Mi lugar favorito en el mundo

Comenzar desde el principio
                                    

—Pues no estaría mal.

—Claro, mama.

En cuanto vi que se dirigía a su cama lo seguí dejando algo de espacio vital entre ambos. Al darse cuenta de que le pisaba los talones, Lionel se giró tratando de encarar la situación.

— ¿Qué estás haciendo?

Su pregunta era de lo más lógica aunque mi mente, ahora eufórica de ver que estaba bien, no tenía una respuesta igual de lógica para darle.

—Me tenías preocupada —repetí pero esta vez sin exclamaciones, sin gritos, tan solo la pura verdad saliendo de mi boca. Me atreví a mirarle a los ojos, esos ojos negros que se convirtieron en mi color preferido desde que lo vi y que ahora parecían tan apagados como él —En realidad me tienes preocupada. Sé que te ocurre algo.

— ¿Y desde cuando eso te importa? Si no recuerdo mal has tomado una decisión, no me digas que Pablito te ha decepcionado en la cama y por eso vienes a mi —una retorcida sonrisa se dibujó en su boca y unas inmensas ganas de pegarle un tortazo hacían escocer mi mano, pero no lo hice. No quería hacerlo sabiendo que estaba pagando su frustración conmigo porque eso era un método efectivo para superar el dolor. Eso sí, aunque lo hiciera ahora, no significa que sea siempre la alfombra en la que se limpia los zapatos.

—Responde, Cleopatra.

—Desde hace unos minutos me importa. Me importa desde el momento en el que te vi sangrando por romper el espejo del baño, desde que llegué a la habitación y vi esas toallas llenas de sangre —señalé su cama pero no le hizo mirar para saber a lo que me refería. —Me importa desde el momento en el que me di cuenta de que me equivoqué contigo.

—Dime que ese cabrón no te ha tocado porque si lo ha hecho le va a faltar mundo para correr —dijo con total seriedad logrando casi asustarme con sus palabras, por suerte no me asustaba tan fácilmente.

— ¿Qué? No, claro que no. Simplemente me han dado todas las piezas y he conseguido unir el puzle. Y además he pensado mucho en como he desconfiado de ti sin que hicieras nada para merecértelo y he caído en la cuenta de que tu no me has mentido en ningún momento, no me has engañado ni me has hecho daño de ninguna manera. Es más, toda la verdad que ha salido de tu boca también es la mía.

—No estoy entendiendo nada de esto, Cleo. No entiendo que actúes así de pronto cuando hace un par de horas te ibas con tu nuevo novio de cita. Estás volviéndome loco con tus idas y venidas —sus hombros lucían abatidos, realmente parecía que su cuerpo no iba a sostenerlo mucho rato más antes de caer. Entonces, de manera rápida y tratando de que no me descubriese, bajé la mirada queriendo comprobar como se encontraba su mano. Lo único que vi fue un trozo de venda con marcas de sangre en ella y eso no me tranquilizó para nada, más bien todo lo contrario.

—Tu eres todo aquello de lo que me quería alejar. Eres el chico malo que me provoca, que me hace rabiar, me hace desear más. Y Pablo era el chico bueno que me escucha, que me hace reír, que simplemente está ahí para todo. Yo me sentía en medio de los dos y no estaba dispuesta a decidirme por ningún cauce hasta que Pablo me dijo las frases que utilizabas para ligar con todas las chicas, y que también habías usado conmigo. —respiré hondo antes de continuar. Mientras mi boca se movía dejando salir todo lo que parecía estar atascado en mi mente, logré que Lionel se sentase y así, con suerte, podría comprobar el estado de su herida.

— ¿Querías? —preguntó intrigado desconfiando de mi respuesta.

—Cállate y escucha —traté de relajar un poquito la tensión con mi tono relajado y por su postura corporal creí haberlo logrado. —El me dijo todas y cada una de las frases, las cuales pude comprobar que usaste conmigo, y eso hizo que perdiera la poca confianza que tenía en ti. De lo que me he dado cuenta ahora es que realmente no había depositado una confianza real en ti, tan solo era una mentira para sentirme mejor en cuanto la hubieses roto. Y también me he dado cuenta de que ni el bueno es tan bueno ni el malo tan malo.

—No utilizo las mismas frases para ligar con chicas, eso te lo aseguro. Cada una de las frases que te he dicho es real, es como la sentía en ese momento, Cleo.

— ¿Entonces como puede ser que él sepa lo que me has dicho?

—Pues porque es lo más cliché, porque lo que sea que haya entre nosotros es un jodido cliché. ¿De verdad te crees que a todas las chicas les digo que me quema la piel cada vez que me tocan? No me hace falta hacerlo para que acaben en mi cama.

—Fanfarrón —tosí ahogándome porque el ego de Lionel se estaba llevando todo el oxígeno de la habitación. —Es cierto que Pablo no especificó demasiado en cuanto a texto se refiere —caí en ello justo en ese momento. Mierda ¿Puede ser que me haya engañado? Eso es algo que tendré que pensar más adelante.

—Puedo ser un fanfarrón y todo lo que quieras pero no soy un mentiroso.

—Confío en ti —declaré con sinceridad dejando que sus ojos me mirasen fijamente.

— ¿Y por que debería confiar yo en ti? —Esa era una muy buena pregunta.

—Porque siento lo mismo que tú. Siento mi corazón acelerado cuando te veo, la piel de gallina cuando me tocas, lo incapaz que soy de borrar tu rastro de mi piel y porque no puedo olvidar nuestro beso —los latidos de mi corazón estaban desbocados al pronunciar aquellas palabras, al abrirme a él de una forma tan sumamente directa y sin pensarlo en absoluto. El miedo a que no fuera suficiente corría por mis venas a una velocidad vertiginosa.

—Ya es tarde para eso, el límite de tiempo fue el momento en el que lo preferiste a él.

—Si me quieres herir con eso, muy bien hecho, lo has conseguido, pero no te mientas a ti mismo porque ambos sabemos que no es cierto —respondí ligeramente agitada mientras que avanzaba un paso más hacia él. Iba a demostrarle nuestra verdad.

Un absoluto silencio se instauró entre los dos, uno en el que tan sólo podían oírse nuestras aceleradas respiraciones. En cuanto acorté la distancia entre los dos, esta vez fue Lionel quien retrocedió tratando de mantener las distancias.

— ¿Tienes miedo de que te muerda? —pregunté con cierto tono travieso, deseando provocarle para que reconociera que se estaba autoengañando.

—Sí, tengo miedo de que me muerdas el corazón.

Mierda, eso no lo había visto venir pero no por eso iba a detenerme.

Le agarré de su camiseta tirando ligeramente de ella para acercarlo a mi y dejarlo a mi altura. Sentí como no se resistía, como no me impedía aquello que estaba deseando llevar a cabo desde que lo vi entrar por la puerta.

—No me importa lo que pase después pero ahora voy a besarte, necesito besarte —la sinceridad parecía no tener la menor intención de irse en ningún momento y seguía diciendo todo lo que se me pasaba por la cabeza.

Subí mi mano a su rostro acariciándolo con una lentitud tortuosa para los dos y en cuanto llegué a su nuca enredé mis dedos en su pelo sintiéndome como si estuviera en el lugar adecuado para mí. No dudé más, no podía hacerlo cuando sabía que debía ganarme su confianza y que esto podía ser un mínimo avance en el camino, así que sin hacerme de rogar y tras rozar muy brevemente nuestras bocas, sellamos nuestros labios en un tierno beso.

Poco duró la ternura ya que no era lo nuestro. Medio segundo después de que nuestros labios se encontrasen, el fuego y la pasión aparecieron con ellos, al igual que mi corazón bombeando a toda capacidad y el ansia de necesitar sentirlo aun más. Percibí como en un principio Lionel trató de no dejarse llevar, pero en cuanto noté sus manos en mi cintura, supe que a partir de ahora todo iría bien, que esto que tenemos nosotros ahora iba en el camino correcto.

Y que aunque lo guardase en secreto, estar entre sus manos era mi lugar preferido del mundo. 

Juegos salvajesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora