Parte 16

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David.

Espero en el auto de Constanza mientras ella se digna a terminar de arreglarse ¿Por qué las mujeres son así? Luego de unos quince minutos ya está corriendo hacia mi auto a toda prisa y de inmediato entra al vehículo invadiendo el interior con un rico olor a melocotón.

Huele bien, demasiado bien como para ir a ver a Camilo.

—¿Y bien? Te gustaron ¿Cierto? —pregunta de inmediato, con sus cejas arqueadas. En estos momentos quiero ser un avestruz y meter mi cabeza en un hoyo.

—Me encantaron, Constanza. Es el regalo que siempre le he pedido a los tres reyes magos —ironizo, ella ríe. He notado que últimamente ya se ha acostumbrado su segundo nombre porque no dice nada cuando lo menciono.

No voy a mentir, ese nombre en realidad me gusta.

—Me compraré unos que combinen —habla, me mira con una sonrisa picarona mientras se pone el cinturón de seguridad. No sé si se está burlando o habla en serio, la miro con mis ojos entrecerrados mientras lleva sus manos al volante.

—Qué vergüenza —musito y llevo mi vista a la ventana lateral, para ver las calles cubiertas de lluvia, mientras pone el auto en marcha.

—Yo no te juzgo por eso David —habla, por un momento la miro y tiene su vista puesta en la carretera —cada quién tiene su ropa interior con la cual se siente más cómodo. Si a ti te gustan, está bien.

—Esos me los compró mi madre —digo, viendo el vaivén de los limpiavidrios en el parabrisas —la verdad es que... no he querido deshacerme de ellos porque en serio, les guardo un... valor sentimental —esto es algo que nunca mencionaría frente a alguien, no hay forma que lo haga. Ella asiente con una media sonrisa y agrego:

—Y además, los Calvin Klein aprietan demasiado —eso la hace reír, no quiero que se quede con mi comentario anterior en su cabeza y me recuerde como una persona sentimental. Sigue conduciendo mientras ninguno de los dos habla algo... no sé que más decir, creo que ya pasé suficiente vergüenza con que haya visto, lavado y roseado con al saber que cosa mis calzoncillos y todavía que me haya comprado unos igual.

—¿Puedo preguntar qué pasó con tu madre? —pregunta finalmente de manera prudente, por unos momentos me quedo pensando como decir esa palabra que por las malas tuve que aceptar que es parte de la vida, no sé cuánto tiempo me tomó darme cuenta que son cosas que tienen que pasar de alguna forma y hay que continuar —escúchame lo siento, si no quieres hablar sobre ello lo enti...

—Murió —la interrumpo, viéndola por unos instantes y de inmediato su semblante cambia —hace un par de años... y la verdad no me he querido deshacer de ninguno de sus regalos por muy viejos y gastados que estén —suelto una risa, una risa desganada, de inmediato Natalie lleva su vista a mí quitándola casi de inmediato para ver la carretera.

—Lo lamento —dice, voy a contestar cuando siento su mano suave y delicada sobre la mía, frunzo mi entrecejo al ver que entrelaza sus dedos con los míos.

—No te preocupes —digo, viendo sus dedos por unos segundos. De una forma gentil quito su mano pretendiendo tomar mi botella de agua porque en serio ese roce me ha incomodado, pero no de una mala manera, si no de una agradable, de esa que un escalofrío te recorre la espalda y prefieres alejarte para resguardar tu corazón —tampoco me he podido deshacer de muchas cosas feas que hay en mi casa porque eran de ella.

No dice más y tampoco hace más preguntas, el camino hacia el supuesto lugar donde Camilo se las da de Jackie Chan es un completo silencio, no es un silencio incómodo, es un silencio tranquilo de hecho, que se interrumpe cuando ella enciende la radio. La lluvia se hace más fuerte casi taladrando el techo de su auto, ese sonido se mezcla con la música que ella comienza a corear, me hace sonreír escuchar que lo hace jodidamente bien.

Recién Cazados © (Borrador de la 1era edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora