Capítulo 117 Antes Que El Diablo Se Entere

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Este día no va a mejorar, por el contrario, va de mal en peor. ¿Qué hace Carmina en mi cocina? Me pregunto mientras una sensación de terror se apodera de mí, y a pesar del temor, racionalizo, que una demente que me odia con toda la fuerza de su ser y es capaz de todo, está en mi casa con un arma, y eso no es bueno en ningún caso. A lo mejor vino a terminar lo que Octavio no pudo, matarme. Todo el color abandona mi cara y me siento mareada. Mi bebita, Alesia, se encuentra aquí y corre el mismo peligro que Massiel. Dios, ¿Qué hago? Mi mente se pone a trabajar ante la horrible situación y mis pocas opciones. Por lo menos es un aliciente que los chicos estén en el jardín de infancia, lejos de toda esta locura.  

— ¡Dichoso los ojos que te ven! Qué cara te vendes, Ela. . . ¿No piensas saludarme?— Dice y sonríe de un modo, que Judas, en el infierno, estaría orgulloso. Le divierte la situación, lo sé. solo hay que ver su expresión de maníaca psicópata para darse cuenta que le encanta el verme asustada y a su merced, y el que vista una simple camiseta blanca y jeans, acentúa su aspecto de delincuente peligrosa, sin olvidar el arma que me apunta. Me gustaba más su otro estilo, el de zorra cara, parecía menos loca.

— Me dijeron que la sorpresa era bonita y me alegraría.— Contesto automáticamente, con voz carente de emoción, la boca seca por el miedo y el sabor metálico del terror. Miro a Massiel, y sus ojos arden de miedo. La pobre está muy asustada, mientras carga entre sus brazos a mi hija. Ella gracias a Dios duerme.

— Soy una mujer bonita, mucho, de hecho, y deberías alegrarte con mi presencia, así que como verás no te mentimos. ¿Verdad, Massiel?— Explica en tono suave, hasta amable, pero el que corra el arma para apuntar a Massiel echa por tierra sus consideraciones. La chica gime y refugia a mi hija en su pecho. La mente me va a mil por hora y noto el corazón en la garganta.

— Ella no tienen nada que ver con esto, déjala en paz.— Doy un paso entrando a la cocina, enfrentándola. El miedo da paso al valor abriendo mi garganta, aunque el pánico la intenta sellar. No pienso en mí, pienso en ellas, que son mi prioridad.

— Siempre te caí mal, ¿no es así, Massiel? Pero ya no pareces tan altiva, debe ser por el arma. Tengo que reconocer que es un elemento de lo más persuasivo.— Ignora mis demandas, más concentrada en torturar. Maldita sádica.

— Basta, Carmina.— Demando entre dientes. La rubia me dedica su atención como quería.

— No estás en posición de exigir, pero descuida, no pienso lastimar a esta perra, ni a tu bastarda. No estoy aquí para eso.— El desprecio latente en la voz de Carmina me impresiona, así que no, no confío en lo absoluto en ella.

— Entonces di lo que tengas que decir y lárgate de mi casa.— Vuelvo a exigir, con más altanería de la recomendada, pero me indigna que después del calvario que convirtió mi vida tenga la desfachatez de venir aquí con amenazas.

— No es tan fácil. ¿Tu chófer te espera a fuera?— Frunzo el ceño.— ¡¿Qué si tu chófer te espera a fuera?!— Repite la pregunta alzando la voz. Debe creer que estoy sorda, pero es el miedo a sus intenciones lo que me tiene atribulada.

—Si,— susurro. Se levanta y doy un respingo ignorando lo que trae entre manos. Se echa a reír encantada de que demuestre miedo.

— No te apures. Escribe un mensaje de texto e informarle que se marche, que ya no necesitas de sus servicios.— Me explica lo que he de escribir. ¿Qué pretende?— No te hagas la lista conmigo, enviándole el mensaje a otra persona, sigue exactamente mis instrucciones y las tres saldrán ilesas, te doy mi palabra.

— Tu palabra es lo ultimo en lo que yo confiaría.— Contesto en tono amargo, avalada por todos sus traiciones.

— ¡Pues te toca, maldita zorra! ¡Así que haz lo que te digo!— Ahora es ella la que exige perdiendo la paciencia en un arrebato preñado de intenciones siniestras. Y a decir verdad, tengo que cumplir al pie de la letra sus órdenes, por más que lo detesto.

A Pesar De Las Espinas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora