Capítulo 34 Propósitos Cósmicos

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Radiohead, Creep

¿Non piensa que hay un propósito cósmico detrás de tantas coincidencias?— El desconocido esgrime la pregunta con marcado acento italiano y la comisura de sus labios se curvan ligeramente hacia arriba.

En circunstancias normales habría coincidido con él, de alguna manera tiene razón, no paramos de tropezarnos y en situaciones extrañas, como si un fuerza oculta entrelaza nuestros destinos ubicándonos a ambos siempre en el mismo lugar.

— Estoy perdida.— Es cuanto respondo. El sujeto asiente al ver que opto en no responder su pregunta. Lo siento, no sé qué decir sin que verme expuesta.

— Me doy cuenta. ¿Dónde vives?— Vuelve a preguntar con interés.

— Villa Biachelli.— en cuanto facilito la información hace un ademán de desagrado, pero abre la portezuela del vehículo antes de que pueda siquiera preguntar por qué se molestó.

— Sube, yo te llevo.— Ordena con aspereza y se arrima dejando lugar para que me siente. Me enderezo y miro a ambos lado del camino, indecisa, esperando quizás otra solución, pero lo desierto del lugar me convence que él es mi única opción. Espero estar haciendo lo correcto.

— Gracias.— Respondo ya en el interior del lujoso vehículo cerrando la portezuela. 

El carro arranca y yo plancho con mis manos la suave tela de la falda de mi vestido, comprobando al instante que cubre mis piernas. Miro al hombre que conduce y tengo que admitir que lo encuentro tenebroso, sobre todo por la forma que sus ojos azules acero me miran a través del retrovisor, me desviste con ellos. Corro a ponerme mi chaqueta de algodón y la cierro casi hasta el final, para que no siga observando mis pechos. Es una suerte que el aire acondicionado mantenga frío el interior del automóvil.

— ¿Estás asustada?— La pregunta me obliga a mirar a mi «buen samaritano».

— Bueno. . . sí, es que tenía mucho de pérdida, en realidad fui muy tonta, salí a caminar sin conocer la zona, me distraje y. . . me perdí.— Admito avergonzada por mi descuido.

— Caminaste mucho, de hecho estás bastante retirata.— Confirma lo que ya sé.

— Soy una idiota.— Acepto bajando la vista hacia mi regazo.

— Por demasía, questo camino é solitario, suerte que pasamos, una mujer sola y tan atractiva come tú, es una invitación ambulante para cualquier degenerato.— Lo miro horrorizada por la crudeza con la que me regaña. ¿Será él ese degenerado?

— Gracias por hacerme sentir mejor.— El sarcasmo es obvio en mi voz.

— Te he dicho mi opinión, mi conciencia está limpia.

— De cualquier forma gracias por ayudarme.— Digo de modo borde, esperando que se haga el silencio. Qué hombre tan odioso.

— ¿Cómo te llamas?— Al parecer tiene ganas de hablar.

— Todos me dicen Ela, pero mi nombre es Rafaela.— Intento que mi voz suene más amable.

Raffaella.— Repite y como siempre sucede, me gusta cuando un italiano lo pronuncia. Sin evitarlo sonrío.

— ¿No me dirás que a ti también te gusta mi nombre?

— No, en realidad lo encuentro un poco masculino y feo.— Arranco a reír por su franqueza.— ¿Te hace gracia que te diga que tu nombre es feo?— Pregunta ladeando la cabeza, confundido. Me gusta ver como sus lacios cabellos caen de un lado.

— No, tonto,— abre los ojos al escuchar mi confianzuda forma de referirme a él, pero si él puede ser directo ¿por qué yo no?— Me gusta tu honestidad, de hecho odio mi nombre, ¿por qué crees que me dicen Ela?

A Pesar De Las Espinas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora