Capítulo 11

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183 segundos... 184... 185...y, después, la oscuridad me atrapa. Cuando vuelvo a despertar ya no estoy en mi celda sino tumbada sobre una camilla acolchada. Parpadeo ligeramente hasta que me doy cuenta de que no estoy sola en la habitación. Se escuchan unos pasos cada vez más cercanos y, entonces, se detienen a mi lado.

Cierro los ojos de nuevo y trato de mantener mi respiración profunda y constante, aunque mi corazón comienza a latir de forma apresurada. Los efectos del gas todavía son intensos y la oscuridad de mi mente ondea como si fuese un barco mecido por la mar. Si no estuviese ya tumbada, probablemente me desplomaría sobre el suelo por el azote de las olas contra mi organismo intoxicado.

Un ambiente silencioso y ligeramente fresco me rodea. Me siento desnuda a pesar de notar la tela de mis habituales ropas blancas contra mi piel. Entonces, escucho una respiración y casi puedo su notar su intensa mirada clavada en mi rostro.

— Tan hermosa... — susurra su voz y, a continuación, siento el roce de unos dedos que acarician mi sien para después descender por mi mejilla y seguir el contorno de mi barbilla.

Mi corazón se desboca en el interior de mi pecho que, de repente, se siente aprisionado. Por más que intento mantener la calma, no puedo evitar que mis pulmones se atraganten levemente con el aire que se precipita hacia ellos. Sin embargo, el hombre que me acaricia no parece darse cuenta del cambio que produce su asqueroso toque y continúa alabando mi aparente belleza.

Las náuseas ascienden desde mi estómago y siento el intenso deseo de apartarme de su alcance, pero no lo hago. En su lugar, permanezco inmóvil... soportando.

El resto de sus dedos se unen a los anteriores y ahora es su mano entera la que se desliza apreciando la suavidad de la piel de mi cuello y se encamina más abajo. Roza el borde de la tela próxima a mi clavícula y creo no poder aguantarlo más.

Estoy a punto de reaccionar, de descubrirme a mí misma, cuando alguien más parece entrar en la sala.

— ¿Qué narices haces? —pregunta otro hombre y en su tono bajo percibe una clara irritación —. No tenemos tiempo para esto.

El toque que invadía mi cuerpo desaparece, pero no el peso de su atenta mirada sobre mí. Un escalofrío recorre mi columna vertebral mientras presiono los dientes con fuerza intentando no gritar.

Es él, lo sé.

No necesito verlo para saber que es ese hombre, uno de los guardias uniformados de negro... aquel que siempre parece mirarme como objeto de su deseo.

De repente, el miedo sobrepasa a la repulsa. ¿Qué otras cosas habrá hecho cuando verdaderamente yacía inconsciente sobre esta camilla? Ajena a lo que ocurría en el exterior podría haberme tocado como lo ha hecho hace tan sólo unos segundos. El sólo pensamiento me aterra más de lo que podría imaginar.

¿Cuantas violaciones he sufrido ya? Qué experimenten con mi cuerpo, que me toquen de tal manera sin mi permiso, que me miren con pensamientos lascivos en mente...

Tan sólo quiero llorar.

Finalmente, ambos abandonan la habitación y mi pecho se mueve de forma acelerada con los jadeos de mi miedo y el sollozo que se me escapa. Mis párpados se separan e inmediatamente soy cegada por la intensa luz que brilla sobre la camilla, así que giro la cabeza tratando de proteger mis ojos. Entonces, me doy cuenta de que mi visión no es tan borrosa como otras veces sino, tan sólo, un poco aguada por las lastimosas lágrimas que se agolpan hacia la periferia de mis ojos.

El haber estado varios minutos despierta, pero inmersa en la oscuridad de mi mente ha hecho que mi centro de equilibrio se restaure poco a poco permitiendo, así, que mis sentidos se aclaren.

El deseo del ave enjaulada © #3Where stories live. Discover now