Parte 48

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Como me imaginé, la madre de Natalie no se presentó al funeral.

No sé si su gesto durante todo el entierro era por el evento en sí o por el hecho de que su madre se inventara cualquier excusa para no aparecer. Aunque sé que tal vez en el fondo deseaba —tanto como yo— que ella no llegara, pero la conozco lo suficiente como para darme cuenta que estaba algo entusiasmada aún con mis comentarios negativos al respecto, habló sobre eso todo el tiempo previo a las horas fúnebres y yo me limité a asentir para no decirle que no me creía toda la actuación de buena madre de esa señora.

Y tenía razón.

Al final, unas extensiones de cabello fueron más importantes que ver a su hija. Y, aunque quedaron de verse en un restaurante cerca de la casa de ella, una visita de último minuto, según ella, la hizo retrasarse; de acuerdo a su último mensaje, no iba a tardar más de quince minutos.

Miro e reloj de nuevo y me muerdo la mejilla con fastidio, ya lo he visto unas cinco veces en los últimos dos minutos porque ya ha pasado más tiempo del que afirmó se retrasaría. Me sorprende el interés que está mostrando y su intención de ser buena madre, algo que me sabe totalmente fingido. Y yo ya estoy comenzando a desesperarme.

—No va a venir —le digo a Natalie quién está sentada a mi lado derecho en la mesa pequeña de cuatro personas que habíamos reservado, viendo hacia un punto sobre la botella de vino frente a nosotros, lleva una copa a sus labios y en ese instante, dirige su atención a mí.

—Ella es así —es lo único que dice, encogiéndose de hombros. Toma un sorbo del líquido rojo y vuelve a dejar la copa sobre la mesa —le gusta hacerse esperar.

Puedo ver, por la forma que con la que golpea la mesa suavemente con sus uñas, que no está cómoda con la situación, puedo casi apostar que ella sí prefiere que su madre no se aparezca, yo tampoco. Pero no estoy aquí por nada y más le vale aparecer, miro mi reloj nuevamente, otro minuto desperdiciado.

—Bien ¿Lo ves? Significa que no ha cambiado —hago un gesto de obviedad, mientras me sirvo en mi copa un poco de vino bajo su atenta mirada. Había hablado todo el camino al respecto, sobre lo poco que creo que alguien cambie y ya debe estar aburrida de escuchar eso de mi boca.

—No pierdo nada con escucharla, David —me contesta mientras se relaja en el respaldar de la silla, la verdad que estoy acostumbrado a esa forma de ser tan suya, esa de esperar un milagro en las personas —tal vez sea verdad que ha cambiado, tal vez no.

No contesto, porque yo presiento que hay un trasfondo en todo esto y por mucho que se lo quiero decir tampoco quiero sonar pesado, esto es algo que tiene que ser su decisión y sé que es lo suficientemente fuerte como para enfrentar cualquier decepción como lo ha hecho a lo largo de su vida, es lo que no quiero que le suceda, Natalie no se merece unos padres como esos.

—Bueno, solo esperemos que sí se aparezca —digo, soltando aire de golpe. Miro el reloj nuevamente y mejor dejo de hacerlo antes de ponerla nerviosa —tengo muchas cosas por decirle...

—David, no...

—¿Puedo al menos decirle que no me cae bien?

—No...

Bufo y Natalie simplemente suelta una pequeña risa que se esparce por el lugar como una bonita sinfonía de campanillas de iglesia. Lleva la mirada a su mano izquierda y analiza la sortija en su dedo anular.

—¿Dónde las conseguiste, por cierto? —me dice, sin despegar la vista de su mano. Cuando le mostré las alianzas antes de entrar a este lugar, no hablamos nada sobre ello, estaba ella más concentrada en el asunto de su madre y yo, en que odio los restaurantes de este tipo, de los que parece que te cobran hasta por ver el menú, no es cuestión de no querer pagar tanto, si no, de la calidad de personas que visitan estos lugares.

Recién Cazados © (Borrador de la 1era edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora