Parte 40

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Pensándola bien, debí haber muerto en el paracaídas el otro día. Hubiese sido un excelente titular "Gerente de la revista Anderson muere en accidente en paracaídas" pero después, pensándolo mejor, hubiese aparecido en titulares junto al gemelo perdido de Lord Voldermort y me hubiese quitado el protagonismo, quien por cierto, esta mañana me comenzó a seguir en Instagram y me dejó un mensaje que no pienso leer nunca.

Volviendo al tema de mi nuevo aspecto, siento que he vuelto a nacer, literalmente, no en el buen sentido, si no en el malo, muy malo. Me miro en el espejo retrovisor del auto y me doy cuenta que tengo cara de bebé, ya hasta había olvidado el porqué me dejaba la barba, he rejuvenecido unos diez años, pero eso no es nada bueno.

—Te miras bien, David.

—No me hables.

Natalie está en carcajadas en el asiento del copiloto, no me ha hecho mostrarle una sonrisa; ni en el desayuno, ni camino al auto, ni cuando nos detuvimos a comprar helado de McDonald's; ni ahora, que vamos hacia su trabajo, todo por hacerme pasar por esto.

—Vamos David, no puedes estar molesto conmigo toda la vida —no contesto, mi vista sigue clavada en la carretera, ni siquiera me importa llegar tarde ahora. Quiero encerrarme en una cueva y no salir hasta dentro de unos cinco años —crecerá en unas semanas.

Mejor enciendo la radio.

Tamborileo mis dedos sobre el volante y muevo mi cabeza levemente al son de la música clásica de alguna banda que no logro reconocer.

—Además es tu culpa, todavía te pregunté si estabas de acuerdo.

—Tidivia ti priginti si istibis di acuirdi.

Dado que ahora tengo cara de niño, nadie puede culparme por mi comportamiento infantil.

Más risas parte de Natalie, ya estoy a punto de derribar la coraza de la seriedad y soltarme a reír con ella, pero mi fuerza de voluntad tiene que poder más, aprieto los labios en una línea recta en un intento de no reír, llegamos a un semáforo que de inmediato cambia a luz roja y me detengo esperando pacientemente que se acabe esta tortura. Miro por la ventana de al lado cuando en ese momento ella se lanza sobre mí y comienza a hacerme cosquillas.

—Natalie basta —digo entre risas, ya no puedo más, intento que vuelva a su lugar pero no lo logro, hasta que una serie de pitidos provenientes del claxon de los autos detrás de nosotros comienzan a sonar, entre risas se aparta y pongo en marcha el auto cuando me percato que el semáforo ha cambiado de color.

—Escúchame —hablo, conteniendo una risa —esta es la última vez —estira su mano y vuelve a hacerme cosquillas —no, nooo.

A este punto ya me duele el abdomen, aclaro mi garganta en un fallido intento de no reír —basta, si chocamos tú irás a la cárcel por mí —añado, y finalmente se relaja en su lugar cubriendo su rostro con ambas manos hasta que por fin, luego de algunos diez minutos, se deja de reír.

—Vamos David, te miras increíble —dice, no contesto otra vez, me concentro en el parabrisas y el terrible tráfico a estas horas, miro mi reloj y no, no llegué a tiempo, pero no me importa, tal vez llegando tarde pase más desapercibido.

Para mi suerte, el resto del camino es tranquilo y me estaciono frente al edificio del canal para el que trabaja Natalie, no la miro, continúo concentrado en el parabrisas porque no tengo ganas de hablar.

—Nos vemos más tarde —la escucho decir al abrir la puerta del auto, seguido de una risilla de su parte ante mi silencio, vuelve a entrar y presiona sus labios contra mi mejilla rodeando mi cuello con sus brazos.

Recién Cazados © (Borrador de la 1era edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora