Capítulo 10

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Tumbada sobre el incómodo camastro de mi celda, suspiro profundamente. Mi cabeza está junto al borde y los finos mechones de mi claro cabello caen por el lateral quedando a tan sólo unos pocos milímetros de tocar el suelo.

He estado intentando conseguir lo que Nhor quería de mí. Volver a la superficie de la consciencia después de que el implacable gas me hubiese arrastrado hacia el fondo lejos de ella. Sin embargo, lo que en teoría parece sencillo, no lo es tanto en la práctica.

Contener la respiración durante el tiempo que el gas tarda en inundar el espacio entre estas cuatro paredes me resulta sencillo. Después de cinco años de práctica apenas debo esforzarme para lograrlo sin problemas, pero la parte difícil llega cuando comienzo a despertarme del profundo sueño en el que su irritante toxicidad me sume.

Al separar mis párpados, mi visión no es perfecta. Un manto borroso se instala frente a mis ojos y la luz que brilla intensamente sobre la camilla me deslumbra hasta tal punto que soy incapaz de ver más allá de mi propia nariz. Después, las restricciones que mantienen mis muñecas y tobillos amarrados a la camilla se convierten en otro impedimento. No parecen estar muy fuertemente atadas, pero la desorientación que me invade al despertar provoca en mí una repentina pérdida de fuerza que me impide deshacerme de ellas.

Aunque no puedo negar que hay algo en lo que Nhor tenía razón. Pasan algunos minutos en los que me encuentro sola en esa pequeña y fría habitación. El silencio me rodea... no se escucha ni una respiración, pero este momento de quietud no dura demasiado y poco después varias personas desconocidas entran en la sala y me colocan una mascarilla sobre mi boca y mi nariz. Finalmente, soy sumergida de nuevo por las cadenas de la inconsciencia.

El paso de las semanas sin resultado está causando una presión y una frustración tan grandes que me llevan a creer que en algún momento podrán conmigo.

En ese momento, el sonido constante de una profunda respiración acompañada de varios resoplidos llama mi atención. Todavía tumbada sobre la cama, con los brazos y piernas estirados sobre el fino colchón grisáceo del camastro, giro la cabeza levemente para observa a Ryker.

El sudor desciende por su torso desnudo formando diminutas gotas que a su paso dejan un fino reguero de humedad. La luz de los halógenos se refleja en ellas creando pequeños destellos sobre su piel. Tumbado boca arriba sobre el suelo de cemento, con las rodillas flexionadas y los brazos cruzados tras su cabeza rapada, se ejercita haciendo abdominales.

Nhor pensó que, si no lo hacía, comenzaría a perder su musculatura y nuestras posibilidades de escapar (si algún día consigo llevar a cabo mi parte del plan) se reducirían. Así que hablé con Ryker y le expliqué que es lo que debía hacer para que eso no pasase. Desde entonces, cada día, realiza varios ejercicios en el interior de su celda. Un espectáculo digno de ver.

Ryker toma una profunda inspiración y deja caer su cuerpo hacia atrás hasta que su espalda toca brevemente el suelo. Después, se impulsa hacia arriba hasta quedar en posición sentada. En ese preciso instante en el que la fuerza tira de sus músculos para ayudarle a subir, sus bíceps se tensan incrementando su tamaño de forma notable.

Soy incapaz de apartar los ojos y lo observo atentamente mientras él continúa con sus ejercicios durante varios minutos más hasta que parece percatarse de mi atención sobre él. Entonces, se detiene dejando salir el aire de forma lenta por la pequeña separación entre sus labios. Siento como el oxígeno también abandona mis pulmones, al mismo tiempo que el suyo, mientras su intensa mirada ambarina cae sobre mí.

Sus manos salen de detrás de su cabeza para apoyar los antebrazos sobre sus rodillas todavía flexionadas y los segundos pasan mientras permanece en esa posición simplemente mirándome.

El deseo del ave enjaulada © #3Where stories live. Discover now