Capítulo 32 Villa Biachelli

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Sostengo mí estómago mientras me río sin parar. Gianluca y Nico, no han parado de echarme cuentos de sus andanzas juntos.

— Ríete, vamos, sigue riéndote. Quiero ver qué hubieras hecho tú en mi situación.— Espeta el italiano, sentado cómodamente en su butaca, como Nico y yo, ya dentro del lujoso avión, volando directo a nuestro siguiente destino, Génova. Estoy tan emocionada.

— Por ejemplo, no tocar el perro. Piénsalo para la próxima.— Después de decir sigo riendo.

Es muy gracioso lo que me ha contado, dándosela de valiente quiso acariciar el labrador de un amigo, pero el perro reaccionó mal, ladrando fuertemente, por instinto Gianluca retiró con tal rapidez la mano que se resbaló y terminó cayendo de culo, ganándose además del susto una raja en la costura trasera de su pantalón.

-— Eres muy perspicaz, Raffaella,— alzo la manos sin dejar de reír.— Pero aún con tu persistente burla, debemos cambiar de tema de conversación. Pienso que es conveniente ponerte sobre aviso con respecto a un punto en particular.— Dice esto ultimo de un modo adusto, hasta diría que tétrico. Dejo de reírme instantáneamente, curiosa por la seriedad de su rostro. Por lo visto el asunto a revelar es de suma importancia. Gianluca humedece sus labios antes de abordar el caso,— llegó el momento de contarte la verdad que esconde Villa Biachelli.— prosigue sombrío, demasiado para mi gusto. Paso a mirar a Nico, que luce igual de  circunspecto que el otro italiano.

— Por favor, dime.— Solicito rápidamente. Me urge escuchar lo que tenga que decirme.

— A eso voy. . .— Aclara la garganta.— No sé si sabes que Villa Biachelli é una casona construida en el siglo diecinueve, mio nono la compró después de la segunda guerra mundial, por lo tanto no es de extrañar que dentro de sus paredes hayan incurrido varias tragedias.— Abro los ojos por el asombro. ¡Vaya!— Según mi abuelo, el dueño anterior había perdido a todos sus hijos en la gran guerra que también lo había dejado arruinado. Dicen que estaba de parte de Mussolini y era un simpatizante nazi, así que apostó tutta su fortuna a la causa.

— ¡No!— Digo totalmente turbada.

— Si, así es. Lo cierto es que al parecer llegaron a cometer actos de tortura en los sótanos de la villa.

— Es increíble. ¿Tiene sótanos?— Lo miro fascinada con el relato.

— Sí, pero, esa no es la historia, no te desvíes.— Pide batiendo su mano y Nico afirma con cara de circunstancia.

— Está bien, continúa.— Asiento convencida en cerrar el pico.

— La famiglia que construyó la propiedad, no era precisamente. . . buena, para decirlo de algún modo, pues en varias generaciones se presentaron muertes violentas.

— ¿Y cómo estás enterado de ello?— No puedo evitar preguntar, comienzo a acosarme a la superstición, aunque no me domina del todo. No soy especialmente asustadiza con los temas o historias fantasmagóricas; sin embargo, de que vuelan vuelan. Generalmente en esas casa tan antiguas suelen aparecer espantos. ¿Será qué es ahí donde quiere llegar Gianluca con su relato? Espero con todas mis fuerzas estar equivocada.

— Son leyendas que han quedado en los alrededores, tanto así, que algunos historiadores lo han reseñado en sus crónicas. Debe haber algún libro en mi biblioteca.— Termina con su mano en el mentón, pensativo.

— Sí, sí lo tienes,— interviene Nico, interrumpiendo la búsqueda mental de su jefe.

— ¿Y qué cosas han sucedido?— Mi curiosidad supera mis nervios. Gianluca me observa en silencio, como si estuviese sosteniendo un debate interno, quizás decidiendo si profundizar o no en el tema. Cruza sus dedos entre sí y apoya los codos en los costados de la butaca.

A Pesar De Las Espinas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora