Capítulo 103 Mar De Contradicciones

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Entro a la que se supone es mi habitación, tan ajena como este momento de mi vida. Miro a todas partes sin saber qué busco, tal vez una vía de escape, un agujero en el tiempo el cual cruzar y me traslade a otra dimensión, lejos de esta. Lo único que tengo claro es que quisiera gritar con todas las fuerzas de mi ser. Me decido a ello y en dos zancadas llego al costado de la cama, tomo la almohada y ahogo un grito contra el mullido cojín. Una y otra vez repito la operación de desahogo aspirando que el dolor, la frustración y la ira, mengüen de algún modo la desesperación que me atormenta en carne viva. Cansada de gritar y a punto de que mis cuerdas vocales acaben lesionadas, retiro la almohada de mi cara sintiéndome tan mal como cuando empecé. Eso de drenar el dolor a fuerza de gritos es una patraña, lo único que conseguí fue irritar mi garganta.

De hombros caídos me dejo caer en la cama a mirar la vista por el ventanal de la habitación, aunque en realidad no estoy viendo nada, solo me torturo con preguntas. ¿Qué estarán haciendo mis hijos? ¿Quién los estará cuidando? ¿Me extrañan? Porque yo los extraño a morir. Son los recurrentes cuestionamientos que no ceso de hacerme todas las noches hasta quedarme dormida. Debe necesitarme. Están tan pequeños. Y como siempre sucede cuando mis tiranos pensamientos toman el control, termino llorando con el rostro escondido entre mis manos.

— Cariño, no seas tan dura contigo misma.— Dice mi tía con dulzura, sentándose a mi lado. Estaba tan concentrada en mí misma que no sentí cuando entró a la habitación.— Te estás castigando sin razón aparente. Sé que piensas que no tienes derecho a un poco de alegría, porque sería como traicionar a los niños, pero te equivocas, necesitas mantenerte fuerte, no solo para enfrentar los cargos que pesan sobre ti, también para recuperarlos y llorando y desgastándote con rabietas, no llegarás muy lejos.— Oh, cuánto me conoce. Sabe exactamente lo que siento. Ha desaparecido esa rabia que me impulsaba a plantarle la cara con soberbia y altanería, solo queda el dolor, así que dejo caer mi cabeza sobre su regazo, requiriendo su consuelo. Ella y yo podemos discutir, enfrentarnos a muerte por culpa de nuestras diferencias y abismo generacional, pero al final, necesito sus palabras y ánimo. Así somos mi tía y yo, una sinergia perfecta, entre caos y sabiduría.

— Extraño tanto a mis hijos que me cuesta respirar.— Digo con voz ronca, entre sollozos, mientras su cariñosa mano acaricia mis cabellos.

— Lo sé ,pequeña, los sé. Pero tú eres una mujer fuerte, valerosa, que ha sorteado cada una de las dificultades que se han presentado en tu vida y ésta por más dura que parezca, no va a ser la excepción.— Su dulce voz me alienta, de un modo que nadie más consigue. Yo sigo inerte, apoyando la cabeza sobre sus muslos, mirando hacia el espacio abierto y escuchando su cariñosa voz inyectarme aliento. Sus dedos peinan con delicadeza mis cabellos, en un ritual que poco a poco adormece mi cuerpo fatigado, salvo la pena que ha hecho morada en mi pecho, que no desaparece.

— Tía, su ausencia está en todas partes, como agujeros que atraviesan mi pecho.

— Ese dolor es una prueba que ellos existen, que son parte de ti.

— No quiero estar embarazada. No quiero a este bebé.— Sollozo. Sé que odia lo que confieso, ella que siempre ha sido defensora de la vida, pero no la quiero engañar, a ella menos que nadie.

— Es comprensible. Pero te acuerdas que lo mismo te ocurrió con los trillizos y ahora son la razón de tu existencia.

— Pero eran los hijos del hombre que amaba y este no es el caso. Te imaginas la clase de niño que puede llegar a ser con semejante monstruo como progenitor. Es que siento que de alguna loca manera sigue abusando de mí, que este bebé es una imposición como lo fue su abuso.— Digo entre dientes, llorando de la rabia y la repulsión, porque una parte del hombre que arruinó lo más sagrado que tenía en mi vida, crezca en mi interior.

A Pesar De Las Espinas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora