Parte 14

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David

Una vez que me he recuperado del shock que mi King Kong haya sido visto en acción y no acción de la que puede ser considerada buena, recojo todo el valor posible para salir luego de arreglarme para ir a la empresa, tomo mi maletín y cuando veo mi reloj sobre la mesa de noche camino hacia él y mis ojos se percatan de los jodidos calzoncillos de batman perfectamente doblados que hay sobre mi cama.

Oh por Dios, qué vergüenza. ¿De dónde carajo los ha sacado? Recuerdo haberlo tirado a la basura el otro día. Tomo los calzoncillos para guardarlos de una vez por todas y mis fosas nasales detectan un olor a rosas proveniente de ellos, Dios mío, King Kong va a sentirse King Konga con este maldito olor.

Abro el gabinete y observo toda mi ropa interior perfectamente doblada.

Toda.

¡No!

Diablos, me replanto la idea de salir por la ventana, pero no hay ni un árbol cerca, maldito el día que se me ocurrió botar aquel maldito roble que había crecido afuera de mi casa. En mi defensa, temía que secuestradores entraran por mi ventana por medio de ese árbol, o peor aún, que alguna mujer de esas que dejé en el olvido en algún cuarto de hotel investigara mi dirección, subiera a mi casa y me arrancara a King Kong. Las mujeres están locas, nunca te imaginas como pueden actuar por despecho, quién opine lo contrario debería visitar YouTube y todos esos videos extraños de ex novias psicópatas.

Definitivamente, ese árbol tenía que irse.

Cuando ya la vergüenza no se nota en mi rostro, bajo a toda prisa hacia la sala, cuando voy por la mitad de las escaleras un increíble olor llega hasta mis fosas nasales, maldita sea, desde hace mucho mi casa no olía a otra cosa que no fuera sopa instantánea.

Mis pies automáticamente se dirigen en dirección al olor, me detengo en seco en la puerta cuando mis ojos divisan a Natalie en la cocina, ella está de espaldas a mí haciendo algo sobre la encimera, tiene unos auriculares puestos y mueve sus caderas supongo que al ritmo de lo que está escuchando, y está en... ¿bóxer? Aquí creo que murió cualquier esfuerzo por no mostrarme interesado en obtener algo más de su parte.

Ay por Dios.

¿Qué hago?

La verdad estoy tentando a preguntar cuando el mar rojo por fin se va a abrir para dejarme pasar al otro lado.

Si saben a lo me refiero.

Pero prefiero callarme, trago saliva y camino hacia mi refrigerador, intento espantar mis pensamientos pecaminosos al mismo tiempo que mi estómago ruge y me doy cuenta que no es precisamente mi estómago. Natalie continúa bailando y de inmediato siente mi presencia se gira hacia mí.

—¿Ya te vas? —dice, si me haces quedarme a la mierda la empresa.

¿Qué? Por Dios, concéntrate David.

—Tengo que ir a trabajar —digo, sacando un jugo de la nevera, se quita los auriculares y vuelve a girar hacia lo que está haciendo, parece una ensalada —a algunos nuestro jefe no nos da vacaciones por casarnos, mucho peor si ese jefe es tu amigo y es peor que un grano en el culo —la escucho carcajearse, de inmediato mi vista se desvía a ese específico lugar suyo.

Santísimos seres de las posaderas.

—Ya es casi medio día ¿No vas a comer? —trago saliva intentando volver en sí y ver en otra dirección, no debo caer en la tentación, repite David: no debes caer en la tentación. Pronto tenemos que hablar sobre lo que va a pasar entre los dos, seguimos casados así sin nada de nada o disfrutamos estos meses. No, mejor que esa conversación salga de ella.

Recién Cazados © (Borrador de la 1era edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora