Capítulo 107 Tan Sólo Un Poco Más

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No hablo. Ni una palabra ha salido de mi boca, completamente abrumada con lo que acabo de ver por televisión. He sido exonerada del cargo de asesinato. Soy libre y puedo ir a recuperar a mis chiquitos, pronto estaremos juntos. Esto era exactamente lo que soñaba y ha ocurrido como un milagro cuando menos lo esperaba.

— Ela, ¿entiende lo que ha pasado?— Mi abogado pregunta con cautela.

Con la boca abierta miro a todos a mi alrededor, mi tía cubre la suya, impactada por igual y Damian se concentra en mirarme, estudiando mi rostro, preocupado, como es tan protector, quizás le inquieta cómo vaya a reaccionar frente a mi nueva situación. Aristigueta sonríe, y esa expresión entre serena y feliz me ayuda a recuperar el habla.

— No es un sueño, ¿verdad?— Pregunto en un tono de voz tan bajo que hasta a mí me cuesta escucharme. Es que todo resultó tan perfecto, que siento miedo de estar en medio de un sueño y que al despertar, me esperé la terrible realidad.

— ¿Si quiere la pellizco?— Se ríe tras su ofrecimiento.— No, Ela, no es un sueño y en cuanto la fiscalía emita el comunicado oficializando la decisión, usted podrá considerarse una persona libre de cualquier cargo.

— ¿Ellos no podrán retractarse?— Interviene Damian y su cuestionamiento despierta mi preocupación. ¿Sería posible? El abogado sonríe todavía más y eso me tranquiliza.

— Por supuesto que no, ya lo hicieron público y cerraron el caso. El oficio es un mero formalismo para concluir con el proceso, pero lo importante fue anunciado por los medios, y es que Ela ya no está siendo juzgada, así que quiten esas caras y celebremos, es lo que corresponde.— Nos anima a todos. Y tiene toda la razón, tendríamos que estar brincando de alegría, no quedarnos aquí como patos esperando el disparo. La primera en hacerle caso al abogado es mi tía, que me abraza fuertemente.

— Gracias, Dios, por escuchar mi ruegos y hacer justicia a favor de mi hija,— dice con un clamor conmovedor mientras me besa la frente. Mis lágrimas empiezan a rodar, así como siento las de ella.

— Tía, tía, no lo puedo creer.— Digo entre mis lágrimas, rodeada por sus brazos, reconfortada con esa fuerza que siempre me sostuvo y me ha levantado en mis momentos de mayor debilidad. Ella es mi roca firme, el asidero que mantiene mis pies en el suelo.

— Cariño, ya sabia yo que Dios no abandonaría a una mujer tan buena como tú. Como asegure una vez, «a la gente buena le pasan cosas buenas, solo hay que tener fe y paciencia» Y ya ves, sucedió.— Manifiesta dulcemente. Me aparta y aunque ella también llora, es mi rostro el que limpia, como mi madre que es.— Ahora ve con Damian, que te quiere abrazar.— Sonrío y afirmo. También quiero agradecer a él que desde un principio aseguró que no me condenarian y no dudo en prestarme su apoyo incondicional.

Dejo los protectores brazos de mi tía que ahora si limpia su rostro enrojecido y me refugio en los de Damian, que inusualmente callado me recibe. Paso los brazos por su cuello y él rodea mi torso con los suyos.

— Termino la pesadilla.— Digo con un quebranto de voz. A medida que racionalizo lo acontecido, un caudal de maravillosos sentimientos me estrujan la garganta, en especial el sentirme afortunada por haber estado rodeada de aquellos que me quieren y que ni en mi peor hora sentí de su parte alguna vacilación.

— Si, se terminó.— Susurra aferrado a mí.

— Lo que no entiendo es por qué cambiaron de opinión a un paso de comenzar el juicio.— Pregunta mi tía. Damian y yo nos separamos para escuchar la respuesta del abogado. 

— Se encontraron nuevas evidencias que corroboraron más allá de cualquier duda la declaración de Ela,— Contesta mirándome. Frunzo el ceño. ¿De qué evidencias habla?— Todo fue una trampa perfectamente orquestada por Carmina y Octavio. Ambos te sometieron con la ayuda de escopalamina, droga causante de que no pudieras controlar tus funciones motoras al tratar de controlar el arma y que originaron el deceso de Octavio Laponte. En pocas palabras, el difunto se busco la muerte.— Termina a secas. Abro la boca, impresionada, aunque todavía no me explico qué pruebas confirmaron lo que siempre alegué.

A Pesar De Las Espinas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora