—El casado —la interrumpo.

Ella resopla.

—Creo que no entiendes que para mí, un amigo es amigo —ella tiene clavados en mí sus enormes ojos tan oscuros que casi me dan miedo.

—¿Y para Camilo también "amiga" es "amiga"? —pregunto con sorna, ella suelta un suspiro y su espalda choca en el respaldar de la silla.

—Puedes venir conmigo, David. Camilo no es de esa calidad de hombre que tal vez tú estás acostumbrado a ser.

—No me conoces, no puedes juzgarme.

—Tú tampoco lo conoces a él.

—Sí, pero te recuerdo que yo soy hombre...

—¿En serio? —me interrumpe con ironía —yo creí que eras un alien.

La miro con desaprobación, pasan un par de minutos en que ambos nos miramos en completo silencio, ella con una mirada maliciosa y yo con un aire policíaco que no me hace reír con nada.

—¿Entonces vienes? Sería divertido practicar juntos.

—Sí, claro. Dices eso porque sabes que no puedo golpearte, Natalie —miro mi reloj, creo que ya es tarde.

—Lo más seguro es que yo te golpee a ti —se mofa, la miro con desaprobación. Lo peor de todo, es que sé que tiene razón.

—Bien, iremos a las malditas clases de Karate —ella vuelve a poner su vista en mí esbozando una gran sonrisa.

—¿En serio?

—Sí, por supu... —mis palabras son interrumpidas cuando siento su cuerpo sobre mí y me abraza. Oh por Dios, está sentada a horcajadas sobre mi abrazándome, sus piernas desnudas están rodeando las mías. La rápida y furiosa está sobre mi King Kong.

—Bien ¿Voy por ti a la oficina? ¿Nos vemos aquí? ¿Antes de arreglar tu cuarto? ¿Después? —aspiro su aroma, mi barbilla apoyada sobre su hombro escucho lo que dice pero en realidad no, hasta cierro mis ojos —¿Puedo pintar tu cuarto luego? ¿Lo pintamos juntos?

Ni siquiera estoy poniendo atención a todas sus palabras. Por mi mente pasan un montón de imágenes en donde su...

Mejor me calmo.

—Te dije que hicieras lo que quisieras con el jodido cuarto —excepto llenar de olor a rosas mis calzoncillos, King Kong es macho. Me remuevo para ponerme de pie por que en serio esto es una tortura y de inmediato ella se baja de mi regazo, me levanto como un resorte y doy un último sorbo a mi jugo de naranja—. Ya es tarde —digo, viendo mi reloj. Acomodo mi corbata y no puedo evitar echar un vistazo a su figura antes de salir.

Conduzco con mi mente en blanco, creo que necesito salir y deshacerme de toda esa testosterona que esa mujer está haciendo a mi cuerpo producir. Al llegar a la empresa y ver mi reloj me doy cuenta de la hora y comienzo a andar a paso mucho más rápido. Mi celular suena y mientras camino por recepción lo saco de mi bolsillo, es un mensaje de Andi, ruedo mis ojos, no puedo evitarlo.

Voy hacia el ascensor luego de saludar al guarda de seguridad, no todos los guardas de seguridad me caen mal, solo aquellos que tienen un cuerpo musculoso, el cabello rubio, los ojos azules y quieren bajarse a tu chica. Abro el jodido mensaje y...

Oh por Dios.

El celular se me cae al suelo y lo recojo de inmediato viendo alrededor, por suerte nadie me está viendo, de inmediato llevo el celular frente a mis ojos de nuevo y todo eso aparece frete a mí otra vez con la descripción:

"Me dijiste una vez que te gustaba el color rojo"

Aclaro mi garganta y continúo caminando con pose erguido mientras saludo a las personas que me encuentro. Una vez que las puertas de metal se cierran frente a mí vuelvo a ver la imagen de su cuerpo en una braga de encajes rojo, solamente eso. De inmediato envía una segunda con la descripción.

"Lástima que decidiste casarte"

La puerta del ascensor se abre en mi piso y como que el sudor frío me recorre la espalda. Doy un paso al frente para caminar hacia mi oficina y a la primera que mis ojos enfocan es a ella, sosteniendo un café mientras habla con un tipo. De inmediato que sus ojos se postran en los míos, observa el celular en mis manos y vuelve su mirada a mí esbozando una sonrisa picarona.

Guardo el teléfono celular y paso a su lado como si nada. Sólo le toma un par de minutos llegar a mi oficina después de mí cerrando la puerta a sus espaldas.

—¿Ya ves de lo que te pierdes mi querido David? —camina hacia mí contoneando sus caderas como siempre lo hace, deja unos papeles sobre mi escritorio con su cuerpo muy junto al mío.

—Eso es porque no has conocido a mi esposa —le guiño un ojo. De inmediato se tensa y todo su semblante antes coqueto ahora demuestra tremenda seriedad. Va a decir unas palabras y agradezco el golpe en la puerta que la interrumpe.

—Adelante —digo, sin despegarle la mirada de encima. El hombre calvo entra por la puerta y Andi se aparta de mí sin ningún tipo de expresión.

—Señor Schmitt —exclama el anciano cuando llevo mi mirada a él, extiendo mi mano a él y la toma de una manera amable, lo invito a tomar asiento frente a mí —Muchacho, no sabía que te habías casado —¡ah! Estupendo, ahora este es el tema inicial de todas mis conversaciones —nunca me imaginé que fueras una persona de sentar cabeza —sonríe ampliamente.

—¡Por Dios! ¿Cómo no iba a casarme? Si esa mujer es hermosa —digo a propósito, aprovechando que Andi está aquí. Ella sólo me observa y aclara su garganta. —Un día te la presentaré.

—Oh, ya la conozco —habla, eso me sorprende —mi esposa ama su programa de televisión, dice que ustedes hacen tan linda pareja. Me preguntó si podía invitarlos al cumpleaños de ella. —Mark se acerca un poco más a mí y sisea: —Apuesto que es porque se muere por conocerla.

—¿Puedo retirarme... señor... Schmitt? —Andi hace énfasis en esas últimas palabras. En ese instante la miro, su pose no es relajada, puedo determinar que no se siente conforme con lo que está escuchado. Quiero decirle que no se puede ir, solo por torturarla un poco más.

—Claro que no, los papeles de ese archivero no está en orden alfabético —me mira, casi puedo percibir sin necesidad de ponerle atención, la cantidad de dardos que me está lanzando con la mirada. Tomo los papeles que había traído y los observo mientras el señor frente a mí saca unos papeles.

—Y cuéntame más, Mark... ¿por qué tu esposa ama tanto a mi chica?

—Dice que es una mujer muy bonita y dulce. Es usted un hombre muy afortunado, señor Schmitt —algo se le cae de las manos a Andi y ambos vemos en su dirección, disimuladamente recoge el pisapapeles y sin decir nada sale con un folio que encontró por ahí.

Al momento que la puerta resuena, Mark se vuelve a mí y llama mi atención la risilla que suelta.

—Y yo que creí que tú y el jefe —murmura, de inmediato levanto la mirada cuando él aclara su garganta.

—¿Yo y el jefe qué, Mark? —él sonríe.

—Pues... ya sabes... —ríe levemente, es una risa nerviosa, que no sea lo que estoy pensando —creí que el jefe hacía lo de su matrimonio para ocultar lo que tenía contigo —se ríe a carcajadas —los del piso dieciséis nos hacíamos tantas teorías.

Me quedo en silencio por unos segundos, viéndolo con desaprobación. Él de inmediato deja de reír y aclara su garganta.

—Pero no... era... nada...

—Si eso llega a oídos de Anderson, ten por seguro que te despide, junto a todos los del piso dieciséis.

Mark asiente mientras lleva su vista a los papeles e intenta aguantar una risa.

A mí esa mierda no me causa gracia.


Recién Cazados © (Borrador de la 1era edición)Where stories live. Discover now