Respiré hondo por enésima vez en lo que va de día y me levanté para recoger todo el desastre; las gasas con las que le limpié la sangre a Pablo, el botiquín que se encontraba esparcido por el suelo, mis sabanas llenas de sangre... Quizás limpiando tenga suerte y logre distraerme un rato. Siempre he sido mala afrontando los momentos difíciles cuando llegan, lo tengo que hacer a mi ritmo.

(...)

Pasaron unas cuantas horas desde el momento en el que me puse a recoger y desde entonces no había logrado parar; limpié hasta los techo de la habitación. Fue entonces cuando, estando subida a la silla tratando de llegar al último rincón que me quedaba, oí las llaves entrando en la cerradura de la puerta y como esta última se abría. En ese momento entró Lionel, tambaleándose como si estuviera bailando pero en realidad estoy más que segura de que estaba completamente borracho.

—Hola —dijo en voz alta supongo que para averiguar si había alguien. Permanecí en silencio, no porque estuviera cabreada sino porque las palabras no salían de mi boca.

— ¿Hola? —repitió y entonces cerró la puerta de un portazo—. ¿Cleo? —insistió esta vez con mi nombre casi como si sintiera que yo estaba aquí. ¿Cómo podía ser eso cierto? Obvio que no podía, era mi imaginación.

—Hola —respondí de mala gana puesto que me vi obligada a hacerlo.

— ¿Dónde estás?, ¿Te estás escondiendo de mí? —preguntó mientras que dibujaba una traviesa sonrisa en sus labios.

—Estoy aquí —bajé de la silla en la que me había subido y dejé que me viera para que se quedase tranquilo.

—¡Aquí estás! —exclamó con ímpetu ensanchando su sonrisa casi como si no pudiese evitarlo.

—Aquí estoy.

—¿Estás enfadada conmigo? —esta vez no era el Lionel creído, seductor o bromista el que hablaba sino un Lionel real, de carne y hueso.

—Estoy decepcionada —respondí haciendo que, tal y como había venido, la sonrisa se esfumase de su boca.

— ¿Por qué? —ambos sabíamos la respuesta pero por alguna razón él quería que se la dijera en voz alta.

—Ve a dormir, mañana hablaremos —le pedí deseando que me hiciera caso. Era estúpido hablar con él en las condiciones que se encontraba, no llegaríamos a ninguna conclusión, mucho menos a un término medio.

—Dime el porqué —insistió haciendo que cruzase los brazos para que entendiera que no era el momento. —Dímelo —repitió y entendí que si quería que se fuera a dormir debería llevarlo yo misma.

—Porque estuviste a punto de matarle —las palabras salieron igual de crudas que como las viví, no sabía decirlas de otro modo. Tomé la iniciativa y me acerqué a él, descrucé mis brazos y me dispuse a tirar de él hacia su cama.

—Se lo merecía —se defendió creyendo que eso era suficiente.

—Eso ya lo has dicho.

—Es que es cierto.

—Hablaremos mañana de esto por favor, ahora descansa —intenté convencerle de que dormir la mona y que se le pase la borrachera era la mejor opción. El problema era que él era todo un terco.

—Pero yo quiero hablar ahora —dijo con un tono que no era muy usual en él y que lo hacia lucir cual niño pequeño. Cuando me fijé en él me di cuenta de lo infantil que parecía con su pequeño puchero y su ceño fruncido, le faltaba dar patadas en el suelo para salirse con la suya.

—Entonces habla.

—Pero tienes que escucharme.

—Te estoy escuchando.

Juegos salvajesWhere stories live. Discover now