Capitulo 75 Inesperado

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Giro hacia mi flanco derecho y me consigo con Damian Santori. Han transcurrido más de dos años desde la última vez que nos vimos, en el baile anual del Ayuntamiento, cuando bajo los efectos del alcohol insistió en bailar conmigo, obligando a Gianluca a intervenir. Como de costumbre ambos hombres casi acaban a golpes. El escándalo que se originó fue la comidilla predilecta entre los chismosos de Génova, que me ratifica según ellos, como la zorra extranjera. Se repite una y otra vez la misma historia en este mundo machista, la mujer siempre es la culpable.

Canas se visualizan en su espesa cabellera, que hoy luce menos larga de lo habitual. Pero más allá de ese signo del paso del tiempo, Damian es la viva imagen del hombre distinguido y elegante, con un toque de rockero, a lo clásico. Cazadora de cuero en color natural, camisa blanca y jeans masculinos con corte de última tendencia en moda.

— ¿No piensas saludarme? Ha pasado mucho tiempo. ¿No crees?— Su profunda voz me distrae del escrutinio que minuciosamente le dedicaba a su apariencia.

— ¿Cómo estás, Damian?— Lo saludo tímida, sin tener muy claro cómo actuar, teniendo en cuenta que somos el objeto de interés de seis pares de ojos. ¿Estaría mal si lo beso junto con un abrazo? ¿O simplemente le beso la mejilla, o apenas un abrazo? Mierda, qué lío.

— Permiteme un minuto.— Es lo que responde. Yo arrugo la cara sin entender a qué se refiere. Por lo menos me libró de la disyuntiva de cómo saludarle.

Damian se dirige a los sindicalistas en genovés y aunque no entiendo ni J de lo que dice, percibo un ademán despreciativo en su gesto que motiva al trío a marcar la retirada sin chistar ni refutar algunas de las indescifrables palabras de Damian. Es como cuando las aves huyen en bandada tras oír un disparo, así mismo sucede. Y caigo en cuenta, a los sindicalistas no los espanto mi fuerte temperamento, fue la presencia de Damian.

— ¿Qué les dijiste?— Pregunto mirando como los hombres se alejan con un caminar rápido sin siquiera mira para atrás, hasta llegar a su carro estacionado fuera de mi propiedad. Es innegable el poder de convencimiento del hombre; ha despachado a los molesto tipejos en un chasquido de dedos.

— Simplemente que se fueran.— Contesta llanamente. Yo no le creo, pero no me rebano los sesos buscando una explicación. Según sé, a caballo regalado no se le mira el colmillo.

— Vaya, no es lo qué se diga, es cómo se diga.-— Parafraseo todavía impresionada con la evidente muestra de poder de persuasión.

— Sé lo que hay que hacer para deshacerse de esos cabrones sin necesidad de malgastar tiempo o saliva. Recuerda que prometí protegerte.— Corro los ojos hacia él. Oh, Dios. Presiento que vamos a comenzar todo de nuevo.

— En realidad no hacia falta, tenia controlada la situación. Además yo te recuerdo a ti, que no necesito tu protección, soy una mujer casada.— Levanto la mano derecha, así mostrarle mi dos alianzas. Mi anillo de bodas y de compromisos amalgamadas en mi dedo corazón.

— Señora, la espero en la oficina.— Interviene Adriano, el que había olvidad por completo. Lo miro y el pobre se comporta como si estuviera fuera de lugar.

— Eh . . . sí. . . claro.— Titubeo y él afirma con movimientos nerviosos de cabeza, mirándome, para luego desviar la vista hacia Damian, que no habla, solo se limita a observar fijamente a Adriano, como si lo quisiera pulveriza con la mirada, de ahí que no me sorprende que mi asistente recule intimidado por la imponente presencia del recién llegado, llevándose con él a los de seguridad que también se ganan la misma taladrante mirada. Por lo visto hoy Damian tiene para todo el mundo.

— ¿Y dónde está tu larguirucho? ¿Por qué no está aquí poniendo la cara por ti?— Pregunta con un sutil tono de burla una vez que estamos solos. Sonrío, acaba de ratificar mi aforismo personal.

A Pesar De Las Espinas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora