Capítulo 30 Juego Perverso

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Bajo las escaleras y voy directo hacia la cocina, en busca de alguna cara conocida, preferiblemente la de Gianluca. No tengo idea de cómo me recibirán los otros después de lo sucedido la noche anterior.

Al llegar a mi destino, sólo me encuentro con la amable mujer que el día de ayer nos recibiera. Creo recordar que su nombre es Bernadette, y en francés me habla. No entiendo absolutamente nada de lo que dice. Levanto las manos y con una disculpa me retiro. 

Ahora me dirijo hacia el salón, lugar donde ocurrieron los lamentables suceso, pero al llegar allí tampoco encuentro a nadie. La habitación luce limpia, sin rastros que evidencia la trifulca acontecida. Inmediatamente escucho voces que provienen del exterior. Cruzo el salón para acercarme a uno de los ventanales y desde ahí mirar. A través del cristal descubro aliviada que algunos desayunan cerca de la piscina. Así que ahí estaban. Con una sonrisa me encamino a reunirme con mi grupo y si es posible disfrutar de los tibios rayos del sol. Me alegro estar usando mi bikini rojo, que oculto bajo una falda corta color celeste y una delicada camisola de gasa blanca, que he atado a mi cintura. Al pasar delante de un gran mueble de roble oscuro, una de las tantas fotografía alineadas sobre los estantes capta mi atención. Reconozco a los tres hombres que de pie, pasando sus brazos por los hombros, sonríen en la instantánea. Aunque son más jóvenes, son sin duda alguna Gianluca, Aldo y un Octavio con mucho cabello. Curiosa tomo el marco entre mis manos para ver más de cerca. Se ven felices, jóvenes despreocupados con la vida por delante. El más alto es Gianluca, que no ha cambiado mucho, salvo que antes solía llevar el cabello largo y sujeto en una coleta; ahogo una risa. Aldo por su lado usa suelto el pelo, pero sin barba y Octavio con su hermosa cabellera rubia desordenada por el viento. Se parece incluso más a su hermana Becan. Sonrío, pero con tristeza, al pensar que antes eran buenos amigos, que reían y confiaban el uno en el otro. Pensar que ahora ha terminado esa entrañable amistad, me hace sentir afligida. Para ser sincera me siento responsable de su distanciamiento. En algo soy culpable que estos íntimos amigos hoy por hoy sean prácticamente enemigos. Acaricio la foto pidiendo si es posible disculpa a este hombre que una vez creí poder amar.

— Fue después de una carrera de motos.— Alzo la vista y consigo a Aldo, unos pasos delante de mí. Me observa con las manos ocultas entre los bolsillos de su bermuda gris. A diferencia de la foto, su pelo está recogido en una coleta.— La fotografía que tienes en la manos.— Señala el marco que sostengo.

— Ah, ya.— Afirmo y devuelvo el portarretrato a su lugar.

— Imagino que reconocisteis a Gian y a mí, el otro es Octavio, un gran amigo.— Me explica y termina con una sonrisa.

— Conozco a Octavio,— contesto con honestidad, sin ver la razón para ocultar ese hecho.

— Qué coincidencia. En fin, quería aprovechar para pedirte nuevamente disculpas por lo sucedido ayer, reconozco que estuvimos fuera de control.— Me alegra el que no le haya causado curiosidad el que conozca a Octavio, pues no me apetecía explicar los sórdidos detalles de este nexo.

— Imagino que eso son las consecuencias de consumir drogas,— digo sin tapujos. No pienso disimular que censuro su consumo.

— Si. . . así es,— confirma con gesto de indiferencia.— Pero bueno, disculpa nuevamente.

— Por mi parte está olvidado.

— No deseo que tengas una idea errónea de nosotros, la verdad es que hace mucho tiempo dejamos las drogas, pero al saber que nuevamente estaríamos juntos, tontamente, debo admitir, quisimos volver a experimentar, pero nos quedó claro que ya no estamos para esos rollos,— termina riendo, por mi parte no creo mucho en su supuesto alejamiento de las drogas, pero no le doy mayor importancia al asunto, total, no es mi problema.

A Pesar De Las Espinas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora