Capítulo 35 Te dejaste vencer

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En una cocina desarreglada de una vieja casa se encuentra el casos,  el grifo de la llave se encuentra abierto y hay platos sucios por doquier, en el aire se puede apreciar ese olor a rancio de un lugar en el cual no se ha limpiado desde hace semanas, pero en medio de todo hay un niño de cabello oscuro y grandes ojos grises que menea con una cuchara un té de tila que ha preparado en una taza de color negro con una figurilla desgastada de un reno de navidad con mucho cuidado.

En el rostro del pequeño se puede apreciar una pequeña mueca lo más parecido a una disimulada sonrisa. Esta orgulloso que por  esta ocasión, el té no quedo frío como otras veces pero lo más importante es que esta orgulloso que alguien más apreciará y agradecerá su buena obra. El chico toma la taza entre las manos a pesar que el cristal debe arder al entrar en contacto con la piel de sus manos desnudas pero no importa porque no puede encontrar una toalla para sostenerlo así que decide atravesar el salón y girar en el pasillo a mano izquierda y tocar la puerta a pesar que estaba por enterado que la puerta estaba sin seguro pero no podía evitarlo. Era de mala educación entrar en una habitación sin llamar a la puerta pero no contestaron así que insistió una vez más pero el resultado fue el mismo.

El muchacho no sabía con exactitud cuánto tiempo había estado tocando la puerta pero supuso que fue un gran rato después que sus pies dolieran por estar de pie y  el té se había enfriado por completo así que antes de entrar se disculpó.

La habitación era de un rosa viejo con muebles de madera a juego, un tocador con muchos perfumes y fragancias de buen aroma aunque la alfombra gris desentonaba con el estilo de la habitación, aunque a decir verdad, el ambiente  médico y la camilla desentonaban totalmente. Y el chico soltó un suspiro de nostalgia que se convirtió en un amargo sabor de boca al recordar como antes entraba corriendo a una habitación con las ventanas abiertas y una cama grande en donde dormía una pareja que se besaba todas las noches antes de apagar la luz de la mesita de noche y flores. Flores frescas que se cambiaban cada dos días.

Ahora eso ya no existía, había sido suplantado.

En su lugar quedaba un perchero con conector de suero y un carrito metálico con decenas de medicamentos y jeringas. Incluso el lugar había perdido ese aroma a frescura que se aislaba del resto de las habitaciones, ahora no era más que solo un cuarto de hospital en donde una mujer sin cabello reposaba en la cama con los ojos cerrados pero a pesar de eso se distinguía por sus marcadas ojeras y un rostro demacrado. La piel tenía cierta tonalidad amarillenta a excepción de la mano en la que se conectaba la jeringuilla del suero ya que se habían formado grandes moratones.

Dejó la taza en la mesita de noche y tomó en mano el despertador para ver la hora, era casi mediodía y aún no había desayunado así que relambió sus labios antes de hablar nerviosamente.

-Buenos días, te he traído un poco de té... debes de estar muy cansada pero debes de despertar. Murmuró con delicadeza pero no existió respuesta alguna así que retiro la manta verde para tomar el brazo de la mujer y sacudirlo un poco, al entrar en contacto se congeló al sentir la piel fría.

-¡Mamá!, es hora de despertar. Dijo en un tono más fuerte mientras pensaba que no pasaba nada, el aire acondicionado estaba encendido e incluso él tenía la piel fría. -¡Mami! Hice té y quedó muy rico, lo hice para ti. Anunció con inocencia.

Solo que su madre siempre se había identificado por su calidez.

No podía dejar perder un segundo más y tomó su mano para comprobar el pulso.

Uno, dos, tres. ¡Idiota!.

Se había dado cuenta que lo que estaba sintiendo era su propio pulso con los amartillantes latidos de su corazón desbocado.

-Madre... Susurró y de pronto entendió todo de golpe y no pudo evitar que las lágrimas se desbordarán de sus ojos.

La mujer que le había dado la vida ya no estaba.

Soltó un grito ahogado y de un manotazo lanzó la taza de té que había preparado hace horas la cual cayó estrepitosamente haciéndose añicos y él se dejo caer al igual que la taza con la única diferencia que la taza se había roto por tocar el suelo y el estaba roto sin si quiera sentir el impacto de su cuerpo chocar contra el piso, ni siquiera se dio cuenta que se había cortado la palma de mano con cristal hasta que llevo sus manos al rostro para hacer una rabieta cual infante.

Existían muchas cosas que dejaron de importar... para su madre una de esas cosas era él.

Recordó muchas cosas, desde sus primeras memorias pasando por el primer regaño y hasta la última conversación de ayer por la noche en donde después de cambiar el suero por otro que su madre tenía guardado en el cajón de la cómoda... Su madre sonreía pero era una sonrisa que no le llegaba a los ojos y sus últimas palabras.

-Te amo mucho Alex, nunca lo dudes.

Pero era una mentira. Una farsa.

Lo había manipulado para que cambiará el medicamento y es que ayer ella estaba bien, no podía suceder esto de la noche a la mañana. Algo tenía que haber sucedido.

Y entonces entendió todo.

Ese algo,  había sido él, la noche anterior el suero no era suero.

Su madre se había dejado vencer.

Cerró los ojos tratando de imaginar lo que iba a venir pero sin embargo no podía hacer lo, al menos no de una forma positiva.

Estaría solo.

Solo y atormentado al saber lo que había hecho.

Sentía que tenía que llorar o gritar, desahogar todo lo que cargaba desde hace más de un año pero sin embargo ahora todo lo que sentía dentro de él era un gran vacío.

Vacío.

La palabra más triste que podía existir, por que con ella no quedaba nada, solo fantasmas grises que vendrían a causarle pesadillas por aquellos recuerdos pérdidos de lo que alguna vez fue y nunca volverá a ser.

Odiaba lo que había hecho, odíaba seguir respirando lo único que deseaba era acabar con su existencia.

Quería dejarse vencer pero eso solo le daría la razón a aquella odiosa voz que le repetía constantemente lo débil que era.

No era justo que él y su madre se pudrieran bajo tierra mientras su padre seguía vivo y feliz.

Y pensó que ¿Sí el no era feliz porque su padre sí?

¿Por qué todas las malditas personas eran felices y el no?

Él tendría que arruinar su felicidad.

¿Por qué él estaba vacío y sólo, si siempre  obedeció a sus padres?.

¿Por qué su madre necesitaba de el amor de un hombre? ¿Acaso no le bastaba con el amor que le tenía su propio hijo?.

¿Tan poco significaba para su propia madre?

No le vio el caso de contestar sus propias preguntas cuando los hechos le demostraban la verdad.

-Se supone que tu deberías de amarme eternamente y te dejaste vencer... Ahora nadie me va amar, mamá.

RED Sobreviviendo al Infierno COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora