Capítulo 1

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Lo primero que siento al despertar es frío. Un frío cortante e intenso procedente del suelo de cemento blanquecino sobre el que me hallo tirada. Intento moverme y una punzada de dolor atraviesa la parte baja de mi espalda, justo donde la pistola eléctrica fue presionada. Es entonces cuando recuerdo que mi hermano está muerto.

Me quedo paralizada sobre el gélido suelo. No sé cuánto tiempo me mantengo de esta forma. Segundos, minutos, horas... soy incapaz de moverme.

Mi hermano está muerto.

La única persona por la que me mantenía cuerda. Mi amigo, mi familia, mi sangre...

Se escucha el sonido de una puerta cerrándose con fuerza que corta el silencio sepulcral que me rodea. Algo parece hacer contacto por fin en mi cabeza y me muevo. Me incorporo lentamente apoyándome sobre las palmas de mis manos y elevo la mirada. No debería haberlo hecho porque frente a mí hay otra celda. Exactamente igual que la mía, tres paredes de hormigón y una de cristal grueso, sólo que ésta ahora está vacía. Antes no... antes solía ocuparla mi hermano.

Mi hermano está muerto.

Mi respiración se acelera mientras mis ojos recorren el pequeño camastro de color gris oscuro junto a la pared y el inodoro de metal varios pasos más alejado. No hay nada más. Ni ventanas que dejen pasar la luz natural, ni muebles que decoren el lugar, ni color en sus paredes. Sólo el duro hormigón, el frío cemento y el odioso cristal trasparente.

Siento como si mi corazón se encogiese en mi pecho. Cada vez más y más pequeño, como si fuese a desaparecer. Y duele. Oh, Dios. Duele tanto que creo que podría morir.

Las lágrimas comienzan a caer y ya no puedo pararlas. Retrocedo hasta que mi espalda se topa con la pared de mi celda. Entonces, me deslizo hasta el suelo y me encojo. Envuelvo mis brazos alrededor de mis piernas flexionadas contra mi pecho haciéndome un ovillo.

Mi hermano está muerto.

Varias horas más tarde despierto sobresaltada. Ni siquiera me he dado cuenta de haberme quedado dormida y siento ira. Como puedo dormir cuando mi hermano acaba de morir, pero estoy tan cansada...

El fuerte estruendo que me ha despertado se repite y, confusa, elevo la mirada buscando su procedencia. Me doy cuenta entonces de que la celda de enfrente ya no está vacía. Por un segundo, mi estúpido corazón se ilumina con la esperanza de que sea mi hermano. Después, se apaga miserablemente cuando el hombre tras el cristal lo golpea con furia. Una y otra vez, sus puños se estrellan contra el cristal y en poco tiempo sus nudillos acaban sangrando debido a su insistencia.

Lo ignoro durante un rato pensando que pronto se cansará, pero no lo hace. Sigue y sigue, hasta que ya no puedo soportarlo más. Me levanto y me aproximo a mi propio cristal.

— ¡Basta! —grito con la irritación, causada por el constante sonido de sus golpes, bombeando dolorosamente en mi cabeza —. ¿Es qué no te das cuenta? ¡No vas a conseguir romperlo por mucho que lo golpees!

Él no parece escucharme, a pesar de que sé que puede. Tal vez el cristal nos mantenga encerrados, pero no aísla el sonido. Tantas veces he hablado con mi hermano a pesar de estos estúpidos muros...

Mi hermano está muerto.

— ¡Para! —grito y, al igual que el desconocido frente a mí, acabo golpeando mi propio cristal con las palmas de mis manos.

Su mirada entonces cae sobre mí y me congelo. Contengo el aliento sorprendida al descubrir sus ojos salvajes de una extraña tonalidad entre amarillo y ámbar que parecen brillar bajo las luces fluorescentes del estrecho pasillo entre nuestras celdas. Su aliento golpea el cristal empañándolo durante unos segundos. Un vaho que enturbia su transparencia, emborronando su imagen, para después desaparecer. Su pelo completamente desordenado de color castaño oscurecido le da un aspecto rudo y peligroso. Es un hombre tremendamente enorme cuyas grandes manos se posan sobre el cristal mientras me observa fijamente. Entonces, gruñe y retroceso asustada.

El deseo del ave enjaulada © #3Kde žijí příběhy. Začni objevovat