Capitulo 86 Señales

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Dejo atrás a un grupo de trabajadores que me preguntaban por los niños y apuro el paso. Tengo los minutos contados si quiero sacarle el jugo al pequeño hueco que se hizo en mi apretada agenda del día de hoy, gracias al mal tiempo que amaneció en Milán y por sugerencia del mismo capitán, se pospuso el vuelo por media hora. Tiempo suficiente, si soy eficiente, para que mi italiano y yo, acabemos gritando de satisfacción postcoital.

— Hola, Arman.— Saludo de pasada a mi amigo en su oficina y sigo mi camino.

— ¡Ela, espera!— Sale como un rayo y con todo y tacones me da alcance antes que llegue a mi destino.— ¡Pero chica! ¿no me puedes conceder unos minutos?— Me toma del brazo para que me detenga. Corro los ojos, impaciente.

— La verdad es que no, Arman, no tengo tiempo que perder y menos contigo.— Soy sincera.

— Pero qué odiosa. No se pierde el tiempo con amigos, se invierten, y más si éstos quieren halagar tu hermoso look.— Ignora mi desplante, prefiere mirarme de arriba a bajo .— ¡Rafaela Biachelli, eso que cargas puesto es soberbio! ¡Estás para comerte! ¡Grrrr!— Termina su exagerada y escandalosa parodia gruñendo como un león. ¿Es en serio? No sé qué me causa más repulsión, su exaltada linsojeria o que insinuara el que quiera comerme, él que es toda una dama.

No consigo contestar, porque la puerta a mis espalda, la de la oficina de mi esposo, se abre. Es la chica maravilla, con su larga melena y un vestido azul que se amolda como guante a sus curvas.

— Señora Biachelli,— saluda formalmente, pero sin ocultar la altivez.

— Valentina.— regreso sin mirarla, dándole la importancia que se merece.

Así como saluda se aleja, con un fuerte taconeo que sugiere que su humor no es el mejor.

— No te quito más tiempo, ve con tu esposo.— Interviene Arman y me recuerda la misión que me trajo aquí. 

Como siempre me anuncio con dos toques a la puerta, esta vez alegres por los planes que tengo entre manos. Y sin esperar respuesta corro las puertas de nogal. En el fondo de la inmensa habitación me espera mi añorado hombre de pie frente al gran ventanal.

— Hola, mi italiano.— Saludo con voz sensual, sin ocultar mis intenciones.

— Rafaela, te hacía en pleno vuelo.— Se acerca a su sillón, nervioso, inquieto. Qué raro.

— Al parecer el tiempo en Milán no es el mejor, así que el capitán retrasó un poco el despegue. Bueno, eso fue lo que me dijeron los de atención al viajero.— Le explico colgando mi cartera rosa empolvado en su perchero. Sonrío mirándolo, solo lleva puesto una camisa negra. Me extraña la ausencia de chaqueta y la corbata, además de la presencia de ojeras que lo hacen parecer realmente cansado. Me preocupa que se esté exigiendo, pero yo tengo el remedio perfecto para su estrés.— Mirando el lado bueno, eso nos concede el tiempo suficiente para hacer algo productivo.— Dirijo mis pasos hacia mi objetivo. Gianluca con una mano arrastra su cabello hacia atrás.

— Podrías contarme tus planes para el desfile.— Sugiere.

— Aburrido.— Pongo mala cara por su falta de imaginación.

— Entonces ¿prefieres hablar de los niños?— Alza ambas cejas al preguntar.

— Aburrido.— Repito llegando hasta donde está. Apoyo las manos en su pecho.— ¿Tienes casi una semana sin verme y no se te ocurre algo mejor que hacer?— Acaricio la suave tela sobre su pecho.

— Emm. . .

— ¿No piensas saludarme?— Lo ayudo porque al parecer el cambio de horario lo tiene confundido.

A Pesar De Las Espinas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora