Capítulo 2

57.7K 6K 2K
                                    

De vuelta en mi celda, me quedo observando el techo. Mi cabeza se siente pesada y todavía estoy algo mareada tras haber desaparecido el efecto del gas. No necesito mirar mis brazos para saber que hay agujeros de jeringuillas por todas partes. Mi piel escuece como si hubiese sido atravesada por cientos de agujas.

En la celda de enfrente reina el silencio. No porque el hombre que la ocupa no esté o continúe dormido, todo lo contrario, sus ojos se encuentran bien abiertos. Sin embargo, en lugar de golpear sin descanso el grueso cristal, parece haber desistido y ahora se mantiene parado de forma inquietante en el centro de la celda. Su pesada respiración atraviesa el espacio que nos separa y alcanza mis oídos. Cierro los ojos intentando bloquearlo.

No sé qué es lo que nos hacen cuando nos llevan fuera de este lugar, sólo sé que no es nada bueno. Cinco malditos años y la única vez que he visto lo que hay al otro lado de la puerta de este pasillo es cuando mi hermano y yo intentamos escapar. Pensar en él duele tanto que inmediatamente deshecho el recuerdo y trato de dejar mi mente en blanco. Tarea que resulta imposible cuando ella empieza a cantar. Su voz se escucha clara y elevada mientras la siniestra melodía resuena a través del pasillo.

"No mires a sus ojos, si quieres vivir,

mantente alejado, si no quieres morir,

tatata tarara rara..."

Siempre la misma canción. Suspiro con resignación ya habituada a esta rutina. Por desgracia, el nuevo recluso no está al tanto de ello y su cabeza se gira como un látigo en dirección a la voz que proviene de la celda del final del pasillo. Me incorporo sobre el camastro y estrecho los ojos en su dirección. Sólo espero que no comience a aporrear el cristal de nuevo. Su ceño se frunce mientras inclina su cabeza hacia un lado como si intentase escuchar mejor.

"No respires, no te muevas,

solo escucha mi voz."

La letra solía darme escalofríos las primeras veces que la escuchaba. Ahora sólo me hace sentir inquieta. La cara del hombre al otro lado se contorsiona como si no entendiese las palabras. Entonces, sus ojos se iluminan con un brillo salvaje y da un peligroso paso hacia el cristal.

— No te molestes —le aconsejo —. Ella no callará por mucho que se lo pidas.

Lo sé de primera mano.

"No corras, no grites,

ya te ha atrapado.

La muerte está cerca,

ya casi ha acabado."

Su mirada me atraviesa y me remuevo incómoda mientras da otro paso. Entonces, la canción se reinicia y él gruñe. Ella puede pasarse horas cantando, pero hoy extrañamente se detiene y apenas un segundo después la puerta al final del pasillo se abre.

Matías camina acompañado de los dos hombres de negro tras él y avanza pasando mi celda y la del hombre salvaje, que lo atraviesa con la mirada como si quisiese arrancarle la cabeza. Su bastón resuena contra el suelo cada vez que se apoya sobre él debido a su marcada cojera. Ni siquiera nos mira y continua hacia delante hasta que se detiene.

Nhor — escucho su voz dura desde el otro extremo del pasillo —. ¿Cuánto tiempo vas a seguir con esto?

La curiosidad me impulsa a levantarme del camastro y me acerco al grueso cristal para poder escuchar mejor. Matías no suele visitar con frecuencia la celda del final del pasillo, pero cuando lo hace siempre acaba de muy mal humor. El desconocido frente a mí me observa extrañado mientras agudizo el oído para intentar prestar atención a la conversación. Frunzo el ceño al escuchar la risa femenina impregnada en burla que atraviesa el pasillo.

El deseo del ave enjaulada © #3Where stories live. Discover now