos esforzamos hasta el punto de desfallecer, no hay forma alguna de conseguirlo.

Somos halcones. Sin embargo, se siente como si nos hubiesen cortados las alas.

La mirada en los ojos azulados de mi hermano se ablanda al escucharme.

— Lo sé —murmura él —. Yo también lo necesito.

Por un breve segundo creo ver como su esperanza se tambalea, pero inmediatamente, tan rápido que creo habérmelo imaginado, se restablece con firmeza. Él es mi fuerza en este lugar. Me mantiene cuerda y sujeta para que no me hunda en la desesperación. Si no estuviese aquí, no sé qué sería de mí.

— ¿Y tú? —pregunto después de unos minutos de silencio que se establecen entre nosotros. Un pequeño momento en el que ambos soñamos con las nubes, el cielo y el viento deslizándose a nuestro alrededor —. ¿Qué es lo primero que harás cuando salgamos?

Su sonrisa crece cuando me escucha hablar de esa manera, como si fuese un hecho y no una posibilidad. Después, sus mejillas adquieren una suave coloración rojiza y parece titubear. La curiosidad me invade inmediatamente y apoyo ambas manos sobre el cristal inclinándome hacia delante hasta que tan sólo unos escasos milímetros separan mi nariz de su superficie.

El deseo del ave enjaulada © #3Where stories live. Discover now