Capítulo 117 Antes Que El Diablo Se Entere

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Dejo mi bolso en la mesa, lo abro y saco mi móvil. Procedo a escribirle a Edoardo bajo el atento escrutinio de la rubia y su arma, que no deja de apuntarme. Tengo que hacer tiempo, tiempo para pensar y solo lo puedo conseguir siguiendo sus instrucciones. Le muestro el mensaje que envié a mi chófer y que inmediatamente ha respondido.

Ela: Pudes irte. No pienso salir de casa.

Edoardo: Está bien, señora, cuando me necesite me llama.

— Perfecto, ahora caminen las dos hasta el recibidor, para cerciorarme que Ela haya hecho su tarea, de lo contrario, te demostraré que no estoy jugando.— Presiono los dientes tras su amenaza.

Massiel se levanta con Alessia entre sus brazos y trastabilla un poco abrumada por el pánico. Intento acercarme a ella para ayudarla con mi hija.

— No, deja que ella se encargue de la niña. A tí te quiero atenta.— Carmina se interpone entre nosotras frenando mis deseos. Trago saliva con dificultad.

— Ella está nerviosa.— Consigo decir.

— Pues que se cague los pantalones si eso la ayuda. Así que vamos.— Prohíbe sin una gota de consideración.

Las tres caminamos hacia el recibidor, Carmina detrás, apuntando la espalda de la chica que carga a mi bebita, yo voy delante, mirando sobre mi hombro todo el tiempo. Estando en el recibidor Carmina se cerciora por la ventana que efectivamente el vehículo se ha retirado. Aprovecho para mirar a Massiel y a través de mis ojos enviarle un mensaje de fuerza. Mi corazón se encoge al ver su cara cenicienta y como tiembla de los nervios.

— Todo sale como lo imaginé, ahora de vuelta a la cocina, tenemos largo y tendido de que hablar.— informa moviendo el arma indicándonos que nos movamos.

De camino a la cocina siento que voy a vomitar, pero inspiro hondo rogando calmar el miedo y que las nauseas desaparezcan. Mi mente repasa buscando ayuda. ¿Damian? No. Él estará rumbo a Las Vegas; ¿Nico? Podría venir en cualquier momento. Oh, Gianluca, ¿ésa fue nuestra ultima vez, tú mirándome con odio?

— ¿Dónde hay una habitación sin ventanas?— Pregunta. Oh, Dios ¿Ahora qué pretende?

— Todas tienen ventanas.— Respondo quedo.

— Te diré lo que necesito para ahorrar tiempo. Necesito encerrar a la querida Massiel con tu bastarda en un lugar donde no pueda escapar, mientras tú y yo conversamos ciertas cosas.

— Mejor déjala ir. Ella no tiene nada que ver en esto. Ya me tienes a mí.— Le imploro cada vez más preocupada.

— «Ya me tiene a mí. Déjala ir»— Me imita con un tono francamente insoportable.— No seas cretina, si la dejo ir lo primero que hará Massiel es buscar ayuda y el gilipolla de Damian se enterará y vendrán a matarnos a todos, empezando por el cabrón de Gianluca. ¿Eso quieres?— ¿Qué? ¿De qué habla esta mujer? ¿Por qué Damian nos mataría a todos?— Mira, lo que tengo que decirte es complicado de entender y de aceptar, así que requiero tu atención y tiempo, de ahí es mi interés de librarte de cualquier foco de distracción. La verdad es que todos estamos a riesgo de perder el pellejo y, aunque te cueste creerlo, yo soy tu única opción de sobrevivir, pero descuida, lo entenderás.

— La alacena es una habitación bastante espaciosa, podría entrar ahí con Alessia y su cochecito.— Nos sorprende que sea Massiel la que hable. La hacia en una especie de conmoción cerebral.

— Muy bien, Massiel, por fin sirves para algo, así que camina hacia la alacena y tú llévale una silla,— me dice mientras la chica acuna mi bebita sobre un brazo y empuja la carriola hasta su refugio provisional.— Para que no digas después que soy una desconsiderada.— Dice siguiéndonos.

A Pesar De Las Espinas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora