Capítulo 102 La Cruda Verdad

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Espero ansiosa a que me venga a buscar la guardia de seguridad, sentada dentro de mi celda, vistiendo una simple camiseta blanca y jeans azul, lista para irme de este infierno. Hoy es el día pautado para mi excarcelación. Ya he recogido mis pocas pertenencias y solo resta el que venga a buscarme. Comprendo que mis problemas no se han resultó del todo, de hecho me encuentro lejos de poder cantar victoria, pero me concentro en esta suerte del destino como lo denominó Aristeguieta y agradezco la bendición que me han concedido, así de simple. Una débil sonrisa se asoma en mi rostro al recordar a mi singular abogado. En algunos momentos confieso que he dudado de sus habilidades, pero el tiempo ha demostrado mi equivocación, porque es un profesional competente que trabaja hasta el cansancio por mi caso y tengo la fortuna de contar con sus servicios.

La cerradura suena y es suficiente señal para que me levante de un salto de la silla y coja mí pequeña maleta. Es Carmen, la inexpresiva guardia que ha sustituido a Eloísa. La otra cosa que debo agradecer.

— Andando.— Es lo único que dice mientras sostiene la puerta de la celda para dejarme pasar. Si por mí fuera ni siquiera eso tendría que decir, porque antes de que abriera la boca ya caminaba hacia la puerta.

La sigo por el pasillo sin contener la emoción. Podría correr perfectamente hasta salir de este infierno y si no tuviera que enfrentar un juicio para probar mi inocencia, no pararía la carrera hasta llegar a Italia, junto a mis hijos, pero no puedo comer ansias, esto es tan solo un paso que me acercan más a ellos.

— ¡Ela!— Escucho que me llaman y al girar el rostro veo que es la doctora. Ella corre por el pasillo y su calzado deportivo hace un particular chillido en el pulido piso, el mismo que yo he trapeado con esfuerzo todos los días, pero esa no es la razón de que la fulmine con la mirada, es algo más profundo y visceral, se llama desprecio.

— Si viene por otra primicia no cuente con ello.— Continúo mi camino dándole la importancia que se merece, cero.

— Imaginé que eso pensabas cuando no aceptaste mi petición de vista.— Dice siguiendo mis pasos. Ufff, qué fastidio. ¿Acaso no entiende que solo quiero largarme de aquí y ella me retrasa?

— Estoy de afán, así que ahorre sus explicaciones. Dígaselo a otra que le interese.— Gruño sin detenerme, más bien apuro el paso procurando dejarla atrás.

— Jamás traicionaría el secreto paciente médico al cual me debo.— La escucho a mis espaldas. Eso sí me hace detener, porque su descaro es lo máximo. Me giro y la encaro.

— ¿Asegura que no fue la que divulgó la noticia de mi embarazo y mis deseos de interrumpirlo? Era la única que lo sabía y eso explica su interés por saber de mi vida, para tener una jugosa noticia que vender. ¿Ganó una buena pasta? En ese caso me debería agradecer. ¿No crees?— La acuso sin consideración en vista de su necedad. La joven galena se reciente pero aguanta.

— Tú no me conoces, así que de cierta forma es lógico que me consideres la responsable, pero de ser así, ¿cuál sería mi interés en hablar contigo?— Pregunta con un temblor de voz que me tiene sin cuidado.

— Volverme a embaucar. Lo que no sucederá.— Le aseguro entre dientes.

— Exacto, ¿ves mi punto?— Dice ella. Frunzo el ceño. Creo que caí en un laberinto.

— Eso explica básicamente nada, así que no veo el propósito de seguir esta conversación.— Corto con sus chorradas que no entiendo e intento seguir mi camino, pero la chica consigue ser más rápida que yo y me adelanta impidiendo que siga. ¡Pero qué demonios!

— Decirte que no fui yo.— Insiste.

— ¿Por qué pierde el tiempo? Dile que fue la enfermera, Eugenia, la que soltó la lengua a un chupatintas.— Ambas miramos a la guardia, asombrada porque es primera vez que habla tanto.

A Pesar De Las Espinas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora