Parte 11

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Salgo de mi casa detrás de ella, de su auto de hecho, al ver que no comprendía lo que estaba haciendo le ofrecí ir en el mío, pero se negó, las mujeres son bien difíciles, no entiendo los hombres que se casan por placer. Al cruzar por el portón principal toca el claxón y Camilo el casado el sonríe, lo miro fijamente y miro el cuadro vómito de pony en sus manos, arranco mi auto y ¡Vaya! ¡Qué casualidad que casi choco a Camilo!

Él agranda sus ojos. Abro la ventanilla con cara de auténtico horror fingido.

—Lo siento amigo, las flechas direccionales de mi auto están un poco flojas. —él me mira con su entrecejo fruncido, ni yo me creí eso, es más, ni siquiera sé qué significa, pero igual no me importa si lo cree o no.

Pongo en marcha mi auto dejando a un confundido Camilo a mis espaldas y observo por el espejo retrovisor su gesto al alejarme del sitio. Presiono el acelerador a fondo pasando a la par del Mini Cooper de Natalie, sé dónde vive, así que no me quedo detrás de ella porque maneja a paso de tortuga.

Después de casi una hora llego a su apartamento, ya a punto de quedarme dormido por la distancia entre ambos lugares. Ahora tengo que esperarla llegar y le toma más de diez minutos, sin nada de amabilidad me bajo de mi vehículo un poco aturdido por todo este tiempo perdido y entro al edificio, desde el ascensor observo que se detiene a hablar con unas personas así que decido irme sin ella. La espero sentado sobre la alfombra recostando mi espalda sobre la puerta, se digna a aparecer unos quince minutos después y todavía dice:

—¡Vaya! Eres todo un caballero.

—¿Qué crees? ¿Qué me quedaré esperando que termines de hablar con tus vecinos toda la vida? Mi tiempo es valioso.

No dice nada, rueda los ojos al mismo tiempo que ingresa la llave en el orificio y entra. Me pongo de pie y al cruzar el umbral, lo primero que veo son cuadros, por todos lados, y muy extraños. Le gustan las pinturas, me estoy dando cuenta, si algún día quiero regalarle algo ya sé cuál sería el regalo perfecto, un cuadro de esos que no se entiende una mierda.

—Veo que te gustan los cuadros —hablo, tomando el caparazón de un caracol que está sobre una mesa.

—Yo te dije que me gusta el arte —dice en respuesta, se quita la chaqueta y la pone en un sillón sin verme a los ojos. Pongo el caparazón sobre mi oído esperando escuchar el mar o algo por el estilo —¿Quieres algo de tomar?

—Estoy bien —digo, dejando el objeto en su lugar y doy un vistazo a mi alrededor. Interesante lugar, la verdad que el último día que estuve aquí no me quedé a contemplarlo.

Es pequeño, sí, pero se ve acogedor, la cocina se divisa desde la sala y solo un desayunador separa ambos lugares, hay un sillón frente a una tv plasma y otros dos más pequeños a los lados. También hay una mesa, funciona como comedor y, al parecer, como lugar de trabajo, un florero y cuatro sillas la adornan y una laptop cerrada está sobre ella.

Flores y muchos colores, en eso se resume el apartamento, sólo falta el azúcar para apostar que aquí se hicieron a las chicas súperpoderosas; y la sustancia X, claro.

¿Profesor Utonio estás aquí?

Mejor no me río o terminaré con el tacón del zapato rojo de Constanza incrustado en mi cabeza. Camino hacia el desayunador y me siento en una banqueta roja, hay una buena vista desde la ventana de la cocina, vaya, me gusta este lugar. Natalie me extiende un pedazo de pastel de chocolate.

—Dije que est... —lo más seguro es que si lo rechazo se lo lleve a Camilo. Maldito Camilo —se ve bueno.

Miro el pastel y observo que tiene chispas de colores. ¿Todo aquí tiene que tener colores?

Recién Cazados © (Borrador de la 1era edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora