Capitulo 18 Arenas Movedizas

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Sigue en el mismo lugar, aun cuando la chica hace rato se ha marchado. No lo puede creer. Ela se ha ido de su vida, la ha perdido, lo vio reflejado en sus ojos, desilusión, asco; fue lo que más dolió. Piensa, es mejor así, antes que la cruel realidad revele su traición. Para ella resulta más conveniente dejarlo al creer que la ha traicionado con su antigua novia, antes que descubra su verdadero e injustificable engaño, sería intolerable y vergonzoso. Sin embargo, el dolor agudo y profundo que se expande como lava incandescente lo desconcierta.

Nunca imaginó, cuando ese día entró a la tienda con su planes perfectamente trazados, que sería deslumbrado por la persona a la que se supone debería manipular a su conveniencia. Está claro para él, que la soberbia jugó en su contra, al suponer que solo bastaría para conseguir su objetivo un par de cenas. En definitiva no estaba preparado para encontrar en su contrincante a una muchacha vibrante, con una sonrisa sincera que ilumina su rostro, alegrando el día de cualquiera, que además de emanar sensualidad también cautiva con su ternura. Esa es Ela, una mujer capaz de despertar en el hombre más cínico tanto la pasión como el amor. Pero ella se ha ido de su vida y no lo soporta.  

— No importa, macho, nos sigue quedando Krisbel. Hay que conformarse con ella, porque dudo que la guapa regrese. Menudo carácter que se gasta la tía.— Siente la sigilosa mano, que cual serpiente se enrosca en su hombro. 

¿Y por esta basura dejó escapar el amor? Ahora comprende, por devastador que sea, que ama a Ela, cuando ya es demasiado tarde. Asqueado consigo mismo y con la mujer a su lado se levanta del sillón y se aleja de su desagradable cercanía.

— Siempre pensando en como satisfacer tu lujuria. ¿No te cansas, Támara?— Le pregunta con un creciente desprecio en su tono de voz.

— ¿Y a ti qué coño te sucede?— Sonríe, todavía consigue divertido el follón que se armó.

— Que estoy harto de ti, de tu porquería.— Confiesa sin tapujo, sin disimular lo repulsiva que de repente la encuentra. Por fin se arranca la venda de los ojos, la que por tanto tiempo le impedía verla como realmente es, aunque bella, vacía. Mujer ausente de sentimientos, que menosprecia a todo aquel que no tuvo la fortuna de nacer rico.

— Ostias, ¿no me dirás qué. . .?— Deja suspendida la duda, aunque es más una presunción.

— Termina de formular tu pregunta.— Insiste el hombre en saber. Sus ojos se oscurecen del rencor que siente.

— ¿Te has enamorado de la guarra?— Cubre la boca con la mano, evitando que la risa burlona se le escape.

— Para empezar no es ninguna guarra, y sí, la amo,— la mujer no bien ha escuchado arranca a reír.— Me alegra que te cause risa, así me aseguro que no vuelvas jamás.— Se detiene, dejando de reír. Ya no hay gracia en el asunto, no cuando comprende en su justa medida que perdió el poder que ejercía sobre él, esa influencia que garantizaba el que lo manejara a su antojo. Entorna una mirada gélida hacia Octavio. Hay cosas que aclarar, no se ha dicho la última palabra.

— No te engañes, tío, bien que hace unos minutos te derretías en mis brazos, devorando mi boca. Tú nunca te podrás alejar del todo de mí, es un hecho científico. En el pasado lo has intentado y ya ves. . . no has tenido éxito y menos por una simplona que jamás conseguirá satisfacer tu lado perverso, ese que yo si disfruto, cariño.— La cruel verdad impacta en el hombre ahora arrepentido y lo hace explotar.

— ¡Porque soy un imbécil, que es incapaz de diferenciar la basura de lo que realmente hay que valorar!— Admite gritándole.

 — Lo dirás por ella.— Se sacude la ofensa con descaro.

— No, por ti, por ti, Támara,— le aclara sin demora,— desde que entraste a mi vida todo ha sido calamidad. ¿Pero sabes qué? No voy a perder un segundo más de mi tiempo en una mujer cono tú, ya basta.— Con determinación, la que antes le faltara, la sujeta del brazo y junto con la maleta que trajo, la arrastra fuera de su oficina, como debió hacer en cuanto la vio llegar. Necesita que se marche de su vida de inmediato.

A Pesar De Las Espinas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora