Capitulo 12 Cinismo.

151 5 2
                                    

En mi ruta de escape de casa de Octavio, alcanzo afortunadamente la puerta principal sin desagradables tropiezos. Pero mi suerte no me acompaña más allá, pues al salir me consigo para mi desgracia al más despreciable de los hombres. El caradura está de brazos cruzados, recostado en la pared al final de las escaleras, como esperando a alguien. ¿A mí? Imposible. Descarto de inmediato esa idea, otra cosa es la que me preocupa, si quiero llegar a mi carro tengo que pasar frente a él.

¡Mierda!

Reuniendo toda la dignidad camino con la frente en alto, disimulando el trago amargo por el que estoy pasando. No deseo que se dé cuenta de lo mal que me siento, por haberme expuesto ante él en traje de Eva azul. Pero el sujeto no piensa darse por aludido, pues me cierra el paso. Lo miro ceñuda. 

— Si ya nos conocemos a un nivel tan íntimo, ¿no crees que llegó la hora de saber nuestros nombres? Empezar cómo se debe, así evitar el que sigas lanzándote a mis brazos para llamar la mía atención.—  Uy, cuando por fin creo que toqué fondo, caigo en otra capa geológica de humillación y nuevamente por culpa de este cínico hombre. . . Calma, Ela, recuerda que es amigo de Octavio y socio, del que depende muchas cosas, no me conviene ser grosera. . .— Tu silencio emana desprecio.— Agrega con una sonrisa un tanto desdeñosa, además. ¡Al carajo, me canso de plantarle la cara!

— Que observador eres, lástima que la perspicacia no te alcanza para darte cuenta que no me lancé a tus brazos. Lo que pasó allá dentro no tiene que ver contigo, fue pensando en mi novio.— Aunque le hablo con cierta rudeza; sin embargo, bajo control absoluto de mis emociones. De hecho me felicito por conseguir el aplomo para enfrentarlo. 

— Se escuchan opiniones,— difiere de lo más petulante. Es evidente que su intención es molestar. No sé por qué tengo esa impresión, pero lamentablemente así es, y como ya no aguanto su descaro, aprovecho en no guardarme lo que pienso.

— Pues lo creas o no, lo sucedido fue una confusión, pensé que era Octavio quien estaba en el estudio. Y mira, en realidad me interesa un comino si me crees o no, como tampoco me interesa quién seas, así que te exijo que te apartes de mi camino. Es más, ¿por qué no duplicas tu dosis y te largas?— A medida que hablo su sonrisa descarada se va agrandando, hasta terminar en una mueca amplia.

— ¡Menuda sorpresa, tienes garras!— Exclama divertido. No contesto, me limito a sostenerle la mirada. Suelta una pequeña risa que revelan unos encantadores hoyuelos en las mejillas. Como si necesitara un atributo más el condenado para ser atractivo,— Gianluca Biachelli,— de pronto extiende su mano con formalidad, presentándose.

Miro su mano mientras considero mis alternativas. Si ignoro el saludo creerá que ha logrado su propósito de molestarme, mejor seria darle una muestra de madurez y ser cortés, así demostrarle que me es indiferente y que estoy por encima de su objetivo de fastidiar mi paciencia. Decidida estrecho su mano.

—Sin miedo, que no muerdo.— Le escucho decir con provocación.

— Ela,— respondo escueto sin gesto en mi rostro, sin darle más larga al asunto. Su mano es grande y suave. Claro, debe ser un esclavista, un parásito que se beneficia de los pobres trabajadores, que con látigo en mano explota para su único beneficio. Entorna la mira y siento que no trae nada bueno.

— ¿Ese es tuo nombre o un apodo?— Indaga. Es intuitivo, lo debo reconocer.

— Diminutivo, más bien.— Respondo recuperando mi mano.

—¿Entonces tuo nombres es. . .?— Deja suspendida la pregunta, esperando que yo la conteste. Corro los ojos. Ya sé lo que sucederá cuando este patán se entere cuál es mi nombre, se va a dar el gusto de burlarse, pero como guerra avisada no mata a soldado respondo con temple.

A Pesar De Las Espinas ©Where stories live. Discover now