Capítulo 99 Se Desvanecen Las Estrellas

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Oasis, Stop crying your heart out.

Dicen que lo bueno de llegar al fondo, es que la única opción que tienes es subir. Yo llegué al fondo, de un pozo lleno de dolor y desesperación, ahora, lo de subir, no sé, ya lo veremos.

— Entonces, señora, comencemos desde el principio nuevamente.— El detective Bermúdez reanuda el interrogatorio por enésima vez.

No sé cuántas veces me ha preguntado lo mismo. No sé cuántas horas llevo encerrada en esta habitación de paredes grises, sin una ventana por la cual mirar y que me dé una pista de qué momento del día es, si ya amaneció o todavía es de noche. Oh, Gianluca, ¿dónde estás? ¿Has creído en sus mentiras? Es el pensamiento que me sobrecoge entre cada pregunta que el malhumorado detective me ladra. Los dos estamos solos, sentados uno frente al otro en una pequeña mesa para cuatro del salón de interrogatorio en la sexta comisaría. Información suministrada por uno de los policías, cuando esposada como una vulgar delincuente me trasladaron del hotel hasta este sitio, mi primera parada del camino de espinas que recién acabo de iniciar. El detective de cabello oscuro y mirada rancia no me da tregua. Sospecho le han despertado y sacado de su acogedora cama para venir a torturarme.

— Siento que no puedo respirar.— Digo por la sensación de ahogo que me estremece. Estoy cansada, mucho más que cansada, solo quiero irme a casa, con mis niños. ¡Oh, mis hijos! Recordarlos recrudece el dolor que atormenta mi ser. Deben de extreñarme, pues tengo rato que no hablo con ellos y les gusta escuchar mi voz como a mi me gusta escuchar la suya. Lloro copiosamente, sin creer lo que me está ocurriendo. No sabes lo rápido que puede desmoronarse tu vida hasta que sucede.

— Aquí no hay buena ventilación.— Añade lacónico.— Señora, si quiere que todo termine, lo mejor para usted es hablar.— Levanto mi rostro cubierto de lágrimas. No recuerdo haber derramado tantas lágrimas en mi vida. Las veces anteriores, la muerte de mi madre y la de Marina, fueron de mucho pesar, pero en esta ocasión, el miedo, la angustia, juegan un papel preponderante.

— ¡Ya le he dicho todo, pero usted repite las mismas preguntas! ¡No sé que más quieren de mí!— Suelto exaltada.

— ¡La verdad!— Grita e impacta su puño en la superficie de la mesa. Doy un brinco en mi silla impresionada con su desmedida reacción.— Señora, lo que ha dicho no se ajusta a lo suministrado por las evidencias preliminares.— Prosigue sin ocultar su humor de perro.

— Yo no miento.— Murmuro asustada. El detective guarda silencio y mucho más calmado me dice:

— Mire, yo soy su amigo en todo esto y mi intención es ayudarle.— Eso lo dudo mucho.— No hago concesiones muy a menudo, pero por tratarse de una dama con clase, le brindaré la consideración de mi experiencia y armaré el homicidio como intuyo sucedió.— Su repentina amabilidad despierta mi suspicacia,— Usted estaba con su amante, el hoy occiso Octavio Laponte, en su suite de hotel, cuando su esposo, el señor Biachelli los sorprendió y llevado por los celos descargo su furia contra el otro hombre, disparándole. Llena de culpa y creyendo que su condición de mujer supuestamente «ultrajada» la dejaría libre de cargos, asumió el crimen para cubrir a su esposo. ¿Me ajusto a la realidad?— Después de hacer las comillas de modo despectivo alza una ceja. A pesar de lo agotada, perturbada y desconsolado de mi estado, comprendo que el sujeto trata de embaucarme. Me asalta una sensación, como si todo fuese una puesta en escena para declararme culpable, injusticia que no pienso permitir.

— Eso seria asombroso, casi un milagro de la clarividencia, salvo que las cosas no ocurrieron de esa forma.— Respondo con temple, mirando al sujeto a la cara. Éste endurece más el gesto cuan difícil que parezca.

A Pesar De Las Espinas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora