Cuarenta y Ocho

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   Los teléfonos no dejan de estremecerse en sus horquillas. Las distintas voces se confunden en un espacio laboral bastante amplio. Algunas personas revisan de pie el trabajo de otras; los demás corren de un lado para otro sin descanso. Todo es una locura un día lunes por la mañana ¡Es como si la vida hubiese destinado este día a ser, luego del domingo, el peor de la semana!

   Las puertas del ascensor se abren de par en par y los oficinistas en el salen corriendo excepto una mujer. Esta sonríe y se ve relajada. Parece que no tuviese preocupación alguna en su vida. Camina lentamente hasta la cafetera más cercana y se prepara un Capuccino con poca azúcar. 

—¡Así que aquí estás! Tenemos mucho trabajo por hacer.—Una voz masculina totalmente demacrada por el pasar del tiempo la toma por sorpresa cuando esta se disponía a probar su bebida caliente.

—Buenos días señor Casanova ¿Cómo ha estado?—Su sonirsa es su arma más fuerte al momento de enfrentar el mal humor de su jefe.

—Todo sigue igual, lo mismo se repite una y otra vez hasta que estemos muertos.

—Ya veo, eso me lo dice todo—Le da un sorbo a su Capuccino y pretende sentir lástima por su pronta muerte.

—¿Pero sabes lo que no se repite? Oportunidades como esta ¡Los clientes de Portugal han pedido que les enseñemos lo que sabemos hacer!—Su cara demuestra ser de alguien que no soporta ni cinco minutos de retraso.—Hora de volver a estar presentes en el mercado internacional.

—Eso es genial, voy de inme...—El teléfono comienza vibrar dentro de su bolso. Parece que alguien no sabe que otros tiene trabajo que hacer.—Discúlpeme un minuto, debe ser mi hija.

—Te veo en 10 minutos en la oficina ejecutiva—Dice Casanova bruscamente y desaparece tal cual como apareció.

   El bolso se hace más grande de lo que es cuando se trata de encontar lo que se necesita. Quizá estos no deberían existir.

—Hola, diga—Dice dulcemente dejando su vaso de papel a un lado.

   Del otro lado del celular no hay voz que responda a la dulce voz de esta mujer. Lo único que se alcanza a oír es la leve respiración de la persona que ha llamado ¿Será algún tipo de pervertido?

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

   Silencio puro.

—Debes... saber la verdad—Un leve susurro pronuncia esas breves pero extrañas palabras como si fuesen parte del último aliento de su vida.

—¿Qué? ¿Quién está al habla?

   No hay tiempo para más. La llamada se corta y las interrogantes nacen más rápido que la velocidad de la luz ¿Qué rayos fue eso? No queda instante para plantearse posibles respuestas. Hay trabajo que hacer. Los clientes esperan.


AnsiedadWhere stories live. Discover now