Capítulo 17

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NHOR

Los taburetes están demasiado lejos, por lo que me dejo caer sobre lo primero que encuentro. Éste no se queja demasiado pues ha muerto hace ya algunos minutos. Me acomodo sobre su rígida espalda y estiro las piernas. Después, miro hacia abajo y suspiro.

— Oh, vaya —mi camisón está manchado de sangre —. Que... desafortunado —rápidamente me olvido de ello y miro a mi alrededor, a los rostros de aquellos que siguen con vida y que se mantienen a una distancia prudente —. Debo felicitaros... —me dirijo a ellos —... es de inteligentes el no empezar una batalla que no se puede ganar.

Recibo miradas de odio por mis palabras y ello me hace sonreír. La ira los corroe y desearían tener la oportunidad de acabar conmigo. Sin embargo, saben que no pueden y que si fuesen tan insensatos como para intentarlo acabarían igual que sus compañeros que yacen sobre el suelo: muertos.

Cierro los ojos durante unos segundos e inspiro profundamente. El olor ferroso de la sangre inunda mis fosas nasales y arrugo la nariz con disgusto. Por lo general utilizo mi veneno para acabar con las amenazas, pero debido al gran número de personas que me rodeaba, me he visto obligada a utilizar otros métodos más sucios.

Se siente bien estar libre. Ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que estuve fuera de esa maldita jaula.

Finalmente, mis párpados se separan y observo a Matías, que continúa sobre el suelo incapaz de incorporarse si no es con la ayuda de su bastón. Los años pasan y el envejecimiento lo ha atrapado. Las arrugas en su frente, en las esquinas de sus ojos y en las comisuras de su boca son ejemplo de ello.

— Estás fuera de control — susurra él observando los cadáveres que me rodean y, en especial, el cuerpo del hombre sobre el que me encuentro sentada como si no fuese más que un simple trozo de madera.

Sus palabras son como una mera brisa que se queda a medio camino. No me alcanzan, no me hacen sentir absolutamente nada. En cambio, percibo en él la preocupación, la decepción y el fracaso que lo invade y, eso, sí que despierta algo en mi interior: satisfacción.

— Has intentado mantener a una serpiente confinada, ¿qué esperabas?

Su mirada se endurece.

— Fui bueno contigo, te di todo lo que necesitabas...

Los recuerdos inundan mi mente y la gélida sensación del hielo cubre las profundidades de mi interior.

— Me enseñaste a no sentir culpa, compasión o remordimientos — entonces me levanto y camino con lentitud hasta quedar junto a él —. Me hiciste ver que era poderosa y que no debía dejarme influenciar por aquellos que eran más débiles — mi mirada cae sobre su pierna lesionada desde hace años y Matías se tensa visiblemente. Entonces, el propio sonido mi corazón asciende hasta mis oídos y, con cada latido, imágenes teñidas en rojo inundan mi mente. Son como flashes que se adueñan de mis ojos y que me permiten ver más allá de las barreras que se interponen ante mí. Y así, lo veo. Sus articulaciones degeneradas, su estructura débil y fragmentada...

Parpadeo y las imágenes se desvanecen.

— Cavaste tu propia tumba, Matías —mi mirada asciende nuevamente hacia su rostro lleno de furia y negación —. Al único que debes culpar es a ti mismo.

Él niega bruscamente.

— No eres más que un experimento fallido —lanza sus palabras como si fuesen puñales.

Sonrío, pero el gesto se asemeja más a una extraña mueca que llena su rostro de incertidumbre y miedo.

— Es una lástima que sea yo, un experimento fallido, quién va a acabar con tu patética vida.

El deseo del ave enjaulada © #3Where stories live. Discover now