—Bien ¿cuáles son tus planes esta vez? —se me ocurre preguntar después de algunos minutos de viaje.

—Voy a emborracharte, para que después bailes conmigo.

Me río de nuevo, la dejo llevarme hasta ese lugar que ella quiere ir, sin quejarme y sin repetir, una vez más, que ni de coña bailo sobrio. La veo tranquila, como si en realidad la situación con su madre no la afectara del todo o es costumbre, pero a mí aún me salen humos por las orejas solo recordarlo.

—¿No te afecta? —ella frunce su entrecejo pero no despega la mirada del parabrisas —digo, tu madre siendo tan gilipollas —es lo único que se me ocurre preguntar, aunque después me arrepiento, tal vez era mejor olvidar esto por su bien psicológico y el mío.

Pero no se inmuta, nada en su cara cambia y solo se encoge de hombros con las manos en el volante y sus ojos en la carretera.

—Es Olivia —contesta, con cierto desdén que se me antoja resignado —estoy más que acostumbrada a sus comentarios. Por un momento pensé que te encontraría un defecto y me lo diría frente a todos.

—Será hija de pu... —me detengo, la miro y tiene una leve sonrisa marcada en el rostro —lo siento —aclaro mi garganta, dije que no iba a mencionar tantas malas palabras y tengo que cumplir lo que dije —entonces ¿eso significa que no encontró un defecto en mí?

—Al parecer no —suelta, se detiene en un semáforo y me mira a mí —anteriormente, cualquier chico que le presentaba decía cosas sobre tener las orejas muy grandes, o ser muy pálido o tener los pies torcidos.

—¿Qué? —me rio, porque es una estupidez tremenda. Ella se ríe conmigo y al cabo de un rato ya mi ira se va esfumando, ya me siento relajado y tal vez baile un poco sin necesidad de alcoholizarme antes.

—Si vamos a bailar, debes saber que no soy tan bueno.

—No es verdad —me contradice pone el auto en marcha de nuevo cuando la luz se cambia y me limito a ver las calles —ya has bailado conmigo y no lo haces mal.

Tan solo transcurre un corto tiempo cuando está aparcando frente a un lugar. No es elegante, parece un pequeño refugio de piedra natural y al bajar del coche puedo escuchar cumbia o salsa, la verdad que no sé ni qué tipo de música es, pero estoy seguro que ninguna de las dos va conmigo.

—¿Qué es este lugar? —pregunto, con mi entrecejo arrugado, mientras cierro la puerta del auto y Natalie activa la alarma.

—Un lugar de música latina, es muy bueno.

—¿Y pretendes que yo baile eso contigo?

—Luego de unas cuantas copas te saldrá muy natural, no te preocupes —me vuelvo a reír, solo espero que no hayan cámaras porque no quiero que esté registrado el día que hice el ridículo bailando salsa, aunque me han grabado en peores condiciones y con bailes más horribles.

Natalie toma mi mano, parece conocer el local como la palma de su mano. Luego de entrar y fijarme en toda la cantidad de personas que iban y venían. Natalie continúa arrastrándome entre la multitud y bajamos unas gradas hasta llegar a un saloncito, me gusta el lugar elegido, hay menos personas y la música está con un volumen más bajo, lo cual agradezco, porque esta música a ese volumen no va con mis tímpanos. Unos sillones de piel adornan el lugar, se ven bastante cómodos, o eso es lo que creo, cuando me siento y me quedo ahí un ratito me doy cuenta que se me ha dormido el culo y parte de un testículo.

—Creo que es mejor ir a la barra —le digo a Natalie, cuando la observo llegar con un par de tragos en manos y es que cuando habló de emborracharme hablaba en serio, eran unos copazos gigantes con un sombrilla y azúcar en el borde.

Recién Cazados © (Borrador de la 1era edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora