Capítulo 34

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RYKER

Mis garras, fuertes y afiladas, se hunden en la tierra con cada paso, con cada salto... Los gruesos troncos de los árboles me rodean, grisáceos como las nubes de una tormenta embravecida, con grietas que cortan a través de su corteza y con las raíces emergiendo de las profundidades.

El crujido de las hojas tintadas de tonos rojos, amarillos y marrones, que cubren el suelo creando un manto espeso, se eleva a mi alrededor junto a mi agitada respiración.

En mi forma de lobo me siento más ligero. Mis músculos se mueven exactamente como yo quiero, similares a los complejos engranajes de un reloj. La vibración de mis células y el ardor que corre por mis venas todavía persiste largo tiempo después de haber abandonado mi cuerpo humano.

Han sido meses desde la última vez que recorrí estos terrenos, pero sigo recordando cada recoveco, cada sendero... y me muevo con soltura sin apenas pararme a reconsiderar la dirección que estoy siguiendo.

A lo lejos vislumbro una zanja cavada en la tierra y, cuando la alcanzo, salto. Mi pesado cuerpo se eleva en el aire con agilidad y alcanzo el otro lado. Pequeñas piedrecitas saltan con el impacto quedando olvidadas, cuando comienzo a correr por el territorio de los lobos y al unísono los aullidos comienzan. Se elevan en el aire como un agudo canto indicando mi llegada y numerosos lobos aparecen de entre las sombras creadas por los enormes árboles que parecen querer tocar el cielo con sus ramas casi desnudas. Me observan entre los secos matorrales y algunos incluso corren a mi lado. Inmediatamente siento esa fuerte sensación de unidad y de pertenencia.

Poco a poco, los lobos de la manada van quedando atrás. Apenas un par permanecen a mi vera cuando alcanzo la zona más profunda del bosque. Olvidada, salvaje y descuidada. Afiladas ramas y espinosas zarzas se interponen en mi camino, pero sin importar los cortes que producen en mi piel, me lanzo hacia delante.

Delta mantiene mi ritmo sin apenas esfuerzo. Es rápido y ágil. Un rayo plateado que esquiva las espinas y raíces que intentan detenernos. Leah es inteligente e incluso parece saber dónde va a caer incluso antes de tocar el suelo. Ambos se mantienen a mi lado sin intención alguna de dejarme avanzar solo.

Entonces, los tres nos detenemos pues, frente a nosotros, el bosque se ha vuelto completamente oscuro. Las sombras invaden el lugar como un manto ponzoñoso que trata de engullirlo todo. El sol se está escondiendo y sus rayos apenas alcanzar la superficie del suelo.

La noche pronto se cernirá sobre el bosque y tan sólo el brillo de los ojos de las bestias se vislumbrará en la negritud.

Se hace el silencio a nuestro alrededor. Parece como si estuviésemos completamente solos en esta enterrada porción de bosque. Sin embargo, todos mantenemos los ojos fijos en el frente pues somos capaces de sentir su vibrante presencia.

Entre las sombras se esconde algo. Dos rubíes de intenso color rojizo nos devuelven la mirada.

Repentinamente, un bajo gruñido hace temblar el suelo bajo nuestras patas y los dos lobos más jóvenes retroceden con la cabeza baja. En cambio, yo permanezco inmóvil e impertérrito ante el sonido de advertencia. Mi respiración es pesada y sacudo la cabeza una sola vez tratando de deshacerme de la mala sensación que deja la desobediencia sobre mi piel.

Entonces, otro gruñido, mucho más fuerte y temible que el anterior, corta a través de la oscuridad mientras el lobo avanza con paso lento. Primero una pata y luego otra. Después, un hocico negro como el carbón seguido de un rostro surcado de antiguas y devastadoras cicatrices. Sus orejas inclinadas hacia atrás y su denso pelaje blanco tan revuelto como la espuma del mar. Inmediatamente, sus ojos de intenso color rojo caen sobre mí y sus fauces se abren para mostrar unos dientes afilados.

El deseo del ave enjaulada © #3Where stories live. Discover now