Parte 35

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No sé qué es lo que me da más miedo de estar con Natalie, el hecho de que esté disfrutando mi tiempo con ella o el temor de gozar tanto de su compañía hasta tal punto que no pueda volver atrás. Que sentarme frente a la chimenea contando cualquier estupidez que la haga reír mientras tomamos una copa de vino, se haya convertido en mi nuevo pasatiempo favorito. Que viajar en auto por algunas horas, mientras charlamos y escuchamos sus canciones preferidas, sea algo con lo que me sienta extrañamente cómodo.

Tal vez, solo sea la impresión de encontrarme a una mujer que se ría tanto con mis historias, alguien con quien puedo ser yo sin preocuparme por el mal olor de mis axilas luego de una pesada rutina de gimnasio. Me da temor acostumbrarme a eso y luego verla partir, quedarme con un hueco en el pecho comiendo helado y cantando canciones de los BeeGee's. Ahora me será imposible no comparar mis siguientes citas con ella, se me hará difícil, por sobre todo, no pensar que a Natalie no le importa lo material ni los restaurantes lujosos, porque ella no es así y ni si‑quiera sé que pueda regalarle a una mujer como ella. Comienzo a googlearlo.

"¿Qué regalarle a una mujer que no le impresiona lo caro y fino?"

Suelto un suspiro, largo y pesado, cuando más de cien mil coincidencias apuntan a una cena romántica, ruedo los ojos y miro la barra del buscador, comienzo a teclear algo nuevo siendo más específico:

"¿Qué regalarle a una mujer que no le impresiona lo caro y fino, que no sea romántico, por favor?"

—David —de pronto, la rasposa voz del viejo Steve me estremece y casi me caigo de la banqueta que estoy. Me espabilo de inmediato, aclaro mi garganta y llevo la vista en su dirección esbozando una forzada sonrisa mientras guardo mi teléfono celular—. ¿Te acuerdas de este viejo de vez en cuándo?

—No te pongas romántico, Steve —él suelta una leve carcajada y le extiendo un pedazo de pastel de manzana, que Natalie había hecho esta mañana —te traje algo.

—Se ve bien, pero mi problema de diabetes... ¡a la mierda! ¿quién quiere pies? Dame eso —el viejo Steve hace que una risa se me escape y toma el recipiente que trae el pastel y camina en dirección de la puerta que va hacia la cocina; solo dos minutos después está de regreso con dos cuchara en manos y me extiende una. Tira de una banqueta y se sienta frente a mí del otro lado de la barra.

—¿Dónde está tu chica? —le pregunto, el viejo esboza una sonrisa. Reposa su mano sobre la barra y me mira.

—Hoy tendremos nuestra cuarta cita.

—¿Qué? —no puedo evitar reír. El viejo Steve lleva un pedazo de pastel a la boca y asiente con su cabeza —¿Cuándo diablos pasaron las otras tres citas?

—Ni siquiera yo lo sé —Steve tiene una sonrisa de oreja a oreja, que me hace reír aún más por el hecho de imaginármelo a él en una cita—. Estoy nervioso, hasta me tomé un relajante muscular.

Recién Cazados © (Borrador de la 1era edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora