Capítulo 13

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Han pasado tres días desde que intenté sabotear el transformador que provee de energía a estas instalaciones. Sin embargo, mis estúpidos y desesperados intentos no parecen haber surtido efecto pues las malditas luces que brillan con una intensidad extremadamente pálida continúan funcionando sin problemas.

Sentada sobre el camastro y con las piernas cayendo por su lateral, me inclino hacia delante escondiendo mi rostro entre mis rodillas ligeramente separadas. La visión del suelo de cemento calma ligeramente la frustración que en mi pecho se levanta.

Lo peor de todo es que Nhor no ha vuelto a hablarme desde entonces. Cientos de veces he intentado preguntarle qué es lo que vamos a hacer ahora, pero su presencia parece haberse apagado tal y como ha sido durante todos estos años en los que no solía dirigirse hacia mi hermano y hacia mí. Tan sólo su canto, de vez en cuando, atraviesa el estrecho pasillo que separa nuestras celdas.

Algunos minutos más tarde, elevo mi rostro y giro mi cabeza en dirección a la celda de Ryker. Él ha vuelto hace un par de horas y desde entonces no ha dicho ni una sola palabra. De pie, a pocos centímetros de una de las paredes del pequeño habitáculo que lo encierra, observa el hormigón con mirada vacía. Su torso se mueve lentamente con cada respiración como si una inquietante calma lo asolase.

Lo llamo y él no responde. Es como si no pudiese escucharme, como si la simple pared hubiese absorbido su atención haciéndole olvidar el mundo a su alrededor.

La preocupación se entremezcla con el tormento de la culpa por no haber podido ayudarlo en aquel momento.

Me levanto del incómodo y duro camastro y, acompañada por el crujido de los muelles metálicos al verse abandonados por mi peso liviano, me aproximo hasta el grueso cristal de mi celda.

Ryker —lo intento de nuevo con desesperación —. Ryker, ¿puedes oírme?

No hay ningún cambio en su enorme cuerpo que me indique que la respuesta a esa pregunta sea positiva. El brillo usual que caracteriza su intensa mirada ambarina se vislumbra apagado y mi corazón palpita con pesar.

Ryker, por favor, contéstame —le imploro.

Sin embargo, él continúa contemplando la pared de cemento con detenimiento. De repente y de forma brusca, su cabeza se sacude. El inesperado movimiento me hace retroceder un paso. Ha sido como si alguien le hubiese tirado un balde de agua fría.

¿Ryker? —lo llamo con cierta esperanza, pero el sentimiento muere abruptamente cuando su cuerpo musculoso se precipita hacia delante estrellándose contra la dura pared.

Mis ojos se amplían con horror y grito su nombre. El traqueteo de mi corazón se desboca mientras lo observo golpear la pared, una y otra vez, con sus puños, sus codos y sus hombros. Parece obcecado en derribarla, un pensamiento irracional teniendo en cuenta que sabe perfectamente que algo así es imposible.

El sonido de su cuerpo golpeando el hormigón envía escalofríos a través de mi espalda. A pesar de que continúo pronunciando su nombre con desesperación y urgencia, Ryker se mantiene en sus trece y el temor de que pueda causarse un terrible daño se incrementa cuando descubro la sangre tiñendo sus nudillos.

Durante unos segundos, él se detiene para recuperar el aliento y poco después contengo la respiración cuando observo con impotencia como, en vez de usar sus manos heridas o cualquier otra parte de sus brazos o piernas, elige su cabeza para golpear el muro.

Las lágrimas comienzan a caer por mi rostro.

Le han hecho perder la razón, lo sé. Cortaron su largo cabello con el objetivo de facilitar la colocación de esos electrodos para, así, poder alterar la actividad normal de su cerebro. Tantas otras veces ha presentado extraños comportamientos erráticos, explosiones de ira y violencia desenfrenada y, sin embargo, había creído ingenuamente que se debían al hecho de haber sido forzado a adquirir forma humana cuando toda su vía había transcurrido como un animal. Por desgracia, ahora me doy cuenta de que su comportamiento era consecuencia de los experimentos a los que estaba siendo sometido y que, poco a poco, han ido afectando a su cordura.

El deseo del ave enjaulada © #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora