Capítulo 110 Giros Del Destino

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¡Exijo que me habrán! ¡Tengo derecho a ver a mis hijos! ¿Me escuchas, Angelo? ¡Sé que estás ahí, así que abre!— Grito y grito sobre el intercomunicador de la entrada y nada sucede. El maldito portón sigue cerrado.

Esto está resultando más difícil de lo esperado, lo he intentado todo, desde la suplica hasta acabar en las amenazas y nada ha surtido efecto. De seguro Angelo se está cobrando todas las veces que le produje dolor de cabeza y por eso no me deja pasar. Me lleva. De haber hecho más caso no estaría en esta situación. Miro hacia el enrejado y me acerco estudiando la posibilidad de escalarlo así entrar a la propiedad, pero es demasiado alto y necesitaría de diversas habilidades físicas y gimnástica para librar el obstáculo, y honestamente ni cuando niña me sabía subir a los árboles sin sufrir algún raspón. No creo que hacer pilates me capacita como escaladora de portones. Además, si lo intento usando estas botas de tacón y mi vestido de punto gris, acabaría cayéndome y partiéndome el cuello. No, debe existir otro modo, preferiblemente uno donde mi vida no corra peligro. Me lleva por segunda vez. Regreso al intercomunicador y presiono con más fuerza de la necesaria el interruptor para hablar.

— Volveré. Como de lugar entraré.— Dejo la advertencia suspendida en el aire y me retiro.

Bajo por la entrada hasta la calle, donde aguarda estacionado el Audi A3 rojo de Erina. No pienso desistir, solo tengo que idear otra forma para entrar y lo volveré a intentar. Abro la puerta del copiloto y tomo asiento en el confortable interior de cuero.

— ¿Nada?— Pregunta mi amiga detrás del volante. Suelto el aire mirando al frente. No quiero verla cuando utilice la carta de: «Te lo dije».

— Ni siquiera me contestan por el intercomunicador.— Respondo a secas.

— Te dije exactamente que eso iba a pasar. — Corro los ojos. Qué predecible.— ¿Y ahora qué piensas hacer?— Hace otra pregunta.

— Se me acabaron las ideas tramposas y para colmo estoy llegando al colmo de mi paciencia, así que esperaba que ustedes aportarán una solución.— Les consulto a la platinada y a mi asistente, porque no se me ocurre qué otra cosa hacer. Agarro mi chaqueta de cuero negra y me la pongo, el frío de la tarde está empezando a pegar. 

— Ela, pensé por tu determinación que tenias un plan infalible.— Erina deja escapar de un modo recriminatorio.

— Por supuesto. ¿Acaso no me escuchaste? Grité y grite y nada.— Le digo mientras subo la cremallera diagonal de la Balenciaga.

— No quiero sonar pesimistas, pero creo que estás jodida.— Dice mi amiga frotando el lóbulo de la oreja. Oh, se ha rendido.

— Debe existir un pasaje secreto, un túnel subterráneo que cruce el descampado y que comunique con la casa.— Sugiere Adriano desde el puesto de atrás. Las dos nos giramos en nuestros asientos para mirarle. Siempre ayuda con sus acertadas opiniones, pero este no es el caso.

— ¿Y en la vida real qué vamos a hacer? — Erina le pregunta molesta, con sus ojos grises echando chispas.

— Esas casas suelen tener esos pasadizos.— Insiste convencido.

— ¿Y tú eres un experto en conseguir pasadizos secretos? Ella ha vivido ahí, y si no sabe de la existencia de ese conducto, es que no hay. Tenemos que pensar en algo que verdaderamente funcione, no en fantasías de niños. Joder, a veces eres más inútil que condón en convento.— Esgrime obstinada. Vaya, alguien dejo escapar la bruja. Adriano se echa hacia adelante y pone su mano en mi hombro.

— Lamento ser yo quien se lo diga, pero el optimismo no es una táctica.— Él también se ha rendido.

Explayo los ojos al observar que se aproxima un vehículo de frente. No lo reconozco, pero es lujoso, como los que complace el ego del italiano.

A Pesar De Las Espinas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora