Primer día de clase

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Comencé a sentir la sangre fluir con rapidez por mis venas y entonces le eché un rápido vistazo a mi compañero de cuarto para ver si seguía durmiendo.

«—Luz verde —volví a posar mi vista en aquella bella maquina de la felicidad —repito, luz verde —pensé dándome cuenta de la gran falta que me hacía ese café».

Avancé hasta la cocina improvisada que tenía montada Lionel al lado de la única ventana de la habitación, y en cuanto llegué a mi destino le di al botón rojo haciendo que comenzase a calentarse. En ese instante en el que oí el ''clic'' y justo a continuación unos ruidos provenientes del bello durmiente, contuve la respiración y cerré los ojos con fuerza dándome cuenta de que era el momento decisivo; seguro que me había pillado.

Al no oír nada más en los siguientes diez segundos abrí los ojos y me di cuenta de que todo seguía en su sitio y de que el mundo no había explotado, por lo que centrándome en el café y con un miedo atroz mirar a mis espaldas, miré fijamente a la cafetera deseando que así se hiciera antes.

Pasó un buen rato desde aquel momento en el que pude sentir, literalmente, que el corazón se me iba a salir por la boca y taché la profesión de agente secreto de mi lista de trabajos soñados. Dejando aquello atrás, me acomodé de nuevo en la cama y decidí dedicarle unos minutos al nuevo libro que me había comprado ''60 veces por minuto''. La autora ya me había ganado con el título, por no decir con la hermosa portada y la misteriosa a la vez que tentadora sinopsis; tenía que estar loca para no comprarlo. Comencé entonces con aquella novela que narraba la vida de cuatro personajes, que a su vez formaban una especie de dos parejas, e iban contando sus vidas tan diferentes como sus personalidades. Y en cuanto me perdí en las líneas del cuarto capítulo sentí como la figura de un hombre estaba de pie a mi lado.

—Habíamos establecido una norma al respecto —la voz de Lionel sonaba rasposa, incluso algo rota tras pasarse más de media noche roncando. En cuanto le dediqué un rápido vistazo pude darme cuenta de sus pelos locos y alborotados, sus ojos achinados parpadeando sin parar y su cara de pocos amigos.

— ¿Cómo dices?

—Puedo oler el café —gruñó mientras que se cruzaba de brazos. En ese momento cerré el libro, poniéndole un marcapáginas -no soy una novata como para doblar la esquina- y lo dejé en la cama copiándole el gesto.

—No tengo ni idea de lo que me hablas.

—No intentes mentirle a un mentiroso Cleo, porque nunca podrás ganar al hombre que inventó el juego —dijo refiriéndose, obviamente, a sí mismo.

—Vaya, hoy te has levantado intenso —traté, inútilmente, de desviar el tema.

—Si, como el café que te has tomado —insistió haciéndome resoplar. Pensé que de ese modo se daría cuenta de lo pesado que me parecía pero con él nunca se sabe.

—Lo que tu digas —me hice la aburrida con esta conversación y traté de levantarme de la cama. Error, ya que este no era Lionel sino una estatua de mármol que parecía que no fuera a moverse para dejarme pasar.

—Si me hubieras pedido permiso te hubiera dejado —sus brazos seguían en la misma posición por lo que cuando hice amago de levantarme y pensé que se apartaría, choqué con él y caí de nuevo a la cama.

— ¿Me estás diciendo que tenía que despertarte para tomar un café? Seguro te hubieras levantado de buen humor y todo —una pequeña risa escapó de mi boca —Y seguro que Patch Cipriano es real —proseguí hablando y entonces estallé de risa.

Por el volumen de mis carcajadas no oí lo que sea que me estuviera diciendo y en cuanto estas fueron bajando la intensidad -hasta el punto de casi desaparecer- escuché lo que decía.

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