—No quiero problemas, Lionel, solo vengo a recogerla y en cuanto esté nos iremos —volvió a tratar de defenderse sin darse cuenta de que no me importaba en absoluto la excusa que utilizase ya que pensaba divertirme un rato. Él había hecho daño a la persona que más he querido en esta vida y merece pagar por ello.

—Pablo, Pablo... ¿Tengo pinta de que me importe lo que quieras? —dibujé una amplia sonrisa en mi boca y en cuestión de un par de pasos más acabé frente a él. Ambos éramos de la misma estatura, sin embargo aunque él fuera al gimnasio todos los días yo me había metido en más peleas de las que puedo contar así que Pablito tenía todas las de perder.

Al verme tan cerca de él decidió retroceder un paso tropezándose en la cama de Cleo, pero antes de que cayera en ella, lo agarré por el cuello de su camiseta sosteniéndolo durante unos segundos. Por unos muy breves instantes pensé en pintar las paredes con su sangre pero sabía que eso no era una opción, yo no era así. Dejando atrás esa breve laguna, lo miré como trataba de soltarse de mi agarré y en ese momento intervino la última pieza de este puzle.

— ¡¿Qué estás haciendo, Lionel?! —exclamó Cleo a mi espaldas mientras venía corriendo a separarnos. Pude sentir el roce de su brazo con el mío al chocar, como los días anteriores ''accidentalmente'' —¡Suéltalo! —demandó pensando que así iba a lograr su objetivo. Por más que quisiera hacerlo estaba tan sumamente fumado y cabreado por todo lo que ha destruido ese cabrón que no quería hacerlo.

—No puedo —confesé con toda la tranquilidad del mundo —Se merece todo lo que le haga.

—Lionel, por favor, esto no está bien —trató de persuadirme mientras que ponía su mano sobre la mía, la cual tenía agarrado el cuello de la camiseta de Pablo. En cuanto este último se dio cuenta de la circunstancia que se encontraba, trató de librarse por su cuenta y cuando bajé ligeramente la guardia para girarme hacia Cleo, intentó pegarme un puñetazo, llegando tan solo a rozarme la barbilla. Eso fue la gota que colmó el vaso y entonces ya no hubo quien controlase a la fiera, por lo que me lancé a por él sin escuchar nada más que la sangre fluyendo por mis venas y obligándome a golpearle por todo lo que hizo.

—¡Para! —oí como gritaba Cleo pero ya no podía detenerme. Ya era muy tarde.

Comencé golpeando su cara, esa asquerosa cara que hizo que Mónica se fijase en él. No pude contar los golpes que le propicié pero con cada uno de ellos sentía como respiraba con cada vez mas fuerza. En cuanto comencé a sentir su sangre en mis nudillos ese fue el instante de que sentí varios brazos tratando de separarme de él mientras que luchaba contra ellos para seguir con la misión que me había impuesto. Me revolví, traté de pegarles a ellos para que me soltasen y lo que conseguí a cambio es que, entre varios, me redujeran tumbándome en el suelo.

— ¿Qué has hecho? —esa era la voz de Cleo, la voz que hizo que volviera a la realidad. En ese momento dejé de luchar por liberarme y abrí mis manos en señal de que no iba a hacer ninguna estupidez pero las fuerzas de las rodillas que me mantenían en el suelo no me daban tregua.

Alcé entonces la cabeza para ver como mi compañera de cuarto iba corriendo hacia Pablo, quien estaba tumbado en su cama.

—¿Pablo? —preguntó con preocupación tiñéndole la voz —¿Me oyes? —insistió y por su reacción supe que no. —Vas a estar bien —le aseguró sin embargo, al verla, pude ver como un par de lagrimas rebeldes caían por sus mejillas.

Casi como si una fuerza sobrehumana me hubiera poseído en ese momento, conseguí librarme de los chicos que me tenían agarrado y en cuanto me incorporé decidí ponerles el freno.

—El próximo que me toque acabará en la morgue —hablé claro y conciso haciendo que todos entendieran el mensaje.

Me acerqué al sitio donde se encontraba Cleo y el desmayado de Pablo, y en cuanto vi la cara de él y la expresión de terror de ella, no pude evitar preguntarme que es lo que había hecho.

—Nosotros no hemos visto nada —dijo uno de los chicos que habían logrado reducirme. Obtuvieron un asentimiento de mi parte en respuesta.

—No puedo creerme que eso sea lo que te importe. ¡Podías haberlo matado! —habló la chica que se encontraba limpiando con unas gasas la sangre del rostro de Pablo.

—Se lo merecía.

—Tu no eres quién para decir eso.

—Claro que lo soy, el se merecía cada golpe que se ha llevado esta noche.

— ¡¿Con qué derecho te crees para decir eso?! —volvió a alzar la voz Cleo haciendo que mi paciencia volviera a llegar a su límite.

—La persona que tuvo que volver a juntar los pedazos de la chica que destrozó este hijo de perra. No voy a justificarme, me alegro de esto, quizás así aprenda que lo que se da se recibe —hablé con una mueca de desprecio mientras que miraba al desmayado. No me atreví a mirarla a ella pues creo que su expresión acabaría por estropearme el momento, por lo que girando sobre mis talones, puse rumbo a la puerta. Necesitaba aire.

—Pensaba que tu eras mejor que esto, mejor que las historias que cuentan sobre ti. Ahora me doy cuenta de que eres exactamente el monstruo que cuentan.

No me giré a mirarla, no me atrevía ya que sentía que de alguna manera la había herido, la había traicionado aunque realmente no lo hiciera. Sus palabras escocieron lo suficiente como para que una amarga sonrisa se dibujase en mis labios y negué con la cabeza para mí mismo. Que pena que ella esté cayendo en su juego y no se dé cuenta de que trataba de salvarla del monstruo real, del que no hay leyendas sino verdades.

—En cuanto se despierte quiero que se largue de aquí. Y dile que como vuelva juro que acabaré con él de una vez por toda.

Este era el último aviso que le daba, si aun así era lo suficientemente imbécil se merecería todo lo que le hiciera.

Con esas palabras di por terminada la conversación y me fui de ahí todo lo rápido que pude al único lugar que sabía que podía hacerme sentir mejor.

Juegos salvajesWhere stories live. Discover now